domingo, 31 de marzo de 2019

LAS DOCE Y MEDIA



MEDIANOCHE
El reloj de la estación marca las doce y treinta minutos del mediodía. Hace un calor insoportable. En el banco más próximo a la puerta de entrada y salida de los pasajeros se sienta Manuel. Con una barba que casi le toca el pecho y una cara quemada por el sol, ve la vida pasar. Desde su rincón habitual, observa las idas y las venidas, las bienvenidas y las despedidas, las carrerillas…

Este ambiente tan dinámico le distrae; ver los trenes le devuelve a sus mejores recuerdos de infancia cuando jugaba con sus amigos en el callejón ahora lejano. El ruido de los frenos, los silbatos, el tracatrá lento de los convoyes no han dejado nunca de formar parte de Manuel.

Sentirse solo es el pan de cada día; pasa los días en la estación "subido a un tren" que hace un tiempo quedó atrapado en vía muerta.

Manuel se siente invisible a todo, por ello esta mañana se ha quedado muy sorprendido cuando una persona se le ha acercado y le ha preguntado si sabía el camino para llegar hasta la Barceloneta, quedándose un buen rato a conversar con él.

Seguro que mañana volverá a la estación con los ojos más brillantes que nunca, con la esperanza de volver a hablar con alguien. Quién sabe si se retocará la barba, se pondrá una camisa limpia y le cambiará los cordones rotos a las botas. Y es que de repente, como si despertara de un letargo, se ha dado cuenta de que el último tren, el de medianoche, todavía no ha pasado.


Marta Albricias




LAS DOCE Y MEDIA
Falta poco para el acontecimiento…
No tengo claro para qué tengo que encontrarme, no sé si pretenden meterme miedo, para que ceda a su pretensión o quizás esperan les facilite la información secreta de la que soy privilegiada conocedora. Me recorre un sudor helado por todo el cuerpo, desconozco esa organización D.O.C.E.Y.M.E.D.I.A.tras mi sutil investigación apunta a trama oscura.
Desde que contactaron conmigo y me obligaron a aceptar bajo el velo de la presión, recibo llamadas misteriosas…Unas veces sonidos guturales como respuesta, otras escuchan en silencio y cuelgan…pero lo peor es cuando dicen conocer a mi familia, hijos, esposa, padres…
Tengo diferentes intentos de ponerlo en conocimiento de la policía, pero ya me han advertido que saben de todos mis movimientos. ¡¡Cretinos!!
Decidí contárselo a Elena, ella es experta en redes mafiosas, y bandas organizadas. Pero como tengo pocos datos al respecto poca investigación puede hacer.
Lo curioso, es que tienen un tono al hablar, dulce, tranquilo, sociable, y como quien se preocupa de tu persona  y ahí es donde me pierdo en mis cavilaciones. Porque a pesar de todo lo que percibo no son del todo desagradables.
Voy a ducharme, vestirme y a esperar al chofer que han dicho me enviarían para llevarme al lugar del encuentro. Imagino un gran coche negro,  chófer uniformado y gorra, amable, discreto y callado…sobretodo callado.
Al sonar el timbre, dudo y nerviosa abro la puerta. Sorprendentemente no esperaba un personaje como el que veo delante del umbral…
Un anciano, de suaves y dulces facciones, pelo ralo y largo teñido del color por el paso de los años, alarga su mano para hacer más entrañable nuestro encuentro, consciente de mi sorpresa. Su boca descubre una sonrisa sincera permitiendo mi relajación.
De habla pausada, segura y afianzada me invita a salir y entrar en el auto que no tenía ningún parecido con el que había imaginado.
Una vez en el coche, que conduce él mismo, empezamos a hablar de forma amigable, pues en mí habían desaparecido todas mis desconfianzas. Dice venir de otro mundo, y a cada palabra, observa de soslayo la expresión de mi cara. Dice venir para realizar un plan a través de mi persona…Yo mirándole fijamente atónito, exploto y disparo… ¿a través de mi persona? ¿Qué tengo yo que ver con tus planes? ¿Quién te ha facilitado mi teléfono,  dirección…?  Y ¿quién ha decidido semejante estupidez?

Tranquilizándome me cuenta lo que significan las siglas de todo este tinglado: D.O.C.E.Y.M.E.D.I.A. Dios Observa, Cree, Escucha, Y Media, Eligiendo Identidades Aptas.

Maribel




LOS SENTIMIENTOS SÍ ESPERAN
Hoy hemos quedado por la mañana. Presto, me dirijo a la cita. Los cuerpos de los viandantes son conos que eludo sin rozar, a veces efectuando medio giro de bailarín.
Aunque voy tarde, decelero, pues la camisa se me pega al torso y me siento como un Donuts de chocolate en verano, así que detengo el impulso de los brazos al andar.

Consigo estar a la hora, con el coste (a pesar de las precauciones), de haber sombreado el costillar en la tela y presentar la frente trasudada.

