sábado, 22 de diciembre de 2018

EROS


REDESCUBRIENDO A CUPIDO
Hace un tiempo ya que Cupido no dispara flechas; ahora juega a los dardos, bebe más de la cuenta y pocas veces acierta en la diana. Ante la creciente tasa de divorcios le despidieron: estaba ya algo cansado, no veía bien allí donde apuntaba y de esta guisa el volar en pañales no era ya lo más indicado; así que tras reconocer su problema se puso en manos de los mejores terapeutas quien le ayudaron con la crisis en la que se encontraba. Poniendo de su parte participó también en un taller de puntería, superó tal bache y se reinventó.

Cupido se ha conocido, ha evolucionado incluyendo y considerando nuevos estadios, y  más que solo disparar las flechas, lo que más le gusta es ver que nos encontramos con alguien con quien saltar los mismo charcos: caprichos del destino y la química de Eros.

Marta Albricias




REFLEXIONES
Hoy he leído en “El País”, un artículo de Beatríz Silva, que hace reflexiones que yo me había hecho anteriormente y que comparto al cien por cien. Os pondré entre " " su escrito y añadiré mis propias conclusiones. "Reconocer la prostitución como un trabajo normal, y sindicable es condenar a miles de mujeres a una actividad que se nutre de la desigualdad entre países ricos y los pobres de donde provienen las prostitutas". Esto ya lo  había pensado yo muchas veces, hoy en  día la mayoría son mujeres extranjeras. Por suerte, las españolas, mayoritariamente no ejercen ese oficio. ¿No os lo habíais preguntado? Mujeres que vienen engañadas, encerradas, esclavas del siglo XXI. ¡Qué decir de los hombres, los usuarios de semejante actividad repugnante!   "Los que dicen que las mujeres eligen libremente, ¿por qué son las latinoamericanas, africanas y las asiáticas, y no las suecas o las Noruegas?" La evidencia es contundente. Que alguna ejerce libremente, puede, una minoría y habría que ver y analizar el porqué de esa elección. ¡No a la LEGALIZACION DE LA PROSTITUCIÓN! ¡NO A LOS PARTIDOS QUE LA PROPUGNAN! Ya se que es difícil, una UTOPÍA, pero qué sería del mundo sin las utopías.

Para finalizar, los que dicen la absurda frase para justificarla de que "es el oficio más antiguo del mundo", es una FALACIA. El oficio más antiguo del mundo es el de cazador, luego el de agricultor, comerciante, aguador, carpintero, luego tristemente llegaron los "soldados" y fueron ellos, los hombres, los que violaban, raptaban a las mujeres y las obligaban a prostituirse. Sé realista, pide lo imposible que se decía en el mayo francés del 68. Si el mundo ha mejorado es gracias a los que pensaban q un mundo mejor es posible, y han luchado por ello, perdiendo en ocasiones la vida en el empeño. Y dicho todo esto, ¡Felices fiestas con mucho amor y todo mi cariño! 

Rosa Segura Moreno.




CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD, NO ES COINCIDENCIA, ES REAL. EN EL ESPACIO QUE TARDÉ EN CONFECCIONAR ESTE RELATO, NADIE HA SUFRIDO OFENSAS, SALVO MI MEMORIA AL RECORDAR; PERO DURANTE LAS CLASES QUE SE VAN A REFERIR, UN COLECTIVO DE ESTUDIANTES, SÍ FUIMOS VÍCTIMAS DE LOS PEORES DEFECTOS DE UN MAL DOCENTE.
-¡Silencio!
Tres sílabas, la última alargada, proferidas con aspereza, santo y seña de la Srta.Lobato, profesora de latín y griego.
La clase permanecía atenta, apenas algún murmullo que merecía la amonestación reseñada. Ignacio, situado en la primera hilera de los pupitres, al lado de la ventana, era un taquígrafo tomando notas. ¿La lección? No, las coletillas por carencia de fluidez oratoria y léxico reducido, onomatopeyas y ruidos inclasificables de la susodicha señorita. “Eh...”, “bien”, “pues...”, y el ya conocido “¡Silencio!”.
Terminadas una serie de traducciones, la figura a tratar esa mañana era la de Eros, dios griego representado por un niño alado y provisto de un arco, el que en la mitología romana conocían como Cupido. Una vez habíamos visto la escultura “Eros y Psique” del libro de texto, la maestro hizo una de sus transiciones habituales, pasando de ser la intransigente Srta.Lobato a simplemente Feli, una persona coloquial y soez, con el cometido de cumplir con el papel de entregada hermana mayor del grupo, como la que insta al resto a embarcarse en un vuelo sin motor, con la humareda de cigarrillos alucinógenos. Práctica, que cómo no, defendía como emblema de la "progre subversiva" que se creía.
En el libro se podía leer, que Eros figuraba como uno de los seres primigenios, vinculado al mito de los orígenes del mundo, pero Feli ya entonaba un discurso poco educativo, relacionando el personaje con corpulentos modelos de colonias. De ahí, pasó a citar dos películas de Passolini: “El Decamerón” y “Saló, o los 120 días de Sodoma”. Entre risas de los que se habían dejado embaucar por la prosa propia de un poeta arrabalero, que olvidaban que en el repaso de los exámenes no habría otro jolgorio que el regocijo de la examinadora al escribir su recurrente “No contestas a la pregunta”, aparecieron tacos y referencias íntimas de la docente, a experiencias furtivas con el sexo, a edades incluso inferiores a las que tenían los alumnos.
La cara de Ignacio era la de un futbolista abochornado por la goleada que llevaba encajada su equipo. Soplaba y miraba al techo buscando desconsuelo, pero no podía evadirse. Esos retales de serie “S” de baja estofa, habían viciado el aula. No existía maestra, en realidad nunca la hubo en un sentido estricto. Sin gafas con cristales de colores, pero con atuendo y proceder de asistente del festival de Woodstock, la psicodelia había trastocado hasta la cordura de ese apacible estudiante.
La fértil imaginación de un pubescente, empero, no podía encubrir la realidad. La pelambrera larga, pero ajada, lacia, con hebras canas, y en general, de vista tan mustia y pareja a una corona funeraria con tres jornadas de vida, no se acercaba a unos cánones de belleza estimulantes. 
Estereotipos del vestuario fantasioso como vestidos de raso, pañuelos de seda, blusas de satén o zapatos de tacón de terciopelo, tenían su réplica con prendas desgastadas que simulaban un cuerpo amorfo, que como ella, también era rebelde y luchaba contra la opresión de los mandamientos del mundo de la estética. Los leotardos de lana color mostaza, con bolitas, eran usuales en la vestimenta de la profesora de lenguas muertas clásicas. ¿Una típica esclavina griega, con un pelo lavado y recogido en una cola por una argolla de plata, habría mejorado la imagen? Sin duda, aunque Miss Lobato tuviera un tronco adiposo, no era una mujer mayor, no se le distinguían arrugas y estaba lejos de ser adjetivada como fea. Aquí está la clave: “De gustibus et coloribus non est disputandum”. No podríamos debatir sobre las inclinaciones individuales, referente a lo que encontramos atractivo o incitante, porque son criterios personales, pero la inquina, el requiebro en la maldad, el engaño, proceder con argucias, la descarada falta de empatía y la soberbia, son detectables y más allá de las virtudes físicas de un ser, lo afean de verdad para auparlo como alguien detestable.
(Jaculatoria de la docente)
Srta.Lobato: “Domínguez, no contestas al enunciado del relato.”

 ¡Silencio!


