viernes, 24 de marzo de 2017

LOS OJOS DE LA CIUDAD





LOS OJOS DE LA CIUDAD
En las ventanas, en los balcones y terrazas; desde lo más alto y lo más bajo. Ojos con sus miopías y con sus dioptrías; miradas limpias y miradas sucias. Miradas de colores: de lejos y de cerca, ojos que hablan mil y un idioma, que pueden contar mil y una historia; miradas hechas de años y otras que aprenden a mirar. Miradas relajadas o tensas, ojos que hablan, ojos que callan; miradas que cobijan mientras otras desahucian, ojos que sienten, y que se sienten. Miradas valientes de ojos apocados y miradas apocadas de ojos valientes.
Ojos de fiesta y ojos de trabajo. Ojos que cuando se cierran para volverse a abrir descansan y sueñan, y ojos de los que su mirada nos acompaña, aun así tras haberse cerrado para siempre.

Ojos de noche, ojos de día; ojos que no duermen y no tan solo en la Gran Manzana.


Marta Albricias





A OJOS DE KING KONG
El rey Kong trepó por el rascacielos sin esfuerzo alguno. En la mano derecha llevaba a su amada y en la muñeca de la misma mano lucía una argolla, un resto inocuo del vano intento de retenerlo de los humanos. Al llegar a la cumbre, contempló unos instantes a su amada, solo su mano, en la que la pobre se debatía, la retenía del vertiginoso vacío. La deposito con suavidad en el reborde del pináculo y se encaramó al mismo.

Desde lo alto, lanzó su feroz grito de desafío, y por si había dudas, se golpeó el pecho. Unos mosquitos gigantes revoloteaban a su alrededor. A sus pies se extendía el bosque de cemento, aquel sombrío laberinto que no formaba parte de su reino. Allí no había sitio para él y mucho menos una madriguera solitaria que poder compartir con su amada ¡Mierda! Aquellos mosquitos picaban a distancia. Kong se lío a dar manotazos y casi alcanza uno.

Insistió en los manotazos y derribó a uno de aquellos dípteros gigantes que cayó girando sobre sí mismo. De nuevo observó a aquellas hormiguitas bípedas que se afanaban entre acantilados de hormigón ¿Qué misterio se escondía en aquellos surcos rectilíneos que se entrecruzaban de continuo? ¿Qué placer encontraban en amontonarse en proporciones gigantescas? ¿Podía allí caber el amor? El suyo desde luego… Kong vio interrumpidas sus reflexiones. Está vez, los mosquitos le habían dado en el pecho, con sus gruesos dedos se palpó las heridas y olió su propia sangre. Dirigió una última mirada a su amada, justo antes de que nuevas ráfagas le arrojaran rascacielos abajo.


Felipe Deucalión







ELS ULLS DE LA CIUTAT
Abans que l'avió toqués terra, ja era sabut que J. Robson venia a la capital per a entrevistar-se amb Hamed Al Halil, el president del país per cercar la forma d'afeblir els terroristes que cada cop s'estenien a més barris de la ciutat i anaven ampliant el seu domini. Amb poc temps podien contactar fàcilment amb les altres cèdules operatives per tot l'estat. La ciutat tenia ulls, però uns ulls perversos que no dormien mai.
Podien veure tots els racons i no se'ls permetia plorar per ningú.

Robson va ser recollit a l'aeroport per un agent del govern, de paisà, amb un cotxe corrent i d'aparença inofensiva. Però tot i així, el vehicle fou vigilat. Ja a la duana, un agent va advertir al seu contacte, de l'entrada de Robson al país. Un taxi amb dos homes del grup terrorista els va anar seguint. Tenia ordres de liquidar l'estranger abans que pogués arribar a la seu del govern.

El cotxe on viatjava Robson va donar unes quantes voltes per carrers secundaris per evitar que els poguessin seguir. Però encara que el taxi que els venia al darrera, va girar per un carreró per no ser descobert, el va rellevar una motocicleta amb un home i una dona que es situà al costat del vehicle d'en Robson.