En cinco minutos el termostato se apaga.

Las 12.40h. Detecto que la dependienta de la corsetería de enfrente me mira de reojo y empiezo a moverme arriba y abajo, fingiendo conversar por teléfono, no quiero que suponga que soy un debutante en el fetichismo o un depravado indeciso. Durante el corto camino, un monopatín eléctrico y una señora que anda en diagonal, casi me arrollan y aún se despiden girándose con muecas de desaprobación.

12.45h. Un hormigueo que conlleva el enfado evoluciona en mí, y es entonces cuando me abstraigo del paisaje y sus habitantes, comprendiendo que en realidad solo busco una excusa para ser feliz, y la solución más fácil a esta meta universal, es la señorita con la que he quedado: Tiziana Trebbiare. Por eso, antes del café propuesto ya me he comido los 25 minutos de retraso, porque con ella he entendido la definición de “amar”, en parte por la gratificación de los magistrales abrazos de terminal de aeropuerto, que al romperse al hacer descender con delicadeza sus dedos reconociendo la curvatura de mi espalda, se deshacen como la espuma de las olas al orillar, entrando yo entonces, en un letargo con suspiros que me inducen al bucolismo, una deleitosa ñoñería, un detalle que remonta a estupendo, un día convencional. Sensación esta, que algunos hombres desprecian para no perder puntos dentro del rango de “machos”, aunque igualmente la sientan y disfruten sin admitirlo, pero entendamos que deben cumplir las normas de conducta de un código ancestral.

Cuando Tiziana aparece en la lejanía, su presencia anula la parte negativa de la mañana, el saludo nos une en un bizcocho de dos pisos; somos los adorables muñequitos que coronan la tarta, comestibles pero sin vestimenta nupcial. El llamativo abrazo me insufla vida y el beso la rellena de júbilo.

Los impacientes o los inmersos en un irreal enamoramiento, se marchan, pero los sentimientos veraces, los que asume este escribano sí esperan.

Xavi Domínguez

domingo, 17 de marzo de 2019

EL CUADRO



Dr. Gachet , 1890
Vincent Van Gogh





A esas horas de la tarde la cafetería está abarrotada. Como todos los días,  parejas y  grupos de amigos charlando y riendo animadamente.

Tras echar una larga ojeada por las mesas ocupadas, el señor Juan se acerca a la barra frente a la estrepitosa máquina de café y, como todos los días, pide un café con leche y una magdalena a Pedro.

Con una tímida sonrisa le pregunta con un susurro:
-Pedro, ¿Ha llegado ya mi mujer?
-No Sr. Juan, hoy no la he visto por aquí.

Lentamente moja la magdalena en el café con leche mientras mira hacia la puerta cada vez que alguien entra. Al cabo de un rato paga y se marcha, no sin antes mirar una vez más a su alrededor. Pedro, el camarero le sigue con la mirada. Hace ya tres años que Juan le pregunta lo mismo todos los días: el anciano no se resigna a la idea de que su mujer ya no volverá nunca más.


Marta Albricias







Bajo las sombrillas, 1936
Max Beckmann





Durante el crepúsculo la playa se tiñe de sepia, la arena se vuelve anaranjada y el agua más oscura. Sentados bajo las sombrillas junto a la orilla Paul sonríe, y una vez más lo que veo a mi alrededor y más allá es lo que sueño. Dos semanas inolvidables y regreso a lo diario.

De nuevo ante el teclado, cabe la posibilidad de no recordar la contraseña.

Marta Albricias













EL CUADRO
Paseo por una de las mejores salas de Arte pictórico
Me invade la misma sensación que cuando era niña
Elegía qué hacer durante una tarde festiva.
Libero la imaginación para disfrutar de mi pasión
Plasmar en un lienzo...
Lo que ven mis ojos...
Lo que siente mi corazón...
Lo que intuye y percibe mi mente futurista...
¿Cómo dibujar una sociedad inclusiva?
¿Qué colores "arcoísticos" la definirían?
Sé que debo evitar el monocolor,
y ser demasiado elitista con los colores primarios.
Para aquellos que lo desconocen
Nada en este mundo se compone de un solo color.
Todo se compone de una amplia gama,
y cada una ha de elegir la que va y favorece su forma de vida.
Una Amplia y Variada Gama escogida con delicadeza favorece
y armoniza la vida.
Si en algún momento se te impone un colo dessgradable...
Mézclalo con la gama que elegiste delicadamente para tí
y verás suavizada la imposición.
Llegué a casa, fui al cuarto cogí un gran lienzo lo impregné de múltiples colores
Y el resultado final fue el Arco íris de la vida.


Maribel




TERÁPIA PICTÓRICA
Una cara hundida en la tristeza, despedía el reflejo del escaparate. Un artista sumido en la desidia, sin ganas de volver a la pintura debido a la frustrante carrera, de alguien cuyas ilusiones se hallaban despedazadas, en estado crítico.

