viernes, 29 de enero de 2016

EL VENTILADOR



(SIN) ALIENTO
(Un avión bimotor de alas cortas revolotea sobre mí, un barco navega por mi garganta, un tren se desliza por las vías de mis venas y una moto con sidecar de puertas abiertas, flota junto a mí: todo un circuito vital me sostiene).

Y el aliento dejó de ser mecánico y las luces eran las que podían ver mis ojos y el sonido comenzó a oscilar entre algo más que monótonos graves y agudos. La presión, el volumen, las curvas y las frecuencias dejaron de importar: el ventilador dejó de respirar por mí, y tomé aliento.


Marta Albricias




UN CASO DE CONCIENCIA
En su mugriento despacho, Billy se sirvió un trago de bourbon. Tenía la cara perlada de sudor, encendió el ruidoso ventilador que descansaba sobre un montón de casos por archivar. Con este calor no le apetecía poner orden en aquella montaña de papeles, prefirió rememorar su último caso.

Viejo mundo, pensó Billy. Un maduro y atildado empresario quería saber si la sinuosa rubia con quien compartía su lecho le era fiel. Se había casado con ella y ahora le presionaba para que le hiciera su heredera. Obviamente le era infiel, pero a Billy le costó obtener las pruebas. Mientras tanto la rubita consiguió que el empresario hiciera testamento a su favor y acto seguido le propuso un maratón sexual para celebrarlo. El pobre hombre reventó de tanta viagra como había ingerido, aunque eso sí, murió feliz.

En principio, Billy no se quería conformar con el anticipo que le diera el empresario e hizo indagaciones sobre los parientes del finado. Quizá estuvieran interesados en las fotos obtenidas por el detective. Resultó que se les relacionaba, al igual que al fallecido empresario, con casos de corrupción política.

Ante esta perspectiva, Billy decidió que no debía entorpecer que la viuda cobrara su herencia. Había en ello una suerte de justicia poética que le satisfacía. Apuró el bourbon, acercó su cara al escandaloso ventilador y sonrió satisfecho.


Felipe Deucalion





EL CASO DE LA CORREA DEL VENTILADOR
Marina tenía 55 años. Había levantado la empresa junto con su marido y ahora no estaba dispuesta a perderlo todo. ¡Bueno…(se dijo) ya está hecho! Cogió el teléfono y llamó a la policía.

Laertes llegó a la comisaría en cuanto Artal le dijo que su excuñada había sido detenida. Habló con ella y ésta le dijo “Laertes, tu ya sabes cuánto me ha costado levantar la empresa con Pascual, los sacrificios, el no poder dedicarme a los niños, aguantar sus infidelidades…Pero Marina, ésta sería otra de esas… no?

-No Laertes, esta vez iba en serio; llamé a nuestro gestor y me dijo que Pascual había retirado casi todo el saldo de la cuenta y que la empresa se hallaba al borde de la quiebra. Iba a fugarse con ella el muy… Pero les ha salido mal ¿ eh Laertes?

“-Me dio pena, Artal- me dijo Laertes ya en el despacho, -Se la veía ida- prosiguió, - Siempre había sido una mujer fuerte, pero estaba totalmente abatida y loca… y en su locura había matado a su marido que se fugaba en el coche con su amante y el dinero de la empresa-“

-Pero Laertes, todo indicaba un accidente, se había roto la correa del ventilador y la dirección falló cuando iban por las curvas del acantilado. Hubiese sido completamente creíble e imposible de condenar. Se hubiese creado una duda razonable. Pero… ¿Por qué se entregó?

-Porque ella sabe que cortó la correa del ventilador del coche, por eso, porque tiene conciencia. Y por eso mismo vamos a intentar probar que lo hizo en un ataque de locura, lo cual no será difícil de demostrar.



Lola Ruiz




EL VENTILADOR
¡Qué sentido tiene esta vida, para qué tanto esfuerzo por sobrevivir, si la felicidad no es algo duradero, si siempre aparece algo que la estropea!

En estas reflexiones estaba Iris, aquel caluroso domingo por la tarde, cuando se disponía a dormir la siesta en casa de su hermano mayor, sentado en la mecedora que tanto le gustaba. Volvía a estar sola, tras el desgaste de su última relación, tras su último desencantamiento. Su hermano y cuñada seguían juntos, pero su convivencia no era en absoluto envidiable. Se diría que eran más vecinos que pareja.

