TRAMUNTANA
Surto al balco i miro el mar
En veure` m la
tramuntana surt del aigua
I es fica sota la
meva camisa entre les cames,
Sento com em
penetra, tota ella m`envolta
M´enlaire i a la fi m´aixeca amb força.
Tramuntana gelosa. Gelosa tu de qui?
D`aquesta mar tan
negra i odiosa?
Que t´amaga i no et puc veure,
Que et crido i no m´escoltes
Tramuntana
trapella. Tramuntana gelosa
Vine vora la negra
mar, dona´m la teva aigua dolça.
Lola
MARES
Cierro los párpados y abro los ojos. El agua fluye, las olas
danzan, su murmullo me lleva. Nado por los cincuenta y siete mares del planeta
sin pisar tierra; llego al Mar Negro donde la luz se rompe y puedo ver colores
que no existen
Marta Albricias
HOGAR DULCE HOGAR
El Minotauro, al fin, dio con la salida del laberinto.
Quería escapar de aquella isla, pero no se fue inmediatamente, aguardó a una
noche cerrada. Entonces se deslizó en silencio, nadie descubrió su fuga.
Cuando llegó a la playa, su ánimo vaciló ante los rugidos de
aquel mar negro. Tropezó con una pequeña barca, la empujó al agua y se subió.
Era imposible dirigir aquel cascarón, ni decidía ni
distinguía a donde iba. Se hallaba en manos de una fuerza ciega y superior a
él. Jamás se sintió tan vulnerable, tan desvalido, la angustia le dominó. La
barca fue a dar contra un acantilado y el Minotauro probó el amargo sabor de
aquellas aguas. Chapoteó desesperado hasta que se aferró a una roca. Se
despellejó en aquel peñasco batido por el mar, pero sus brazos no se soltaron.
Como pudo, se encaramó en la roca e inició la escalada.
Una vez arriba, corrió hasta ganar el laberinto que le era
familiar. Que confortable le pareció su antigua prisión, sin duda era mucho
mejor que el zarandeante mar negro.
Felipe Deucalión
MAR NEGRO
Y el mar azul celeste y verde esmeralda se volvió
negro. No como el negro brillante de la
amatista, sino como un magma espeso de olvido, de penas, soledad, desarraigo,
nostalgia de un pasado al que nunca regresaría.
Ngombu había surcado selvas y desiertos. Había sorteado peligrosas situaciones,
siempre animado por su objetivo: Iba en
busca del país de la felicidad. Le
habían dicho que existía al acabarse la tierra. Y se puso a andar y andar y
andar, hasta que llegó delante de una masa de agua y tras entregar todo el dinero que había podido
acumular, tomó la barca con otras muchas personas que llevaban el mismo rumbo:
el país de la felicidad.
Creyó que ese país empezaba allí mismo, a juzgar por los
tonos azules como el cielo y verdes como la esperanza que el mar mostraba. Pero llegó la tormenta, la barca zarandeada
de delante a atrás, de lado a lado,
sálvese quien pueda, la barcaza vuelca,… Ngombu nada como un loco en
medio de un mar negro y tempestuoso. Un
barco grande aparece y se consigue salvar a una docena de personas que al
amanecer son abandonadas a su suerte en la arena de una playa.
Ngombu despertó mojado en la arena, temblando de frío. Supo que su sueño azul celeste y verde
esperanza había sido invadido por otro negro y lleno de espinas, un negro mar
inhóspito del que tendría que protegerse siempre buscando los pequeños oasis
azul celeste y verde esperanza que le condujeran a momentos cálidos.
Mariajes
MAR NEGRO
La noche era muy oscura, no había luna. Estaba al borde del
precipicio y oía golpear las olas en las rocas, muy abajo. El mar era negro,
tan negro que apenas se distinguía. Las piernas me temblaban y estaba a punto
de saltar al vacío. Una imagen fugaz pasó por mi cabeza, y me lancé hacia
adelante, agarrándome como pude a las ramas que salían de la pared. Era mi
última oportunidad, y pensé que no resistirían, pero no fue así.
Desde arriba se oían voces de soldados y motores de coche.
Me estaban buscando. Había sido descubierto cuando pasé la información de la
posición del enemigo a mi contacto. Si me veían agarrado precariamente al
tronco de la pared, era hombre muerto.
Pasaron unos segundos y ni siquiera respiré. Increiblemente
miraron hacia abajo, y no me descubrieron. El mar era negro, la noche también,
pero la posibilidad de ponerme a salvo, era escasa.
Cuando ya no los oía, pensé que se habían ido, y empecé a
subir por la pared. Era difícil, pero no podía hacer nada más. Grandes gotas de
sudor, caían por mi frente, y mis manos heladas, se agarraban al más pequeño
saliente. Podía caer en cualquier momento.
Afortunadamente llegué hasta arriba y no habían dejado a
ningún soldado vigilando la zona. La oscuridad me beneficiaba, y me interné en
el bosque. A lo lejos veía las luces de los coches que se movían por el camino,
entre los árboles. El frío me entumecía las extremidades, pero tenía que
moverme si quería sobrevivir.
Me fui por donde había venido hacia la casa de mi contacto.
Como ya la habrían inspeccionado, me pareció seguro volver a ella.
Mi contacto, de nombre en clave: el gato, me dijo que en un
par de horas anclaría delante del acantilado un carguero que me llevaría al
otro lado de la frontera. El problema era que me estaban buscando por el lugar
y no dejarían de hacerlo hasta encontrarme. Eran muy perseverantes.
Me invitó a tomar algo fuerte, de
una botella que tenía guardada, y llegado el momento, salimos de la casa en
dirección al acantilado.
Sobre el mar oscuro había un barco
con las luces apagadas, esperando. Pero era complicado llegar hasta él. El gato
me llevó hasta el borde del precipicio, y me mostró unos escalones minúsculos
en la roca. Parecían tan solo agujeros para poner los pies y las manos. Empecé
a bajar concentrándome mucho, y el hombre se despidió de mi desde arriba.
Cuando ya había descendido más de la mitad de la pared, los escalones se
acabaron. No me quedó más remedio que dejarme caer al agua, desde una altura
considerable.
Una vez en el mar, mientras
intentaba alcanzar a nado el carguero, unos focos me iluminaron y los soldados
empezaron a dispararme. Me habían localizado.
Recordé los entrenamientos a los
que me había sometido, y me sumergí tan profundamente como pude. Las balas
entraban en el agua y las veía envueltas en burbujas.
Alcancé el barco y me lanzaron una
cuerda que agarré y fui izado. Los disparos no cesaron y la nave se alejó de
tierra muy rápidamente. Me dieron enseguida, te caliente y ropa seca. El
capitán cuando me vio me dijo:
-Ya nos habían avisado de su
presencia. Nuestra red ha funcionado. Gracias a usted, no van a salirse con la
suya. Le felicito.
Lali