La ciutat no tancava mai els seus cent ulls. Estaven alerta dia i nit. El xofer i Robson es van plantar a l'avinguda principal, a cinc quilòmetres de l'edifici governamental. Anaven a una velocitat lenta respectant els senyals. De sobte, un home completament tapat i encaputxat, va sortir d'enlloc i es situà davant del cotxe. Robson que no només sabia negociar, sinó que estava ensinistrat en l'exèrcit, va cridar: -Salti!- I en una dècima de segon, el xofer es va llençar a terra a un costat del vehicle i Robson a l'altre. Amb una habilitat fora del corrent, l'home va llençar una granada de mà dins l'automòbil i desaparegué. L'explosió va ser forta però ells dos van sortir il·lesos, només amb alguna rascada.

Immediatament es va acordonar la zona, però no van trobar el terrorista. Malgrat l'incident, Robson es va poder reunir amb el president, encara que li semblà un home dur i poc raonable.
Passats dos anys, el país ja estava totalment en mans dels extremistes i el seu cap d'estat havia oblidat completament els pactes i les promeses que havia fet a en Robson perquè el seu govern l'ajudés. Es més, els superiors de l'agent tenien un negoci pròsper de venta d'armes amb Hamed.
J. Robson feia temps que havia deixat la diplomàcia i els serveis secrets, i desenganyat de tot s'havia retirat amb la família a un lloc remot que mai va desvetllar, perquè sabia massa coses i ja no creía  en cap causa. La vida era molt curta per malgastar-la així que es va dedicar a viure-la, i encara que ho van intentar, ningú el va trobar. Era un dels millors agents que havien tingut.

Laia                                                                        


viernes, 3 de marzo de 2017

LLUVIA NOSTÁLGICA




AUSENCIA
Seguía cautivado por la voz de su mujer, especialmente en noches así: noches lluviosas de gotas repicando en los cristales; noches de gotas blancas y negras musicando la más bella de las melodías y que solo sus oídos podían escuchar: la misma que tantas veces habían compartido. Había aprendido a vivir con ello, así eran las cosas.

Hoy se retiró pronto hacia el altillo subiendo los peldaños uno a uno, despacio, cansado y de nuevo los ojos en blanco de su amada se le aparecían por todas partes; en cada una de las fotos enmarcadas que vestían el apartamento, mientras que la lluvia seguía acentuando cada vez más su nostalgia. Pudo sentir su mano acariciándole: aquella lluvia le devolvía el sentir de lo que más había querido y una vez más se había apoderado de él. 

Entró en la habitación y al retirar el edredón una nebulosa blanca le cubrió la espalda, y gritó:
-Oh no !, el jodido ectoplasma otra vez !.


Marta Albricias




¿POR QUÉ SE EMBORRACHÓ NOÉ?
Llevaba lloviendo todo el día, Noé se enjugó el rostro. Aquella lluvia le ponía nostálgico, miró al cielo con rabia y entró en su tienda. No lo podía evitar, en días como éstos se acordaba de cómo era el mundo antes. En un rincón de la tienda, vio el ánfora que contenía el primer vino obtenido desde que abandonaron el arca, allá en los montes de Ararat.

No estaba mal aquel vino y Noé echó otro trago, y otro más, y entonces rememoró el bullicio de la gente en un día de mercado, la alegría que inundaba sus corazones al ver tantas mercancías de todo tipo, el griterío de los vendedores que prometían cosas únicas y fabulosas, aunque solo fuera por su precio. No es que ahora estuviera mal, tenía la compañía de su familia, su mujer, sus tres hijos y las mujeres de estos, pero eran la única familia en toda la faz de la tierra. Echaba de menos las ciudades, sus palacios con sus imponentes muros y sus fieros guardias, sus magníficos templos en los que ejercían su oficio las prostitutas sagradas. Así fue como se estrenó Noé, y guardaba un bello recuerdo de aquella muchacha de su edad, pero mucho más avezada que él en las embestidas del amor. Vale, sí, también había casuchas de adobe, prostitutas callejeras y ladronzuelos. Y además en sus corazones anidaba el mal y le habían dado la espalda al Señor. Sí, pero eran mi gente, evocó Noé, y le dio nuevos tragos al ánfora.

Los vapores etílicos se le subieron a la cabeza, lloró con amargura por los ausentes, sus amigos de la infancia, sobre todo. Luego se desnudó y danzó. Al principio, al ritmo de las gotas que golpeaban la tienda. Pero poco a poco, incrementó la cadencia de su baile hasta desembocar en el frenesí de una muchedumbre arrastrada por las aguas.