Xavi Domínguez

viernes, 7 de diciembre de 2018

LOS POSTRES


A  LA HORA DE LOS POSTRES
Aquel día llegué tarde y la puerta de la cocina estaba cerrada, me quedé muy quieta y atenta. Buscaba carne, solo carne, las mermeladas y el resto de viandas estarían a salvo, pero la carne no.  Esperaba a que alguien saliera de la habitación y abriese la puerta de la cocina pero de repente, me estrellaron contra la cortina, las flores de encaje se arrugaron y los claveles de invierno quedaron a la vista por un momento a través del cristal pero pude escapar, y volví a esperar, esta vez en el quicio de la ventana del pasillo. De repente se abrió la puerta y pude colarme en la cocina pero ni rastro de carne. Al cabo de unos segundo me sentí atrapada para poco a poco darme  cuenta de que un dulzor excesivo me envolvía y que cada tanto, todo temblaba. Así me mantuve hasta que, con gran esfuerzo pude moverme de nuevo: saqué una pata, saqué la otra y fue entonces cuando pude abrir mis alas de nuevo…para salir volando de allí, decidida a nunca más volver a la hora de los postres.



Marta Albricias





PALABRERÍA

EN UN MUNDO SIN INGENIO, DONDE LA VAGUEZ INTELECTUAL ES OTRA PATOLOGÍA QUE INVADE LA MENTE HUMANA, DETERMINADAS TIENDAS SOCORREN A LA POBLACIÓN...


-¿En qué puedo servirle?
Había hablado un dependiente con actitud solícita, cuello erguido y brazos en la primera posición de bailarina de danza clásica.
El mostrador de madera, era ancho como el de las antiguas mercerías y de las paredes colgaban cuadros, diplomas y diversos tratados que versaban sobre la gramática y el lenguaje.
El cliente se arañó la mano izquierda, en señal de incomodidad.
-Verá... Tengo una cita. Necesito...
-Ha venido al sitio indicado –respondió el dependiente ufano, amagando una sonrisa y deslizando un cajón encima del tablero.
En una era, donde las pantallas de los televisores y ordenadores habían adquirido tal potencia lumínica, que causaban daños visuales y progresivos ataques epilépticos por foto sensibilidad, y navegar por la red informática era adentrarse en una selva tupida de maleza y riesgos, los sistemas de archivos de antaño, volvían a estar operativos.
El dependiente empezó a enumerar.
-Amistosas, amorosas, aumento de salario, laborales, entrevista de trabajo...
Un hombre atrapado en una americana que parecía un chaleco salvavidas hinchado, con los botones como remaches de un puente, resistiendo una alta opresión, desvío el interés del primer cliente.
-Esta noche asisto a un combate de boxeo. Requiero con urgencia una salva de improperios nuevos. ¿Tienen algo del estilo de: “¡Zúrrale al hígado, animal de bellota!”. 
-Caballero, no trabajamos con este tipo de material –repuso ofendido sin mirarlo, un almidonado dependiente, marcando una comba con los labios-. Pruebe en una tienda de empeños, suelen guardar cestos con vocablos usados.
-No tengo el don de palabra –se excusó el primer cliente.
-Nadie. La tecnología ha derruido el ingenio. Las memorias están melladas, de ahí nuestra función. Puedo ofrecerle una ficha con galanterías.
-No, me sentiría ridículo. ¿Y esa sección? “Circunloquios y perífrasis”.
-Estimado comprador advenedizo, no es recomendable. Esos rodeos de sintaxis se usan en negociaciones o discursos de alto rango. Es como comprar una botella de agua que pesa como si tuviera un litro y medio, pero una vez abierta apenas deja caer una gota.
-Me parece que no le entiendo...
-Tenemos consejeros delegados de multinacionales, financieros y senadores abonados a este servicio. Pero le pondré un ejemplo de alguien al que no he de reservarle confidencialidad, “El atracador gentil”: “Sin dilación y sin la necesidad de cumplimentar un recibo por los enseres que me dispongo a llevar, deposite el conjunto de sus pertenencias de valor, para que a fin de cuentas, este afectuoso y casual encuentro comercial, se aproxime a su conclusión”. Hecha la venta, telefoneamos a la policía. Nuestro afán por vender no obstruye la aquilatada honradez y prestigio de esta empresa.
    En la trastienda, un muchacho de aspecto lozano, mordió una magdalena y esta le escupió un chorro de crema, lamparón que le quedó como insignia en el suéter. Esa acción no pasó desapercibida.
-¡Eso es lo que necesito! –señaló el comprador entusiasmado-. ¡Azúcar, miel! Dulce a borbotones. ¿Tiene alguna tarjeta para citas pasteleras?
El vendedor desaprobó esa calificación, como si hubieran tirado unos guantes de pescadero en el mostrador.
-Frases edulcoradas -rectificó-. ¿Y tiernas, con reiteradas referencias a cachorritos huérfanos y desolados?
-Si quisiera eso habría ido a la tienda de mascotas y ahora tendría dos caniches enanos en los bolsillos del abrigo.
-Le advierto, es un terreno peligroso. Recuerde la cantidad de cantantes y letristas que en el pasado fueron apresados, acusados de usar una jerigonza sexista. ¿Cree que ahora se admitiría que Jack Lemmon dijera que los andares de Marilyn Monroe se mueven como la jalea? Eso sucedía en “Con faldas y a lo loco”, hace más de un siglo.
Puede probar con algo sutil.
El comprador leyó una nota.
-“Mi añoranza por ti es la de los niños que entelan los cristales de la confitería, embobados con las bandejas...”. Está inacabado –protestó con tono agudo.
-Claro, es una muestra. La ficha completa después de abonarla.
    El cliente adquirió esta, más una que comparaba los besos apasionados con la primera mordedura a una manzana de feria y otra referente al tocinillo de cielo, por si la cercanía de la charla derivaba en un choque con frenesí. ¿El resultado? Ese será otro relato, pero cuando tengáis una cita y vuestro propósito sea impresionar a la otra persona, basta con ser respetuoso, no cometer torpezas y acudir a un lugar acogedor. Pretender iniciar una relación amistosa, de pareja o solo de eventual fricción, memorizando y recitando un contenido vacuo y pedante, cuyo estilo tampoco podréis mantener a lo largo del encuentro, no os convertirá en un conquistador ilustrado, sino en un petulante fantoche, que fracasará en su cometido.