Y empezó a caer en los brazos de Morfeo. La hamaca se transformó en suave colchón, ondulado y con movimientos que la mecían . Habían unas diez o quince personas dejándose caer también sobre colchones de plumas, como nubes de algodón, todos ellos girando ondeantes alrededor de un eje que se desplazaba a su vez por un cielo lleno de luces de ciudades. De tanto en tanto se cruzaban con otros grupos de colchones similares girando alrededor de otros ejes, y que contenían niños cayendo también en brazos de Morfeo. A veces se trataba de animales de la selva, que dormían también. O personas de otras épocas, algunas de la Edad Media, otras del siglo diecinueve.

En medio de una cálida brisa , Iris empezó a oir un ruidito continuo, abrió los ojos desperezándose y se encontró con el ventilador del techo., que también giraba alrededor de un punto central. Se levantó, preparó su maleta, encendió el ordenador y se dispuso a planear la semana de trabajo que se avecinaba, a ver cómo centraría el sentido de sus desplazamientos, por qué ciudades tendría que llevar la representación comercial de la empresa, con qué colegas habría de compartir comidas y conferencias, cómo sería el colchón del hotel… Y si la habitación tendría un buen ventilador.



Mariajes







viernes, 15 de enero de 2016

LA CENA INVISIBLE



LA CENA INVISIBLE
Abrieron la carta y se les cerraron los párpados.
Pudieron ver cómo su olfato, su tacto y su oído aumentaba como nunca jamás lo había hecho: podían oír mejor, oler y gustar mejor; palpar mejor. Todo lo demás les empezó a parecer accesorio, tuvieron que confiar y confiaron más que nunca.

De repente, apareció ante ellos el más suculento de los menús, uno que jamás habían probado: sabores dulces y salados, picantes y agridulces; aromas intensos, fragancias exquisitas.
Sonidos líquidos, gaseosos y reposados; texturas crujientes, lisas y suaves.

Al primer bocado, pudieron abrir los ojos y vieron un paisaje imposible que no habían visto jamás, que no lograron situar en ninguno de los hemisferios de la Tierra ni en ninguna de sus latitudes.

Y fue entonces cuando apareció el zorro sabio y les volvió a decir lo mismo que le dijo al Pequeño Príncipe.


Marta Albricias




CENA INVISIBLE
A un lado del muro, la opulencia. Una gran mesa repleta de carnes, pescados, verduras, vinos. Todo cocinado y presentado en distintas y atractivas maneras, con múltiple colorido. Un grupo de personas sentadas alrededor comparten el placer de comer excelentes manjares mientras hablan seriamente del sentido de la vida.

Al otro lado, una mesa redonda en la que el pan y el agua acompañan una serie de platos vacíos de los cuáles los comensales parecen estar disfrutando. Cortan trozos invisibles de bocados que olfatean y se llevan a la boca, con expresión en sus rostros de inmenso placer. Nunca había comido un asado tan tierno y sabroso –exclama una mujer. Y qué bien te han salido los canelones. Excelente vino. Córtame un poco de pan, que quiero untar más en esta deliciosa salsa de almendras. ¡Qué bien huele! Madre, quiero un poco más de sopa. Y la madre abre la sopera y le echa un par de cazos de sopa transparente. Y para postre una tarta invisible de dos pisos con adornos de chocolate transparente.

Y los flacos comensales, miran por el circular agujero del muro a los del otro lado, respiran profundamente y se disponen a encontrarse con el sueño que sus colmados estómagos les están pidiendo. Para soñar que pronto harán un intercambio y estarán comiendo en la mesa de sus vecinos.


Mariajes



LA CENA INVISIBLE
Érase una noche que de noche no tenía nada, de lo clara que era.
Érase una luna llena que más que luna parecía un queso amarillo, lleno de agujeros.
Érase una moza bien dispuesta que me había invitado a cenar, a eso de las nueve.
Érase un campanario, con un reloj que no lo era, porque nunca daba la hora.
Érase el final de la calle y llamé a una puerta de donde salió la moza que llevaba puesto algo así como un camisón que más bien parecía que no llevaba nada.
Érase una mesa bien dispuesta, con su pollo asado, su vino, sus velas, sus cubiertos y su cristalería, y en esto que ya estaba yo viéndome cenando con aquella belleza y a punto de llegar a los postres, cuando llaman a la puerta.
La moza asustada me apresura a salir por detrás.
Érase el marido de esta.
Mientras me voy alejando veo cómo se desvanecen la moza, el camisón, los cubiertos, la cristalería, las velas, el vino y el pollo asado.
Érase que llegué a mi casa hambriento y le digo a mi mujer: ¿Qué hay de comer?
A lo que ella contesta: ¡lo que hay en la mesa!
Miro la mesa y no veo nada, y mi mujer exclama:
¡Vamos, cena! Que eso es lo que hemos cenado todos…
Érase una cena invisible.


