DESIDIA
Me gustó tanto estar estirada en la hamaca, viajando en
tu yate, mientras el sol tostaba mi piel. Y es que no hay como la indolencia en
pleno estío. Eso sí, una indolencia con comodidades, que de veraneos de botijo viendo
rudos muchachos en camiseta imperio estaba más que harta.
Los tíos no tenéis malicia, sois tan
previsibles. Dos caídas de ojitos y un roce, digamos que al azar, y tu ego te
obnubiló. Te creíste que estaba coladita por tus huesos y ni se te ocurrió
pensar en alguna explicación alternativa. Se te veía tan autosuficiente cuando,
después de hacer el amor, me decías “oh nena, dale al paipay que me voy a
asfixiar”.
No fue difícil convencerte para que
pusieras el yate a mi nombre. Estabas tan seguro de tu arrollador poder de
seducción. Y por otra parte, el argumento de que te ahorrarías impuestos fue
definitivo. No entiendo por qué os cuesta tanto pagar impuestos a los ricos. Lo
jodido es tener poco y encima tener que pagar impuestos, pero vosotros que
nadáis en dinero. Solo puede ser por pura tacañería. En fin, ahora me saco una
pasta alquilando el yate y durante quince días del verano las gotillas que
levanta en su raudo navegar me refrescan a mí.
Este minirrelato está inspirado en la canción “Desidia” de Objetivo
Birmania
Felipe Deucalión
DESIDIA
Postrado en el sofá mirando al techo, observando cada imperfección de la pared como si de su piel se tratase; contando los cuadros, repasando el quicio de cada puerta con los ojos entreabiertos, lo justo para poder diferenciar entre los reflejos de los haces de la luz que se proyectaba en el suelo del salón, que se colaban por las ventanas abiertas de par en par…..aquella tarde de agosto al lado del mar; ver sin mirar… pensar sin hacer…bañado en malestar…empapado en desidia….
De vez en cuando se preguntaba cuando dejaría de sentirse así, no acertaba saber cuándo ni cómo; lo que sí sabía es que empezaba a añorar sus estados más diligentes, supo que tarde o temprano pasaría y se durmió.
Y soñó que paseaba por la calle, abrazando a un nuevo día como si este fuese el último de su vida; no andando sino flotando: cada paso un acorde, cada giro una refrescante pausa, cada mirada una flor; cada frase una canción!
Despertó y volvió a sentir que echaba de menos su sofá.
Marta Albricias