Xavi Dominguez

viernes, 23 de noviembre de 2018

ARCO IRIS



EL PALILLERO DE MÁRMOL
-Pase y tome asiento, Sra.Landry, estarán por usted de inmediato.    Había hablado un botones, alto, de carnes consumidas y vestido con un traje que no era de su talla, pero que se había expresado con un tono afable que amortiguó la inquietud de la visitante.    Los pasos dados repitieron el eco de un acantilado; eso y la sensación de soledad en la sala, la estremecieron. El edificio daba la impresión de estar deshabitado, no se escuchaba el ruido de maquinaria ni de voces lejanas. Las sillas y la frugal decoración eran anacrónicas, una mirada a un triste pasado, donde la emoción hubiera sido derrotada.    Cuando las dudas de la Sra.Landry habían convencido a sus tobillos para iniciar las maniobras de una furibunda retirada, escuchó que la llamaban para la entrevista.    Al encontrarse a medio camino del despacho al que tenía que acceder, a la visión gris de la estancia se sobrepuso un haz de luces multicolores. Irradiados desde la cristalera, una banda violeta le cruzó el rostro y unos relucientes naranja y rojo le pintaron la mano derecha. Aspiró aire conmocionada por la energía lumínica, brillaba como un cáliz de oro reflejado por una la luz filtrada por vidrieras góticas.-Pase. ¿Entiende ahora por qué se llama “Fundación Arco Iris”?    Un hombre con los huesos marcados, bigote recortado y sonrisa automática, la emplazó a sentarse. Encima del ojal llevaba la identificación de “CAPTADOR”.-No sea reticente. Lo ha sido desde su llegada. Gotas de agua atrapadas dentro del cristal de las ventanas. La naturaleza se encarga del resto. Ahora abordemos los negocios. Su amiga, la Srta.Odett, clienta desde hace años, la avala. ¿Un cigarro?    De un tarro de cerámica, el captador sacó una rama de canela que ajustó a una boquilla. Esa inusual acción y el extraño aire a repostería quemada, descolocaron aún más a la visitante.-Necesito dinero para encargar un trabajo de artesanía.-Sra.Landry, para fidelizar a la clientela, les pedimos opacidad respecto a nuestra manera de obrar. De ahí que la Srta.Odett no haya entrado en detalles. No somos una entidad financiera. No obstante, su petición nos congratula y estamos dispuestos a cooperar con usted. Mal que me pese, antes, rellenaré una ficha; en esta compañía nos rebelamos contra los formulismos administrativos. Ya ve que el edificio está exento de vagos asalariados que hagan ver que trabajan y ralenticen los procedimientos.    El captador se puso de perfil y se acercó a una máquina de escribir de cinta, una Pallgrow 55. Iba sonando un “tac-tac” amortiguado, a cada pregunta.-¿Es esto una broma? –expresó ella levantándose, agrandando el labio belfo-. No está tomando nota, ¡no hay papel en el rodillo!-Le avisé que estos trámites no eran de nuestro gusto. Si se consuela, la cinta tampoco escribe, está seca.    El captador terminó la explicación con una sonrisa desaforada, de feriante ido.-Atenderíamos su pedido, pero...-Necesito ese palillero de mármol, sé que ustedes pueden lograrlo. Tengo algunos ahorros.-¡No entiende nada! –reclamó a voz en grito el captador-. ¿Ha ido a la cafetería del sótano? Tenga, aquí tiene la carta.-¡En blanco! –se quejó la Sra.Landry haciéndola volar.    El captador se abrió de brazos para iniciar una perorata.-“La fundación Arco Iris no es una entidad financiera”, hacemos posible lo imposible, pero no usamos el dinero en nuestras transacciones, ni confudimos la mente de los clientes con decenas de formularios con cláusulas capciosas, ni pronunciamos: “Todavía no ha llegado”, “venga otro día”, “depende de la central” o “es cosa del ordenador”. Quiere ese palillero como ofrenda a su difunta madre. Eso le honra, pero las reglas de la casa no pueden condonar una falta como la suya.    La punta de la canela quemada reposó en un cenicero. Tras la pausa, el captador recuperó el histrionismo.-¡Es una morosa de versos! –gritó apuntándola con el índice como si fuera una escopeta que intimidara a un asaltador de caminos-. Sí, debe dos. Cuando tenía 16 años. Puede que debido a su desmedida vergüenza no se atreviera a recitarlos en clase. Hasta que no se salde esa deuda...-Es la magia del arco iris... –comentó la acusada despabilándose-. No recuerdo qué poemas, solo la intransigencia de la profesora y su rictus constreñido y un pompis del tamaño de dos tambores.-No hay tiempo para buscar un poemario de Quevedo, lúzcase con una de mis creaciones.    Con entonación de rapsoda, la Sra.Landry, declamó leyendo el papel que había recibido.“Neumáticos de piel y hueso,con los que se baila y bota,algunos apestan a queso,pues hay que lavarlos, idiota...”-¡Emergencia! ¡Estamos desbordados en la cafetería!Irrumpió un hombre derrengado, con los hombros hundidos y cuello saliente de quelonio, pelo blanco y profusas arrugas en cualquier zona del cuerpo. Sus brazos parecían haber estado sumergidos en salmuera los últimos meses.-¡Sr.Applewhite! ¿Qué hace aquí?-¿Dónde están las jeringuillas para rellenar pepinillos? –interrumpió el citado.-Es un marmitón de la cafetería.-Era el director de la sucursal de la Caja Nacional. ¿Sueño? –preguntó la mujer al captador.-Usted no es Dorothy y yo no soy el mago, aunque esta calamidad que intenta redimirse de su denigrante pasado, bien pudiera ser el asustadizo león, pero tenga claro que “En la fundación Arco Iris”, como rezaba la canción, “los sueños se hacen realidad”.



Xavi Domínguez

viernes, 9 de noviembre de 2018

CHOCOLATE



BOMBRAZO

Mis dedos formaron un enrejado, una pulsera gigante que se cerraba a la altura de los riñones de una dama. Oprimí lo suficiente para que nuestros torsos se plancharan en un abrazo, cálido como suele decirse, pero con ingredientes sensoriales que harían interminable esta descripción. Acto seguido, las mejillas de ambos se deslizaron efectuando cosquillas transmisoras del rescoldo de sentimientos arraigados. Hecho lo cual, espiramos suspiros al unísono.    Pensé en su tacto, tan gustoso y templado, que no me desprendería de él, y lo vinculé al chocolate, que se modela a una temperatura ligeramente superior a la que tenemos los humanos, así que repetí en bucle el abrazo de la noche anterior. Como cualquier goloso, por unos segundos había atrapado mi ambicionado objetivo, el dulce, en esta ocasión era su espalda y su seno, que usé como lecho en el que me habría dejado llevar por la ensoñación o el insomnio. La suavidad al friccionarme con ella y esa colérica pasión que se encendía cuando la aprisionaba contra mí, eran el bocado de un tiramisú, coronado con unos rombos de chocolate negro con elevado porcentaje de cacao y aroma de pulpa de vainilla.    El desenlace entre dos personas que se reparten caricias sin distancia y postergan, paralizándose, el momento de la desunión, es placentero pero efímero, igual que comerse una delicia de chocolate.     Dada la importancia que había supuesto para mí ese gesto, donde se suman y amplían afectos mutuos, realicé un encargo para que lo trabajaran en el obrador de una reputada pastelería: se trataba de un bombón con ribetes de chocolate negro por fuera, con el relleno mencionado y la silueta de un maniquí de modista. El fruto de la analogía de mi inestimable recuerdo, la simbiosis entre un abrazo y un bombón, fue bautizado como “Bombrazo”.



Xavi Dominguez

viernes, 19 de octubre de 2018

EL MENSAJE



EL MENSAJE
Clara conoció a Abel cuando era muy joven. El estaba muy enamorado de ella pero ella sólo le quería. Él era muy celoso porque Clara tenía muchas amistades masculinas y tenía terror a perderla. Muchas veces ella le abandonaba porque decía que necesitaba estar sola para comprobar si estaba enamorada o no de él. Al cabo de 8 años decidió dejarlo porque se sentía aún joven, con 28 años, y él le llegó a decir que si le dejaba por otro que la quisiera más que él aún lo entendería pero que como ella era muy guapa y con carácter muy difícil, la mayoría de hombres buscarían sólo sexo en ella.
Le pidió como favor no verse nunca más para así poder olvidarla y le dijo que muchas veces de acordaría de él. Ella cumplió su deseo pero su próxima relación fue con un hombre que sólo la deseaba y no la quería. Pensó en llamarle muchas veces pero no se atrevía. Al cabo de muchos años, con 35, llegó a su trabajo y le dijeron que ya no trabajaba allí. Decidió enviarle un mensaje por Facebook , ya con 48 años. Lo encontró pero sin foto, sólo tenía a su familia como contactos. Se imaginó que no estaba casado, aunque podía tener pareja. Le envió una solicitud de amistad que no respondió. Ella le conocía muy a fondo y dudaba si no usaba Facebook o si no quería saber nada de ella.
Decidió enviarle por un mensaje por messenger. No estaba segura si le llegaría porque nunca estaba contectado. Allí le pidió perdón y le dijo que quería que le llamara, le pasó su teléfono, sólo para hablar.
¿El mensaje lo leyó? Cree Clara que siguió fiel a su petición.