Felipe Deucalión








LLUVIA NOSTÁLGICA
Ana estaba asomada a la ventana, contemplando las gotas de lluvia, esa lluvia que le hacía recordar tiempos pasados.
Tenía 50 años, estaba casada, no es que le fuera del todo mal en su matrimonio. Rodolfo la quería y ella se dejaba querer, pero muchas veces se preguntaba que hubiera sido de su vida si hubiese tomado otras decisiones en el pasado.

La habían detectado un principio de Alzheimer, por eso intentaba continuamente ejercitar su memoría, antes que le pasara como a los habitantes de Macondo en Cien años de soledad, antes de que perdiera el habla y la cabeza.

Ella ansiaba recordar, así que decidió coger su cámara de fotos y como en los viejos tiempos salió a pasear por la playa, aprovechando que ya no llovía.

Empezó a caminar por la orilla, a fotografiar olas que aún estallaban furibundas contra las rocas. Recordó que a uno de sus amores lo había conocido así, vestida y paseando por la playa, pero esa relación pasional y tempestuosa no tenía futuro.

También se acordó de Iván, estaba ciegamente enamorada de él, incluso se quedó embarazada de él, pero era joven, tenía 25 años y decidió abortar. ¿Hubiese sido más felíz con ese hijo? Seguramente, porque cuando conoció a Rodolfo ella tenía 40 años y a los dos le vino la menopausia precoz, así que la posibilidad de ser madre ya quedaba descartada. Bueno se sobreentiende que la posibilidad de tener un hijo biológico y ninguno de los dos cónyugues se planteó la posibilidad de adoptar, era muy complicado y más a su edad.

Decidió volver a casa y leer y pensar, antes que sus pensamientos y recuerdos huyeran de su mente.


Inma




LLUVIA NOSTÀLGICA
Ella estaba tras los cristales, con la mirada perdida, ensimismada en sus pensamientos de tiempos pasados. La  lluvia caía inexorablemente cubriendo el bosque de una fina cortina blanca que desdibujaba el día, haciéndolo más irreal. Había poca luz y el cielo grisáceo contribuía a una atmósfera lúgubre y misteriosa. A través de la ventana podía oír el constante repicar de las gotas de agua al estrellarse contra el suelo y los árboles. La gran casa familiar aislada en este paraje maravilloso, ahora triste, había sido el hogar de una mujer que ella no llegó a conocer lo suficiente. Se llamaba Clara y contaba su vida en el diario que estaba leyendo esa tarde acurrucada al lado del gran ventanal. Clara fue una joven de gran belleza y buena posición social. En esta casa ahora casi vacía, se habían celebrado banquetes y fiestas y acudían a ellos todos los jóvenes casaderos y de buena familia, de la comarca. Todavía parece que se oyen en el gran salón, el roce de las sedas de los vestidos de gala, y el rumor de los invitados y sus risas, como los ecos de una época ya lejana.

En  ese tiempo conoció Clara a su prometido. Bajo la rutilante luz de las lámparas de cristales transparentes, sus miradas se perseguían como hipnotizadas. Las dos familias quedaron encantadas con la proposición de matrimonio del joven que era el principal heredero de la fortuna familiar.
Pero los acontecimientos siguieron un rumbo distinto. Se fijó la fecha de la boda inmediatamente a la vuelta del novio que tuvo que ausentarse a la ciudad a cerrar unos negocios que no podía aplazar.
En el enorme caserón todo bullía de actividad y preparativos para la inminente boda. La tarde de su regreso, Clara estaba frente a esa misma ventana. Un fino aguacero empapaba la tierra.
La terrible noticia llegó de improviso. El coche de caballos en el que viajaba su prometido había volcado y perecieron los dos ocupantes. Clara se quedó inmóvil viendo caer la lluvia y no se movió ni comió en varios días. Meses más tarde se casó con un próspero industrial y aquí finaliza su diario.

Ella cerró sus páginas y recordó a su abuela Clara, una mujer de ojos grises como un cielo nublado, a la que nunca le gustaron las tardes de lluvia, ahora ya sabía por qué.

Laia