miércoles, 18 de junio de 2014

EL RELOJ



TIC TAC
Son las doce de la noche: tic- tac   tic- tac   tic- tac, es el sonido que inunda la tranquila habitación; el compás con el que los tres aliados de la medida del tiempo: la hora, el minuto y el segundo, bailan festejando la medianoche.

Marta Albricias



EL RELOJ 
Alfred acababa de empaquetar las últimas cosas, cuando el azar puso en sus manos un reloj de pulsera antiguo, de mujer.
La esfera era de color blanco y tenía unas piedrecitas brillantes a su alrededor. Alfred lo reconoció enseguida, y casi se le saltaron las lágrimas. Era el reloj de su madre. Ella lo llevó varios años aunque estaba parado.
Alfred llamó a su mujer que estaba en el vestíbulo cerrando cajas, pues se marchaban a vivir cerca de sus hijos y nietos a las afueras de Londres.  Aquel era el día de la mudanza y revisaban las últimas pertenencias.
- ¿Que pasa Alfred? -dijo ella interesada.
- Es que acabo de encontrar por casualidad el reloj de mi madre. Lo recuerdo en su brazo y no sabía porqué lo llevaba si no funcionaba, hasta que un día se lo pregunté y esto es lo que me dijo:
“Transcurría abril de 1942 y estaba en la cama de un hospital porqué me había puesto de parto y las contracciones eran tan fuertes que no podía ni respirar. Había complicaciones.
En aquel momento sonó la alarma antiaérea  sobre Londres, y las luces oscilaron. Las enfermeras corrían y todos nos preparamos para lo peor. El escuadrón de aviones alemanes sobrevoló el estuario del Támesis y pronto se oyó el impacto de las primeras bombas sobre la ciudad. Casi al mismo tiempo escuche la voz de la enfermera que decia:
- ¡Empuje señora Roth que ya está aquí!
Con el esfuerzo se me cayó el reloj de la muñeca y al golpear contra el suelo se paró a las tres de la madrugada, la hora en que tú naciste. Es por eso hijo mío que no me desprendo de él.”
Al finalizar el relato, Alfred y su mujer se abrazaron y ella le susurró:
- ¡Fue una suerte que el hospital no fue dañado y me alegro de haberte conocido, Alfred!
Se besaron y el apretó el reloj contra su cuerpo.
                                                                                                                            

Laia 




LAS DOCE CAMPANADAS
Dong, dong, y así hasta doce veces, tañía la campana de la basílica.
Más que un dong dong, repicaba como un golpe seco plom, plom.
-Esa campana, cada vez suena peor- me comentó Matías, el camarero del bar del fossar de les moreres, donde me acercaba algún que otro domingo a hacer el vermut.-
De repente una luz se encendió en mi cabeza y llamé a Artal para que me acompañara a la comisaría de la vía Layetana a ver a nuestro amigo el inspector Martí.
Estábamos investigando un caso de asesinato en el que ninguna pieza encajaba. Hasta ahora.
Fuimos a la comisaría y le explique mi teoría.
-Al doctor le mataron a las 11 de la mañana y no a las doce como habían dicho los testigos- le dije al inspector Martí- y proseguí- Ellos habían oído las doce campanadas del reloj de la basílica del Carmen, pero en realidad, como suenan bastante mal, lo que oyeron fueron 11 campanadas y un disparo.
Así pues ahora todo encaja. Dijo el inspector,
Proseguí con mi hipótesis, -El doctor, salió de la casa de su amante  a las 11h. y Matilde, su mujer, que le estaba siguiendo lo esperó a que saliese. Cuando el doctor Salvat entró por el carrer de la volta d’en Bufanalla , su mujer iba detrás de él. En ese momento empezaron a tocar las campanas de la basílica  y ella aprovechó para disparar a su marido por la espalda tras la última campanada. El disparo al realizarse dentro del pasaje debió resonar de una forma especial, por lo que  mientras algunos testigos aseguraban que eran las 12,  otros indicaban desconcertados  que ellos habían mirado el reloj y eran las 11 aunque oyeron 12 campanadas. Por lo que ante las dudas de los testigos, no se pudo detener a la Sra. Salvá, ya que disponía de una coartada para las 12 en punto. Se hallaba en una cafetería de la Plaza Sant Jaume, donde iba asiduamente, y el camarero lo corraboró. - Una hora de diferencia no da mucho margen para la hora exacta de la muerte- dijo el inspector- El forense situó la hora de la muerte entre las 11 y la 13h. del mediodía- confirmó Artal.
Dejamos al inspector para que realizase las pesquisas oportunas, y no tardaron en arrestar a la Sra. Salva, quien no disponía de cuartada para las 11h de la mañana. No tardaría en confesar su crimen pasional.
Artal y yo nos fuimos a tomar una cerveza al bar de Matías.
Era la una cuando sonó el plum de la campana y todos nos fijamos en como sonaba.
_Realmente Laertes, que suena mal, pero no sé, ¿ un disparo?
-Mi querido Artal la gente oye estas campanas a diario y ahora solo has oído una, pero a las doce, parece que cada campanada suena diferente
Así que ¿quién iba a pensar que una de ellas sonase como un disparo?
-¡Tú! mi querido Laertes, sólo tú piensas esas cosas- le contestó Matías-
Y nos echamos a reír.