Inma





EL SOFA
-Lo sé todo.
No hubo gritos, la sola presencia física de Abelarda, que había pronunciado la frase con la solemnidad que se anuncia una defunción, bastó para paralizar a su marido, que se quedó de pie, sin saber qué actitud adoptar. Al sentirse descubierto, estiró los brazos en signo de rendición. Drómidos Apostolakis (así se llamaba el sujeto), un varón de mediana edad y facciones que no merecían ni elogio, ni vilipendio, dio medio paso. El torso de su esposa subía y bajaba alterado y su mirada era una invitación a una reyerta marital de máximo grado.
-Descubrí tu secreto: el sofá, el sofá del pecado –remarcó descorazonada.
La estocada fue definitiva para Drómidos, incapacitado incluso para generar un balbuceo.
-Has puesto la cara de tener números rojos en la cartilla, pero tus deudas son morales.
-No sabía cómo contártelo...
-¿Desde cuándo? ¿Empezó en el despacho o antes?
-¡Tuve que haberme sincerado hace años! –negó él condicionado por la rabia.
-Mis amigas, el entorno, todos desconfiaban de ti. Me advertían. Igual que el anillo de pedida o el de casada, tenía otro: el de la “duda”, este, auténtico, por desgracia.
Antes que la afectada se desahogara con improperios, el marido quedó insonorizado por pensamientos que ridiculizaban a su esposa. Abelarda tenía las piernas anchas, buche y papada y aunque exenta de vello facial, la afición de Drómidos por los tebeos, relacionaba su figura con una simbiosis entre el cuerpo de la Srta.Ofelia de Mortadelo y Filemón, y el mostacho de su jefe, el superintendente Vicente. Esta comicidad, no reflejada en la expresión, lo salvaguardó del aguacero de calificativos despectivos que iban a proyectarse sobre él.
-Como a muchos, te había clasificado como “insecto polinizador”, amante de ir probando de flor en flor, pero me equivoqué, eres un escarabajo pelotero, rastrero, pervertido e insaciable. Antes eran indicios, ahora ya poseo pruebas y la admisión de tus infidelidades.
-Insúltame, ha sido fácil para ti, tanto como servir las patatas a medio cocer en los guisos.
Agraviado por ir del brazo de una mujer que usa siempre los mismos vestidos. Un semáforo tiene más estilo y variedad de colores que tu ropero. Paseando éramos la imagen de una cápsula del tiempo: tú en la década de los setenta y yo en la actual. Servil y pelota, sí, lo admito, ¿cómo sino podía arrodillarme cada mes ante tus pinreles y luchar denodadamente con las uñas de tus pies?
-Sabes que me mareo en el callista...
-Mi cabeza hubiera corrido menos peligro en un campo de tiro al arco, pero al final, lograba cortarte las infectadas de los dedos gordos, conchas de caracoles adultos.
-¡Desvías la atención! ¡Esto no te exime de tus golferías!
-Degrádame, pero no me llames infiel. ¡No lo soy! –protestó él, vehemente.
Fue entonces, cuando Abelarda desdobló una cuartilla.
-Juan Ramón, lo conoces, ¿o también lo niegas?
-Tú también. Hace 15 años que estamos en la misma sección.
-“Pandora, Ursulina e Indalecia. Pásalo bien con ellas.” La nota estaba metida en uno de los cojines.
    En inusitada reacción, el acusado se estiró en el sofá adoptando una anodina postura de modelo pictórica.
-¡Qué hombre tan discreto! –exclamó Drómidos con una altísona imprecación, exhibiendo los dientes, agresivo-. Pero este mensaje, aun siendo contradictorio, es la prueba que me inculpa, pero me salva.
-No has pintado el piso –respondió ella extrañada, oteando-. No son los vapores de la pintura. ¿Por qué compraste este sofá viejo del trabajo? ¿Es la cabeza del león de un cazador, su trofeo? ¿El lecho de licenciosos encuentros con esas casquivanas?
De un salto, el marido se abrazó a su mujer, que intentó repeler el gesto cariñoso.
-Nunca he estado con otra que no fueras tú.
-¡Y la nota!
-El balón de oxígeno de un depravado. Sí, siempre actuando deprisa...
-¿Qué argumentas? ¿No entiendo?
Drómidos se fue al sofá, tocándolo como si lo estuviera lijando.
-El cuero es una esponja que moldea los cuerpos y atrapa los sus olores o eso cree identificar mi mente. Las chicas de la oficina, con quien nunca tuve nada indecente, depositaron un regalo para mi sentido olfativo: sudor, perfume...
-De ahí el plástico protector, para no adulterar la fragancia. Y cada vez que entraba y fingías buscar las llaves, traicionabas nuestro matrimonio. 
Abelarda, con las manos cogidas a los hombros, pensativa, lanzó un soliloquio.
-¡Cornuda por un sofá! ¿Cómo se enfrenta una a esta situación? Devolverle la moneda sería liarme con una de las sillas giratorias de su despacho...
-¿Estás más tranquila, cariño?
Las cejas de la interpelada se ondularon incrédulas.
-Cariño... En tu boca no suena igual. Ha sido como si hubiera escuchado “intumescencia”. Lo pronuncias, pero no me llega el calor. Este mensaje, y lo que conlleva... Destapar tu devoción perruna, nos obliga a tomar decisiones. Si fuera guionista, sería la peor, pues no seré original en la propuesta. Antes de que destruyas esta unión, ¿el sofá o tú? Escoge.
Drómidos se acercó a su esposa, desconcertado.
-¿Quieres que uno de los dos se marche? Puedo tratarme. Intentaré dejar la adicción de forma paulatina. Dame tiempo.
-¡Has tenido toda la vida para cambiar! Quiero acabar con esto, ¡ahora!
De haber sido uno de esos personajes de viñetas que tanto adoraba, le habría salido un tupé después del bramido de su señora.
-Sí, ¡ahora! –replicó él en una combativa imitación-. Ahora llamo a un camión de mudanzas. El sofá y mis pertenencias. No me encarcelaré con una intransigente.
-De acuerdo –dijo Abelarda subiendo el brazo izquierdo con falsa serenidad-. Pudiste acabar con tu “amante”-comentó señalando el sofá-, pero prefieres inmolarte.
-¿Has perdido el juicio?
-Lo he ganado. El trato era: acabar con el sofá o contigo. No esperaremos al alba para proceder a cumplir tu deseo.
    Y sin que Drómidos alegara argumentación alguna, de la recia espalda de Abelarda, levantó el vuelo un hacha con el filo oxidado.

Xavi Dominguez

viernes, 5 de octubre de 2018

LA MUERTE


CRUEL
Cruel es el hombre que me abandona
y mi vida desmorona
¿Por qué ? por qué me tuve que enamorar de él
Por qué...por qué hay gente tan cruel!
A veces mi alma sueña con ser feliz de nuevo
pero otras se encuentra tan falta de armas! Inerte!
A veces mi corazón sueña con un soplo de vida
pero otras se encuentra tan abatido y desfallecido: Inerte!

Inma Sanz



LA HORA
Durante el trayecto de mi casa al hospital empecé a perder consciencia. Todo lo que veía tenía un tinte cian y de repente me sentí muy pesada y cansada. Mi respiración se volvió muy trabajosa pero ya no me angustiaba; sentí que me estaba quedando dormida.

Al llegar al hospital me llevaron corriendo a una sala que parecía un quirófano. Me colocaron en una camilla y todo lo que recuerdo es que cerré los ojos y de nuevo no sabía lo que estaba pasando solo que estaba segura de que me empezaba a sentir muy bien.

Unos minutos más tarde, abrí los ojos y todo a mi alrededor brillaba; me sentía como en una nube y una gran alegría me invadía: ni rastro de la enfermedad, solo una gran sensación de paz. Si aquello era morirse, si era la muerte la que me había llevado hasta allí, me hubiese gustado poder volver solamente por unos minutos hasta la camilla para explicárselo a todos los que angustiados esperaban saber sobre mi. De repente…un ser indescriptible, incatalogable.... se acercó a mi nube y me dijo: -"Lo siento, tengo malas noticias: en un par de horas, deberás volver y seguir cuidándote mucho”. Todavía no es tu hora.


