viernes, 20 de abril de 2018

LA COLUMNA



LA COLUMNA
Un cambio de orientación del viento, una rugosa hoja caduca raspándome la barbilla y roté el cuello. Esa sensación transitoria, casi de tiempos pubescentes, en la que te quedabas anclado conteniendo la respiración, impactado por no saber qué actitud tomar y superado por una imagen insertada en la retina clavándose en la memoria tal anzuelo traicionero que no puedes liberar, me sofocó. Era consciente de que mis mejillas irradiaban un tono bermellón que se expandía por la faz, sello indeleble de un insigne integrante del club de los timoratos, al que estaba agremiado desde que naciera.   Los omoplatos de mi objetivo se movieron, deslizándose tras ello unas arrugas en la blusa de perlado gris. La comba de la espalda era perfecta, una columna hierática, pilar de una mujer solemne, con tanta clase, que era admirable solo viendo cómo ondeaba la tela de raso que vestía, debido a los sosegados soplos de aire.    Izada toda ella al estar sentada, su pose era la de una amazona sin riendas, controlando el galope sin que su tronco dejara de estar enhiesto. Quien fuera virtuoso, para teclear una mimosa sonata en ese cuerpo, punzando las yemas con el afecto de un pianista de espaldas.   La imagen señorial se tornó volátil y se disipó con sutil y seguro paso. Se alejaba, pero todavía distinguía sus rizados mechones que vacilaban a cada zancada; ellos eran las volutas de una columna que sería derrotada por los años, pero tan artística que al evocarla por medio de fotografías o el imaginario, sería un alijo de emociones para creadores y poetas.

 Xavi Domínguez





COLUMNA  I

A once mil millones de millas de la Tierra, la nave espacial Columna I, no tripulada, se acerca al borde del sistema solar. Ha estado viajando durante 35 años, y los científicos estiman que para fines de año traspasará la heliosfera y entrará en el espacio interestelar. A bordo de la nave hay un disco de cobre chapado en oro, llamado Golden Record, en el que se encuentran imágenes codificadas y sonidos de la Tierra. Inscrito en el registro Dorado, hay una imagen del Taj Mahal, una tumba de mármol blanco de 560 pies de altura, un emperador indio construido hace 400 años para su esposa que había muerto. Hay una foto de un bebé que nace y otra de una mujer dormida en fase REM. Se escucha el sonido de una ballena y el sonido de un beso. Hay una mujer japonesa que dice "¿Ya has comido?", Una canción georgiana sobre una rebelión campesina y las ondas cerebrales de una mujer estadounidense que acaba de aceptar la propuesta de matrimonio del hombre que ama.

El Columna I está siendo sometido al campo magnético intensificado de la heliosfera, mientras que Paula no ha salido de su casa en tres meses y ni siquiera se acerca a sus ventanas. Poco antes de encerrarse, dejó su trabajo como agente del Departamento de Protección Ambiental: teme por un planeta cuyos gobiernos expulsen a los protectores de sus formas de vida. Vive cerca de una planta eléctrica transformadora de varias hectáreas, y quiere mudarse. Alguien llama a la puerta, Paula presionando la palma de su mano contra la puerta desde el interior, dice: "¿Sí?" -En cuarenta mil años el Columna 1 alcanzará el sistema solar más cercano, y nuestro mensaje será escuchado por sus seres conscientes, si es que existen - respondió una voz. Tal vez ya de alguna manera están escuchando nuestro mensaje. Tal vez nos estén mirando ahora mismo: yo en un lado de la puerta y tú en el otro lado, ellos nos entienden. "" ¿Qué entienden ellos que yo no entiendo? –Que me siento tan tonto, y que te amo así.

El campo magnético que irradió la nave se trasladó como una dulce corriente por cada una de las vértebras de la columna de Paula y no supo qué decir.

Marta Albricias

viernes, 6 de abril de 2018

LA ORILLA


LA ORILLA
Estoy sentado mirando al mar, alejado de las molestias del sol y los granos de arena, avizorando la gama cromática de azul que se pierde en el horizonte y respirando al ritmo sedante de las olas.

El bisbiseo de la espuma, cuando estas se deshacen, me relaja, anulando por unos minutos el letargo emocional en el que me hallo.

 ¿Qué hago a pie de costa? Mi piel es sensible al aliento solar y he de aliarme con la sombra, el mismo y único huésped que seguirá habitando en casa.

Solo de nuevo, despojado de felicidad tras su marcha, el oleaje y el cambio de la orientación del viento me endosan la salinidad en el olfato. Este aroma fuerte, provoca que la paz de la tregua muera y vuelva a ser siervo de mi desdicha. Las ondas de su pelo, la marea... Clara analogía que me perturba, amarga miel, saliva embreada la que genero al pensar en unos besos, que como cartas sin sello, ya no me llegarán.

‎Suspiro con la flojera de un moribundo. Miro la calmosa belleza de la playa y por asociación de ideas, su retrato se refleja en ella. Entiendo ahora, por qué estoy contemplando el mar. Ahí está nuestra relación: tan hermosa y efímera como las olas que finen en la orilla.

Xavi Domínguez



LA ORILLA
Una ola de varios metros creció desde la orilla colisionando contra estribor, haciendo que el barco se tambaleara a un lado …tal y como su capitán ebrio. Tropezó con la cabina y se lanzó hacia la estrecha cama, cuando sintió  una mano temblorosa que le palpaba entre susurros febriles que finalmente llegaron a sus oídos.
...el caos se apoderó de la embarcación y de toda su tripulación como nunca jamás…

En la oscuridad de la tormenta la extraña figura de mano temblorosa, apareció de repente en la proa iluminando la cubierta, para sin pensarlo saltar al agua para volver a sumergirse y cabalgar velozmente sobre las olas que seguían zarandeándolo todo. El agua helada se cerró sobre su cabeza, las corrientes tiraban de su voluminosa falda y al pasar por un arrecife de color violeta, empezó a desgarrarse la ropa con las manos, mientras sus dedos fríos desaparecieron: dedos delgados y relucientes que se cubrieron de escamas envueltas alrededor de sus brazos.

Desde las oscuras profundidades llegaron para encontrarse con ella. Otros dedos  escamosos arañaban su ropa. Las capas de su falda cedieron, y se liberó de la ropa humana con el golpe final de su cola. Miró entonces de frente a aquellas dos criaturas de larguísima melena que sonreían mostrando sus bocas llenas de colmillos y pateando sus colas le daban la bienvenida de vuelta a casa arrastrándola de nuevo hasta lo más profundo.

Varias brazas por encima, las olas se calmaron y un viento purificador rompió las nubes de tormenta en jirones. Mientras, siguió nadando en las frías profundidades con sus hermanas, peinándose su larga melena y susurrando una bella canción.

Marta Albricias