Lola  Ruiz




RELOJ NO MARQUES LAS HORAS
La sala de fiestas Excelsior era un bailongo para la tercera edad de moqueta desgastada y sillones estampados de lamparones, pero a media luz o con los destellos intermitentes de sus focos parecía un local estándar de hace cuarenta años. La pista de baile, obviamente, era metálica y reluciente, y sobre ella los artríticos danzantes se movían al son de la Rockabilly & Blues Orchestra.

El Neme, que había sido guitarrista de los Buldozers, un grupo de heavy satánico, con el devenir de los años se convirtió en el alma mater de la Rockabilly & Blues Orchestra. Al principio, al Neme le daba vergüenza formar parte de la Rockabilly, todos con sus pantalones de franela negra e impecable raya, y sus camisas floreadas con volantes en la pechera. Durante años lo ocultó a sus colegas rockeros, y más cuando la orquesta dejo de tocar rockabilly y blues para interpretar canciones melódicas, boleros e incluso pasodobles. Este cambio de estilo musical no impidió que la orquesta conservara su nombre, y eso tranquilizaba un tanto la conciencia rockera del Neme.
Pero desde que Kimberly llegó a la Rockabilly, al Neme le importó un pimiento que se supiera que era un músico de orquestina. El Neme tenía familia, mujer y dos hijos, y Kimberly, diecisiete primaveras, una mirada juguetona, y exudaba sensualidad por todos los poros de su piel. El Neme no paró hasta que ella abandonó el trío de segundas voces, que en unas ocasiones hacían de eco de la solista y en otras se limitaban a entonar un insípido duduá, para ser Kimberly la vocalista de la Rockabilly. Así fue como el Neme se convirtió en líder de la orquesta que tantos problemas de conciencia le ocasionara tiempo ha.

Aquella época fue la más feliz del Neme. Hacía adaptaciones de temas de Adamo, Antonio Machín, Lucho Gatíca, e incluso pasodobles como Suspiros de España y Paquito el Chocolatero, para que la voz de Kimberly luciera sus más seductores registros, y con sus contoneos, que surgían como el aire que expiraba, acabara de fascinar a aquel público que intentaba revivir una juventud demasiado lejana.

Tan bien hizo su trabajo el Neme, que un afamado productor musical la fichó. Le hizo una oferta de las que no se pueden rechazar. La última noche que ella cantó con la Rockabilly, el Neme comprendió que él era más patético que aquel local decadente y aquellos bailarines apergaminados que tanto había despreciado.

Kimberly finalizó su postrera actuación en el Excelsior con el tema “el reloj”, y mientras ella desgranaba la letra de ese bolero inmortal, al Neme se le escapaba el alma con cada rasgueo de su guitarra. Y cuando, con su cálida voz, entonó la estrofa final:

Detén el tiempo en tus manos
haz esta noche perpetua
para que nunca se vaya de mí
para que nunca amanezca.


El alma se le fue definitivamente y el Neme nunca más volvió a tocar una guitarra.


Felipe Deucalion