Marta Albricias




HARAPOS
El olor era indefinible. En ese cubículo umbrío, se percibía la perseverancia de fósforos, pólvora quemada y la rancia humedad de un sótano sin ventilar.
Después de presentarse, Mario Parson quedó clavado en la silla, con la atención fija en la anciana que tenía delante. Dos esféricos puntos negros, ojos vivaces en un caparazón decrépito, lo examinaron sin pestañear. La mujer estaba rígida y ninguna de las huellas que dejan los años en el rostro, se movieron. Tras una meteórica revisión al intruso, las tramoyas que le regían la expresión, se accionaron para que la visita entendiera que recelaba de su presencia.
-¿Qué fuma? –pronunció ella.
El vaho del visitante se veía a contraluz. Este, respondió cerrando los párpados.
-Vengo a formular algunas preguntas, no a responderlas.
En el silencio que se perpetuó, Parson descubrió una especie de briznas de paja, rayadas por un enfermizo color hueso de hoja de papel de anticuario, que predominaba ante el gris de los pelos que componían una cabellera descuidada. Más que un adefesio, era una imagen extraña, atemporal, como si una estatua hecha con carne, hablara.
Notando que una incerteza revestida de frialdad, ganaba enteros dentro de su fuero interno, contestó, sorteando un accidente en la dicción, factible ante la ligera tiritera que ya le llegaba al torso.
-El aliento. Ese es el humo. Hace frío en la calle.
-Está nervioso. Soy adivina, pero vieja. Mi aspecto le sobrecoge.
-¿Qué edad tiene? –dijo él aspirando aire para recomponerse.
-La de un muerto, hago tarde. ¿Se imagina que fuera testigo de mi viaje? 
Una sonrisa que pretendía ser dulce, no embaucó al hombre.
-Cuántos novios han visto partir a su pareja o han caído en una zozobra emocional al quedarse sin su amor, en un puerto, en una estación... Pero usted no me lloraría.
-No la conozco –repuso cambiando el apocamiento por enfado.
-Es insensible –protestó la adivina estirando la espalda, rompiendo el estatismo-. Acaba de preguntarme por mi años. Esté atento. Resolveré esa duda.
-¡Mamá! –masculló él, en una exclamación inadecuada para el reposo de la medianoche, al intuir por un instante, los rasgos de su progenitora delante de él.
-Sí, ambas tenemos la misma edad.
-¡Se lo inventa! Ni siquiera yo lo recuerdo. Hace tanto que no hablamos... Poco sé de ella, estamos desconectados.
Los travesaños de su silla traquetearon. La actitud tajante de la pitonisa, descompuso a Parson.
-Guárdese esos billetes. Dinero para tener más dinero... 
Después del desprecio al ver que se abría una cartera, la risa de la anciana quedó incompleta en una funesta sonoridad.
-Yo quiero saber...
-¡Bah! –refunfuñó la vieja-. Es un delincuente. Además, reniega de su madre, una de las peores credenciales.
Con una de las pausas de las que abusaba para insuflar firmeza a las locuciones, la adivina culminó sin turbarse.
-Márchese.
El visitante despejó la cortesía que se le atribuye a un huésped, para ser despreciativo, doblando el labio inferior como un forajido que reta a un tiroteo a alguien que cree inferior. 
-Es un fraude, está acabada. Vive de la caridad en este chamizo.
-¡Idiota! –correspondió ella frenando la humillación-. Usted está ahora en este sótano, quizás para siempre. Salga, es temeroso y débil en demasía. Los teme a ellos y también a la muerte. Eso, más que a nada. Ladrón, cobarde y con rencor maternal...
 La voz de la adivina perdió decibelios, que prosperaron, a la vez que los codos, en una gesticulación que remarcó la displicencia por el tipo que tenía enfrente.
-¡Qué pésimo bagaje para su zurrón!
-Astucia la suya –contestó aplacado Mario Parson-. El sudor me delata. He venido corriendo.
 Añadió con titubeos, disimulando un estado de consternación, visible en su faz.
-Puede que eso sea cierto –empezó explicando la anciana con una mirada desdeñosa, similar al empujón que se da a alguien que importuna-. Lo echaron del tranvía por no llevar billete.
-¿Quiénes son ellos? –preguntó el hombre con insofocable reacción entre el sudor y la urticaria nerviosa.
-¿Por qué pregunta lo que ya sabe? Eso es de tontos. Conoce muy bien los nombres de sus compinches.
-¿Alfred Basset? Es un juego entre dos. Él ha alquilado esta habitación y la ha contratado. Han preparado esta charada para hacerme cantar.
Otra carcajada de la vieja duplicó las ronchas en la piel de Parson, que instintivamente tiró el tronco hacia atrás. Notó la incomodidad del gélido sudor zigzagueando, en contraposición con la cara que le ardía tal como si se hubiera afeitado en seco con un rastrillo.
-El ser humano es fuerte, puede aclimatarse a vivir sin luz en un cubículo, alimentado por la esperanza de salir de él, es el espíritu de la supervivencia; pero también es malvado para cumplir objetivos más pretenciosos. Se acostumbraron a matar, Sr.Parson, ni siquiera es decente que siga dirigiéndome a usted con este tratamiento tan respetuoso.
-¡No soy un asesino! Hago vigilancias, conduzco coches, camiones... Sí, soy un cobarde, no podría hacerlo. Nunca he matado a nadie.
-Pero ha asimilado convivir con esta rutina a su alrededor.
-Repite lo que le han dictado...
    La vieja articuló los brazos como si pretendiera airear el humo de una hoguera. Replicó con una dicción que parecía alejarse en un túnel. Si el delincuente estaba enrojecido, ella aparentaba estar recubierta por una capa de cera que desvanecía su figura.
-Ese rasguño en la mano, se lo hizo en el cobertizo de su casa esta mañana.
-Nadie lo sabía –respondió él atónito, apartando la silla y poniéndose de pie-. Es una bruja, ¿qué quiere de mí?
-Le dije que se fuera. Es tarde –confesó la vidente con una respiración dificultosa-. Pero le curaré las heridas. Tengo la edad de los muertos, pero el vigor de los vivos...
Parson comprendió el significado de aquella declaración: su madre estaba fallecida, igual que la adivina. Horripilado y con el sistema nervioso en zafarrancho de combate, hizo ademán de irse, pero no pudo. Como en los sueños fatídicos, las piernas no se despegaban del suelo. La palidez que rodeaba a la mujer, la succionó en una albugínea y densa neblina, aunque algo seguía moviéndose en ese turbio espacio.
-Le curaré las heridas con mis manos... 
La última palabra resonó con maléfica afonía. Aunque su intención era salir a la carrera, el criminal se aproximó a los dedos de ella. Un zarpazo le desabrochó la camisa, y sin tiempo para defenderse, las garras de un gato le taparon la visión. Amarrado en su nuca, el animal le había destrizado la ropa y causado cuantiosos cortes. 
La lucha se prolongó dos minutos, sin maullidos, solo con las súplicas y alaridos de la víctima, incapaz de zafarse del verdugo, hasta que recuperó la movilidad y se encontró
dando tumbos por la habitación, cogido a sus sienes. El gato, la atmósfera lechosa y la adivina, no estaban. Parson, ahora tenía el aspecto de un vagabundo. Se sentía como
si le hubieran estado restregando cabezas de cerillas gigantes por los brazos y el pecho. Las heridas le escocían, aunque el sangrado no era profuso. Reflexionó. Antes que la ropa quedara deshilachada, su honor ya se había descompuesto. La mujer tenía razón, él era medroso, delincuente y un mal hijo. Esas garras humanas o felinas, reales o fruto de una ensoñación o crisis alucinógena, le habían salvado de seguir hospedado en la criminalidad. Sí, como había anunciado la inquilina de ese cubil antes de reconvertirse, las heridas se las curaría con las manos. Así fue. Lo nocivo había sido sajado de su interior, aunque para ello tuviera que haber quedado parcialmente descarnado, con un cuerpo compuesto por harapos de piel.