Lola Ruiz.



LA CENA INVISIBLE
No sé cómo me dejé convencer. En realidad la culpa fue de Jesús, el divorciado juerguista de la oficina. Tú la llevas a cenar al restaurante que yo te diré y nadie se va a enterar, me dijo. Es un sitio con clase y discreto, añadió. Además, la Noemí se me puso tan a tiro, allí en la fotocopiadora, cada vez que se agachaba para recoger una copia, que me cegué y le propuse una cena de empresa ella y yo solos.  


La verdad es que el restaurante era elegante, había pocas mesas, la música era suave, los camareros serviciales sin llegar a abrumar y el cava burbujeó en abundancia en nuestras copas. Todo fluía con naturalidad, hasta que en los postres, una amiga de mi mujer nos fotografió con su móvil, justo cuando nuestros labios se enredaron al compartir una lionesa recubierta de chocolate.

Bien, pues, a pesar de todo, pienso atenerme al conocido principio “no es lo que parece”. Por supuesto, no podré rechazar que soy yo el que sale en la comprometedora foto, pero sí que desmentiré que estuviera cenando con una señorita.

Yo no cené con ninguna señorita, cené con un importante cliente, y posteriormente me encontré con Jesús acompañado de una señorita. Entonces, Jesús me imploró que entretuviera a la señorita mientras él hacía unas llamadas. Y quiso la fatalidad, que la amiga de mi mujer nos sorprendiera al compartir juguetonamente una inocente lionesa recubierta de chocolate. Eso fue todo lo que pasó y de ahí no pienso moverme.


Felipe Deucalión  





LA CENA INVISIBLE
Charles invitó a su amigo Bob a una cena de negocios, con los subdirectores i el director general de la empresa donde trabajaba. Le dijo a Bob que estaban buscando a alguien y que si se ajustaba a sus expectativas, el trabajo era suyo. Bob quería el puesto y aceptó.

Bob y Charles se presentaron elegantemente vestidos, tal como se espera de los clientes del restaurante más exclusivo de la ciudad. Una vez dentro, un camarero impecable les acompañó a la mesa del final. Cinco hombres con trajes caros, se levantaron para recibirlos, y se hicieron las presentaciones pertinentes. Bob estaba abrumado, pero intento aparentar seguridad.

Una vez sentados se acercó el camarero, y el director dijo a Bob que había escogido un Chardonnay del 99, y que esperaba que fuera de su agrado. Casi no tuvo tiempo de mover un músculo, cuando el camarero hizo como si secara la base de la botella con un paño blanco, y lo sirvió al director en su copa pero no había nada. No existia ni la botella ni el vino. El hombre se acercó la copa vacía a los labios y actuó como si realmente estuviera probando el vino. Asintió con la cabeza, y el camarero lo sirvió con su botella imaginaria a cada comensal. Bob estaba a punto de levantarse. Su asombro no le dejó articular palabra. Sólo le calmó la mano de su amigo en la pierna, por debajo de la mesa. En un momento, todas las mirades estaban puestas en Bob, y ëste cogió la copa y empezó a dar sorbos al aire. Funcionó.

Volvió el camarero a la mesa con una bandeja y el director les dijo que se había tomado la libertad de escoger por ellos. El camarero les anunció ostras de Bretaña como entrante, y dejó la fuente vacia en el centro de la mesa. Todos comían ostras y Bob también las encontró suculentas.

Más tarde, mientras hablaban sobre los nuevos proyectos de la empresa, regresó el camarero y anunció “lubina con chalotas confitadas y salsa de azafràn” . Todos la encontraron deliciosa. No menos que el “magret de pato sobre rissotto de setas y salsa Perigord”. Y para acabar, el camarero les sirvió un “coulant de chocolate, con espuma de arándanos y gelatina de mango”.

Después de los cafés y licores, el director general pagó la cuenta y mirando a Bob fijamente le dijo, que al verlo disfrutar tanto de la comida, pensó que era la persona que necesitaban. Se despidió con una palmada en el hombro diciéndole que el trabajo era para él, y le esperaba mañana a las ocho en punto en su despacho. !Felicidades!


Lali