DÍGASELO CON FLORES
Su marido se había ido al laboratorio en el que trabajaba, aunque era
domingo. No era sorprendente, a menudo él se refugiaba en su trabajo, no tenían
gran cosa que decirse. Ella había renunciado a las grandes pasiones, se
contentaba con cuidar su jardín y charlar con sus amigas. Él no, él penaba por
un amor no correspondido, una compañera de trabajo joven e inconstante.
Y, sin embargo, aquella tarde de domingo ella
sentía una desazón inusual. Al despedirse, había creído ver, en la mirada de su
marido, una mayor frialdad que la acostumbrada. Pero desecho esta sensación y
cuando el sol declinó, regó las plantas. Regar siempre la relajaba, al hacerlo,
sentía que formaba parte del ciclo de la naturaleza, y todo parecía estar en su
sitio
Anocheció y su marido no había vuelto. En
ocasiones, enfrascado en su trabajo, se le iba el santo al cielo. Se acostó,
tardó en conciliar el sueño, tenía la corazonada de que algo le había ocurrido
a su marido. Por la mañana, al seguir sin noticias, la corazonada se transformó
en sospecha fundamentada. Estaba a punto de telefonear a emergencias, cuando llamaron
a la puerta, era un mensajero que le traía una corona de flores. Entonces tuvo
la evidencia de que su marido se había suicidado.
Felipe Deucalion