Xavi Domínguez

viernes, 14 de septiembre de 2018

VERANO DEL 2018

                           

EL HOMBRE QUE ODIABA LOS LUNARES


La música sigue con el homenaje a las canciones de los ochenta. Las luces me aturden. He salvado codos como machetes en la aglomeración de la pista. Me siento oprimido, evitando a torpes que se mueven como un péndulo o dando marcha atrás, y varado por diseminados islotes, poblados por tipos apuestos o que creen serlo. Estos varoniles ejemplares, arquean las piernas, abren los brazos y ensanchan el torso para ganar más espacio y ser admirados por la prole femenina. Serios, rígidos, ceñudos, izados como banderas en la almena de un torreón, permanecen estancados, avizorando y compartiendo una estrategia ofensiva común, con el fin de regar el canal auditivo de sus víctimas, con plúmbea cháchara cuya última parada sea la alcoba.
    Me zafo de ellos y encuentro un claro donde no soy molestado, es entonces, cuando un ciclón interno arrasa mis emociones, desbordándome. Con provocadora sutileza, una bailarina retrocede hacia mí con cortos pasos. Aunque suena una canción actual, yo escuchó la singular voz de Machín, cantando “Mira que eres linda”. Ella es un maniquí de edad irresoluta, pero que ha atrapado la hermosura de la adolescencia. Acciona el cuello a ambos lados y la hilada de su límpida cabellera salta con ritmo sin desbaratarse, permitiendo que asome una sonrisa picaresca. Labios amplios pero no burdos, sin mácula alguna, a los que les serían perdonados la locución de improperios.
    A escasos centímetros, aprecio su vestido entallado, que cada vez tengo a menor distancia. Es verde, con pequeños lunares blancos, un “palabra de honor” de satén, tela que asumo propicia al imaginarme pareja al tacto de su piel. Un duelo de tersuras que me produce un recio escalofrío.
    Ángel sin alas, divinidad surgida de la medianoche, hada de una fábula. Medio palmo
y colisionaremos. Saltan las alarmas, las órdenes del cerebro no han hecho más que ralentizar mi cadencia y acelerarme la tensión. Repito en el pensamiento: “¡Ya está aquí!”. Ese frágil ser sonríe, sabe que estoy aplacado, con la espalda tiesa de un condenado en el paredón.
    Mis pies parecen estar inmersos en una gaveta con cemento y apenas logro inclinarme. En medio minuto la culpable de mis sofocos se escora para virar su periplo por la discoteca y queda anclada unos metros a mi derecha.
    No me aborda una sensación de desánimo, al contrario, esos instantes han sido una dádiva, he disfrutado cada segundo, excelso bouquet sensorial el que me queda.
    Sentenciados a la equivocación están aquellos que solo creen en el goce lujurioso. Un rebaño, que además ejemplifica la debilidad del género masculino, con una ceremonia de cortejo, empleada con grotescas y antediluvianas afectaciones.
    Efímera trayectoria es la que concluye en la cúspide pasional. Solo había que fijarse en la centella verdosa que resplandecía durante la velada, para recrear los suspiros perfumados de sus poros, una exhalación etérea de una mujer de tan pura distinción, a la que uno quisiera acunarla y protegerla, meciéndola con tino, amarrando la vehemencia para no hacerla quebradiza. Es inevitable que aflore la ternura.
    Siempre he detestado los lunares, aún así, esta prenda es tan deseable como ella, que con firmeza en cada zancada, imprime adrenalina a mi sangre, una convulsión que también noto en otros integrantes de la sala.
    Avanza con pasos de baile, cautelosos, con la barbilla ligeramente alzada, no por estar envanecida, sino por la seguridad con la que se rige. 
Impera entre sus congéneres y en el resto, no existe un rasguño anómalo que reprocharle, nadie la supera. Por encima de ella está el techo de la sala y el firmamento. He perdido la noción de los temas, llevo rato bailando a medio gas, ausente. Me obligo a retomar la cordura de los que estamos abonados a ser ignorados; pensar en una mujer de este calibre puede trincharme el raciocinio. Si fuera su deseo, esta grácil damisela podría volver a casa con una alfombra de hombres, gran parte, varones con lúbrico temperamento, indignos incluso para ser pisoteados por los “stilettos” de tal beldad. No sabrían apreciar el placer de ser el pavimento de una volátil deidad.
¿Cuál será su nombre? Me pregunto, bajando por Santa Caterina de Siena. Me encojo de hombros. No requiero de uno para archivarla en la memoria, es una silueta de rastro imperecedero. Ella será para siempre, la musa del vestido verde con lunares.


Xavi Domínguez

viernes, 20 de julio de 2018

ALEGRÍA DE VIVIR



LA ALEGRÍA DE VIVIR
La alegría vivir es la búsqueda eterna del ser humano. Hay personas que desarrollan esta virtud en los demás. Podría expresar todo mi camino en perseguir constantemente como un niño la alegría, unida con la belleza de saber vivir; aun así, quiero detenerme en la alegría que ciertas personas imprimen en las demás, arrastrando una multitud como la arena del mar. Impartiendo ideas, sueños, imaginación y la magia con sus historias, novelas, cuentos, canciones, etc., con un poder brutal de influencia y seducción, repartiendo partículas o gran cantidad de alegría de vivir. Resultando la construcción de un ser pulsante, vivo, donde nace una fuente abundante. Gracias a todos los que fueran elegidos por la alegre “alegría” juntamente con sus padres, la vida y la sabiduría. Que aceptaran sin dudar esta misión de hacer brotar en los demás, lo más bonito de la vida. Manifiesta en gratitud, el amor, la pureza y sencillez, dejando en evidencia la nobleza del corazón.

Mary







ALEGRÍA DE VIVIR – VIAJE A COSTA RICA

Es verano y con mi pareja y nuestras hijas iniciamos viaje a Costa Rica.
Todo ha ido bien durante el viaje.
Llegamos a Costa Rica y el tour operador nos está esperando.
Vamos  conocer varios parques naturales y playas.

El primer destino es ir a Tortuguero en unas grandes barcas con todo nuestro equipaje.
Llegamos y el hotel está compuesto de bungalows. Las instalaciones son de materiales naturales y respetan  perfectamente el medio ambiental.
La primera noche vamos a ir a las playas cercanas para ver cómo como las grandes tortugas
Vienen a poner sus huevos. Lo hacemos respetando[i] al máximo la tranquilidad de las playas, en silencio y a oscuras. Solamente utiliza el guía una pequeña linterna para guiarnos.
La Luz de la luna nos orienta mínimamente.
Esperamos unos minutos y empiezan a llegar grandes tortugas.

Ver a la primera cómo llega a la orilla de la playa  y observar como se desplaza por la arena con dificultad es todo un espectáculo. Y es impactante y fantástico ver cómo después de desplazar arena y hacer un pequeño foso……empieza  a depositar sus huevos que luego cubre.

Es mágico poder ver estas escenas en playas casi vírgenes donde no hay ninguna construcción humana en primera línea.
En los días siguientes vamos a diferentes parques naturales y diferentes playas.

Los parques están llenos de exótica vegetación y numerosos pájaros. Es un grato placer disfrutar del silencio de los parques y solo oír el canto de los pájaros.

Las playas están limpias y el agua del mar cristalina y con un maravilloso color turquesa.

Llegamos a una zona que se llama Monteverde donde se practica el “canopi” que es desplazarse a gran velocidad gracias a un cable de acero entre las cumbres de dos montañas.

La experiencia es maravillosa. Te sientes como un pájaro y disfrutas de unas vistas especiales del los bosques que te rodean. Sería fantástico poder volar.

La impresión que produce Costa Rica es que el paraíso terrenal está aquí en la Tierra.

Sientes que somos un ser vivo más del planeta y te hace ser consciente que debemos cuidar y amar esta maravillosa Tierra.

Vivir con la máxima conciencia un viaje como este y disfrutarlo  con todos los sentidos es el mejor regalo que puedes tener en esta vida.

Miquel Angel






ALEGRÍA DE VIVIR
Una anciana que acababa de perder a su compañero se vio obligada a abandonar su hogar para irse a vivir en una residencia. Después de esperar varias horas en el vestíbulo sonrió suavemente cuando le avisaron que su habitación estaba lista. Mientras caminaba lentamente hacia el ascensor, usando su bastón, el cuidador le describió su habitación incluída la sábana colgada en la ventana que servía de cortina mientras esta se arreglaba. -"Ah está muy bien, me gusta mucho", dijo, con el entusiasmo de una niña de ocho años a la que acaban de regalar un nuevo cachorro.
-"¡Aún no ha visto la habitación y se muestra usted tan contenta!?, espere un momento, ya casi estamos". le dijo.
-"Eso no tiene nada que ver con que la haya visto o no ", respondió la anciana. -"La satisfacción es algo que elijo de antemano. Que me guste o no la habitación ya no depende de los muebles ni de la decoración, sino más bien de cómo yo decida verla. Ya he decidido que me gusta mi habitación. Es una decisión que tomo cada mañana al despertarme: busco lo positivo de las cosas: puedo elegir. Puedo pasar el día en la cama enumerando todas las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que ya no funcionan muy bien, o puedo levantarme y agradecer por lo que aún funciona bien. Cada día es un regalo, y mientras pueda abrir mis ojos, agradeceré por cada nuevo día y por todos los recuerdos felices que guardo: - "La vejez es como una película que empieza a rebobinar al mismo tiempo que sigue avanzando.”

Hace ya más de cinco años de aquella tarde de julio cuando llegó a la residencia, su habitación quedó vacía ayer. Volvió a entrar y al abrir la ventana una brisa suave hizo su recuerdo más vivo todavía a pesar de su ausencia. Una libreta en el cajón entreabierto de la cómoda llamó su atención, la abrió y en ella pudo leer:

“Que la alegría de vivir nunca sea tu asignatura pendiente y cuando sientas que aún la tienes pendiente, insiste en ella, vive de acuerdo a tí. Porque esta vida, que a veces se hace muy cuesta arriba, es un regalo demasiado fugaz. Consigue ese sentimiento capaz de curar heridas, capaz de liberar el corazón del rencor, capaz de mantener la ilusión y el entusiasmo, las ganas de dar más y esperar menos, se consecuente”.
   
Esta es la historia de un anciana que supo trasmitir su sabiduría y su alegría de vivir.



Marta Albricias





ALEGRÍA DE VIVIR
“¡Es legal!”, pensó enfervorizado Joseph Balsam, enjaulando el rostro entre sus manos, por unos segundos.
 Apoyado en una farola, el razonamiento del último caso volteaba por la mente de este voraz abogado de la firma “Guts&Etikka Asociados”. El peinado matutino era el flequillo de un golfante que regresa de parranda. Joseph, para amortiguar su desazón, repitió la frase tirando de la corbata, que se desaliñó marcando una comba que conjuntaba con el mechón caído.
 Unas cosquillas por encima del tobillo, levantaron una tregua en sus tribulaciones. Un gato callejero, moteado, le había rozado en una carantoña que reclamaba atención.
Apenas sin mirarlo, lo rehusó con un gesto despectivo, pero el desagravio no fue sufciente para evitar un lametón. Después de ello y de quedarse solo, el abogado, musitó en voz alta, despreocupado de que alguien lo sorprendiera hablando consigo mismo.
“Legal... Sí, lo es, pero existe una normativa que desconocen. ¡Legítimo e impúdico!”
El grito no fue sofocado y después de la brava expresión del letrado, este se desanudó la corbata y el primer botón de la camisa. “La elegancia no hace para un canallesco”.
¿Cuál era esa astilla que le había herido, gestando una incomodidad creciente en su estado de ánimo? Los Lombard, Elliot y Janet, un matrimonio de mediana edad sin recursos, iban a abandonar su modesto piso en la calle Bizancio 22, gracias a las triquiñuelas reglamentarias del buffet mencionado, al servicio de la propiedad.
 En su domicilio, Balsam, sin chaqueta y descamisado, transitaba por una calma agria.
Giró la cabeza en el hall, contemplando la pared pintada de gris, y se palpó el contorno
de la cara como si estuviera cerciorándose de que no quedaran pelos después de un afeitado. Allí se mantuvo durante unos minutos. No había espejo, lo hubo, hasta que Amanda Garrison, su novia hasta unos meses atrás, decidiera tomar otra vereda y dejarlo. El rito reiterativo de Amanda, de retocarse delante de él, le hizo tomar la decisión de mandar el espejo al trastero. ¿Por qué esa ruptura? Se preguntaba el abogado. Sus líneas de expresión eran casi ebúrneas, el pelo de un dorado intenso, el empaque, los modales... Joseph inspiró aire y lo expulsó igual que un fumador que exhala una bocanada con efecto extasiante, hecho lo cual, abrió un monólogo.
“¿Por qué rompió la relación? Amanda es frívola y valoraba mi aspecto, mi situación
de potentado. Ella era...”
Balsam torció el gesto y ladeó el cuello, esperando una reconfortante mirada que lo auxiliara, ante la frase que había restallado en su mente.
 “Ella era tan insensible como yo. Menos, de lo contrario seguiríamos juntos.”
Joseph caminó medio paso con los brazos abiertos, con un desaliento que engordaba su pesadumbre a cada aseveración.
“Manos de féretro en primavera, sin calor humano. No hay cristal que pueda enseñarme a mí y al resto, la realidad de mi físico. Estoy putrefacto dentro de una cápsula masculina de una presunta apariencia agradable. Me siento como Mr.Scrooge o un vil delincuente de ficción, rencoroso y amargado, tuerto o lisiado. Mi conciencia ha estado tullida hasta esta mañana. El gato me hizo entender. Lo rechacé y aún así me regaló su cariño.”
 Una centella de euforia lo iluminó. “¡Todavía estoy a tiempo de ser despachado!”.
Con el desconcierto que un padre primerizo procede en el momento del parto, Balsam escribió en su ordenador un sucinto correo, donde especificaba a qué normativa y artículo debían apelar los Lombard, para mantener la vivienda.
“Esta es una bula que no me exime de culpabilidad. ¿A cuántos habré perpetuado a una existencia indigna, amparándome ante la legalidad? Esta acción sirve para salvar a una familia, pero otro miserable ocupará mi puesto. ¿Y el resto de compañeros? Una horda trajeada con uñas afiladas para inmovilizar a sus presas, labios y cejas impregnadas de maldad y de sigilosas y funestas actitudes reptilianas.”
 Joseph alzó el mentón pensativo.
“¿Puede ser serio un trabajo donde una arruga en la vestimenta es una falta? Somos
actores, mentimos, exageramos o escondemos la verdad para ganar un pleito, por eso el estilismo ha de ser perfecto. Asco, frío y sudor, eso noto al rememorarlo. ¿Y mi jefe, el depurado Sr.Etikka? Que se enfurece cuando recibe una carta y le han puesto solo una “k” en el apellido. ¡Cretino! ¡Maldito orgullo! Si Etikka quiere decir “vinagre” en finlandés. Un hombre pudiente pero mísero de espíritu; así fui yo hasta que he renegado de ser su discípulo.”
 Balsam entrecerró los ojos, expresándose con profunda convicción en su relato.
“Por mucho que haya la luz eléctrica, a ese desdichado lo alumbran hachones funerarios. Es un polizonte entre los vivos, no se llega lejos sesgando ilusiones encubiertas por un conjunto de latinismos procedentes del derecho romano. Es un ser que se siente superior a los demás, por eso pisotearlos no le causa ninguna mella en la conciencia. Puedo oler su dormitorio. Todo él es nauseabundo. Percibo exhalaciones de un orinal rebosante, una de las colonias de los que se encumbran con añagazas.”
En una semana, una terna de acontecimientos trasegaron al abogado arrepentido. Los Lombard habían hecho valer sus derechos y seguirían en el piso, Joseph Balsam había sido despachado, al sincerarse con jactancia de haber asesorado a la parte contraria, pero era feliz.
-¿Por qué estás tan contento? –preguntó Matías, uno de sus excompañeros.
-Tú me ves como un desempleado. He cumplido mi condena. Espero que Etikka difunda mi hazaña entre los del gremio. Antes usaría una pitón como bufanda que regresar a este oficio. Me he liberado de la nube de hollín que me untaba de gris. Perdí mi novia y mucho antes la decencia. Gemelos de oro, camisas de seda, bogavantes... ¡Bon voyage! 
 Balsam, con la mirada henchida, impactó a Matías con su optimismo.
-La caricia inesperada de un animal, el viento cosquilleándome en la frente mientras camino, un trago refrescante durante la canícula, sentir el jolgorio de las risotadas infantiles en un parque... ¡Quiero emular a Gene Kelly y saltar encima de charcos durante un tormentón!
-Perdiste el norte, amigo.
-No. Fueron años de vestimenta impecable, una lujosa momificación. Estaba muerto y he revivido. He recuperado, ¡la alegría de vivir!

Xavi Domínguez

viernes, 6 de julio de 2018

A CARA O CRUZ



LA RULETA
A Paco le gustaba ir al Casino de Barcelona a menudo.
Allí se encontraba con Antonio. Este solía jugar a números, cubrir la apuesta, jugar a terminaciones y el tercio era su zona preferida. Pero a Paco le subía la adrenalina jugárselo todo a cara o cruz: rojo o negro.
Decidió apostar 5 fichas de 5 euros al rojo. Salió el 5, (tercio, rojo, impar y falta) y duplicó las fichas.
Luego siguió apostando 5 fichas al rojo. Salió el 24 (tercio, negro, par y pasa) y su cara se transformó en la de un rostro desesperado cuando vio que lo perdía todo.
Jugaba poco dinero para poder ir cada día, ya que era ludópata.
A Antonio le iba mejor porque apostó caballos y plenos al tercio y 24 y 5 eran tercio.
Paco continuó apostando al rojo. Salió 26, (vecino del 0, negro, par y pasa). Exhaló un suspiro de desesperación.
Aunque su color preferido era el rojo, esta vez decidió cambiar y apostar al negro. Salió el 0. No hay color, el número de la banca, ! qué cruz! y se quedó en bancarrota.
Continúo mirando los números que salían sin dinero para ver si acertaba.
Decidió sacar una moneda del bolsillo y jugar. Cara: rojo. Cruz: negro.

Inma




A CARA O CRUZ

John Stapleton estaba sentado en la terraza de una cafetería. Sonriente y con articulado movimiento, giró el cuello solazado por cómo marchaba el día. Era un hombre con un defecto preponderante: la indecisión. Por la mañana, un interrogante había emergido del armario: ¿camisa de manga larga verde pistacho o corta de color rosa? La primera tenía buena caída y el tono le gustaba, pero unas enraizadas arrugas en la base la afeaban. Pero con la otra prenda corría el riesgo de pasar frío si soplaba el viento, ante lo cual le atenazó una segunda duda: ¿Desayunar dentro o fuera del local? Con esta carente falta de convicción, Stapleton recurría al azar, y las monedas que propulsaba al aire le dictaban la agenda.
  
Había acertado con la segunda opción, la brisa era suficientemente leve para contrarrestar una mañana radiante, pero alejada de temperaturas que hicieran adosarse a la refrigeración.

La mano izquierda al mentón y percutió otra pregunta: ¿Y un jersey atado por la espalda, o quizás en la cadera?”. Los dedos de pistolero no reaccionaron, no necesitaba una bala de cobre para dirimir esa disyuntiva, era dubitativo pero en ningún

caso se trataba de un maduro decadente, que con pomposo y ridículo empaque viste y anda como un imberbe pimpollo.

Por la tarde, en unos ultramarinos, el furor que sorprende con una trepidante y sudorosa angustia, lo gobernó. Su cara era una alarma palpitante y las axilas dos aspersores que competían para enfrentarse a las emanaciones cárnicas de la sección de embutidos. Registró todos los bolsillos y el forro de la cartera. Nada. Una tarjeta y tres billetes de diferente valor. ¡Ni una moneda! La tragedia se mascaba en el lineal de las conservas vegetales. Una gama infinita de aceitunas y todas tentadoras para un paladar que se recreaba con los sabores fuertes o avinagrados y no podía decantarse por ninguna: aceitunas rellenas de pimiento, con cebolleta, bajas en sal, en salsa picante, empaladas por pepinillos, sevillanas, muertas, o las famosas “Gilda”, pinchadas con una guindilla. El paquete con las distintas alternativas constaba de ocho latas y frascos; podía efectuar, como ya hiciera antaño, unos octavos de final, eliminatorias entre dos productos hasta llegar al vencedor, pero estaba inutilizado. Dentro de ese estatismo que lo había encarcelado en el pasillo de los encurtidos, pensó en su mujer para resolver la ecuación de las aceitunas. ¡Sapristi! A ella le gustaban unas verdes sin aliñar, toscas e insípidas, que vendían en la pesca salada del mercado de San Benito. No pediría cambio a ningún empleado, estaba cansado, frustrado. Respiraba con andanadas, con la cabeza gacha de un toro que se apresura a embestir.

 Así se mantuvo durante el trayecto de regreso a casa y sentado en el sofá del comedor. No era la marca de tipo vacilante la que le molestaba, sino la de ser alguien subyugado a otra persona, se sentía dirigido por su mujer. Por culpa de ella se había quedado sin aperitivo y estaba rabioso. Era un secretario, un botones, un ujier quinceañero que se contenta con obedecer y recibir una palmada en el hombro. Barruntó por minutos apretando los labios, cual niño malcriado al que le escuece una regañina, y se encaminó al dormitorio. Con el protocolo ceremonioso que un verdugo opera para finiquitar a la víctima, el Sr.Stapleton abrió el cajón de la mesita, cogió una moneda mellada por el canto y reteniéndola entre el pulgar y el índice, declamó solemne: “Cara me quedo, cruz la abandono.”


Xavi  Domínguez




A CARA O CRUZ
Era un día oscuro y lluvioso, desperté de nuevo allí dentro, me estremecí y rodé de costado de nuevo como cuando cada vez que  se abría y entraba  una luz que me cegaba….

De repente, mi cuerpo redondo cayó, el suelo tembló furiosamente por la pisada de aquel zapato negro que me perseguía.

No soportaba que nos zandarearan así mientras gritaban: - “a cara o cruz !”, así que cuando me llegó la oportunidad, me volví a escapar rodando por la acera.

Mientras rodaba, un enorme gigante corría tras de mí con su monedero saltando en un bolso de color blanco cremoso.   Mi cara golpeó con las brillantes baldosas. Desperté más tarde en un lugar desconocido, unas voces
-"¡Oye! Tom! ¡Mira esta!". Me cogieron y me volvieron a lanzar al aire.

"Cara o cruz ¿?! cara o cruz

"Seguían lanzándome sin piedad, empecé a marearme y no entendía nada de lo que decían: qué cruz!!!! Soy una moneda de curso legal acuñada en bronce: mi cara es una, mi cruz es quien me lanza al aire y me deja caer sin piedad.

-"¿Puedo cogerla?", Dijo el niño de pelo rizado

-"¡No!"-respondió la niña del flequillo

De repente, muchos gritos y empujones hasta que fui arrebatada por otro de ellos, el que me metió en una máquina de chuches. Me caí en una caja e hice: Clonk!!!! Me caí encima de la cara  de una moneda de bronce como yo y  silenciosamente me quedé dormida.
Cuando desperté pregunté adormilada:
-"¿Q-dónde estoy?".
"¡Shhhhh!" Susurraron las otras monedas que me rodeaban.
Momentos después, un gigante con pinta extraña, abrió de un golpe la enorme puerta de metal que nos mantenía dentro de aquella caja y nos metió a todos en una vieja bolsa de tela.
-"¿A dónde vamos?" nos preguntábamos
" ¿A quién le importa?  ", Oí el grito de una moneda de 10c cercana.

Unas horas más tarde, salté alarmada cuando un repentino sonido de sirenas atravesó el aire. y  de repente, el gigante de pinta extraña nos dejó caer al suelo y salió huyendo. Entonces una mujer que pasaba por allí miró dentro de esa bolsa y decidió devolvernos a la tienda donde estaba la máquina de chuches a todas menos a mí que viendo brillar mi cara y mi cruz, me llevó con ella a su casa para meterme en la habitación de su hijo y colocarme debajo de su almohada junto a unos caramelos y a un librito. Cuando el niño levantó su almohada, gritó:
-"¡Mira lo que me ha dejado el ratoncito Pérez!".

Por fín tras un dia muy agitado descanso plácidamente dentro de esta caja con forma de cerdito, aquí me encuentro a salvo; bien, será hasta me vuelvan a sacar de aquí...es la cara y la cruz de la vida de una moneda.



Marta Albricias