La tentación de la escandalera de romper telas, tirar el caballete y verter las pinturas, insistía como idea dentro de su persistente desazón, que daba pasos aproximándose a la ira, pero Maceo Mendes no gustaba de las excentricidades y no consentía dejarse llevar por un arrebato paranoico en contra del mundo. Para no caer en el estereotipo del virtuoso amargado e incomprendido, apretó los dientes, amarró el bozal y contuvo la rabia hasta disuadirla.La meditación en el estudio fue un monólogo silencioso donde se debatía la desobediencia entre dos capitanías con reconocida autoridad: cabeza y corazón. El duelo se zanjó con tablas. Para poner en práctica la resolución, Maceo preparó los botes de pintura acrílica y diversas combinaciones, un juego de pinceles y se anudó un trapo con evocaciones a aguarrás, el antifaz con el que iba a perpetrar esa nueva creación. Pretencioso, sí, descabellado y presuntuoso también, pero esas son características aceptables dentro del comportamiento artístico, así que iba a pintar mirando hacia su interior, un viaje a los sentimientos, privado de la vista para no estar condicionado. La expresividad con carta blanca. Sin pausa ni elementos de distracción, la tarde devoró la noche y en esas horas de sueños interrumpidos, Maceo resopló bajando la barbilla, con ese gesto de complacencia e innegable extenuación, del tenista que ha ganado un partido maratoniano.Venda fuera, masaje facial y estiramientos para encajar la musculatura y dar tiempo a que sus sentimientos se aposentaran, para juzgar la valoración desde la templanza. El diagnóstico de la analítica pictórica era irrefutable, en el revoltijo cromático vivaz del acrílico todavía fresco, había dibujado una cabeza almendrada como la suya, pero con rasgos difusos, rodeada por incompletas caracolas de azul intenso, entre cañones de luces verticales, el significado de su infinita ilusión. En sí, el cuadro transmitía la potencia lumínica que generan los carteles de neón de una metrópolis y enclavada en el surrealismo donde apenas se distinguen formas, era una alegoría a la vida, de alguien con la esperanza incapacitada, pero hambriento por difundir y contagiar sus sensaciones. A ciegas, siendo honrado consigo mismo, el sublime empuje creativo le había marcado un tímido rubor y un semblante alegre. Transcurridos unos minutos, el pintor desvío su atención del lienzo. El bote con agua sin usar, listo para enjuagar las cerdas de los pinceles, era de un azul índigo que bordeaba el negro. Un cielo encapotado por perversas nubes de tormenta. Terapia saldada, en ese caldo se concentraba toda la adversidad de un autor que no tardaría en ser respaldado por el reconocimiento popular.


Xavi Domínguez























domingo, 3 de marzo de 2019

LA PASIÓN





PASIÓN
Olas furibundas
Chocando con regias rocas
Contemplan la pasión desatada
De dos enamorados.
Caricias de algodón y caramelo,
Miradas lascivas,
Lenguas pícaras y juguetonas,
Cumbre del deseo.
Conjunción de sudor y esencias,
Cópula voluptuosa,
Unión de dos cuerpos.


Inma




QUERIDA INMA
Es reflejo de cuanto soy
aunque de lejos, no sé expresar con palabras...
el más supremo de los sentimientos!.
Son realistas y se ubican en un espácio y un tiempo, no son solo platónicos... ni el súmmun, de los sentimientos!. Los tilda de no románticos por no ser figurativos, una amiga , apasionada... que no es amor, cuanto escribo!. Que no expreso el amor, como lo sueña... tan divino ; y lo anhela más intenso que en los poemas que yo escribo !. Porque reflejan vivencias de amores inconclusos, que doña timidez y falta de tiempo despojaron...de su fruto!. Me acusa de no expresar con pasión desatada, un amor que no pasó... de agua de borrajas!. Que solo fue una ilusión... por mi, imaginada, un volátil sueño... como el papel donde se halla!. Puede que lleve razón al compararme con esos cientos, que primero vivieron el amor... y después, lo describieron!. Lo mío es solo especulación del origen del fundamento, ese vuelco en el corazón... con su primer, sentimiento!. Puede que lleve razón y sea solamente eso: un amor en erupción... en su recóndito yacimiento !.

Toni


LA PASIÓN
Les debo una descripción
o contarles un cuento
de que es para mi la pasión...
el mayor de los sentimientos.
Es el bien y el mal
al mismo tiempo,
es la antípoda...
en un mismo concepto!
Por pasión se vive
en el mismo extremo,
causándote felicidad
o el mayor, de los padecimientos!

Con pasión... se enfrentan las dudas,
se disipan las fronteras,
se difumina la Utopía,
se hace inmensa... la belleza!
A veces, el discernimiento
se convierte en nebulosa,
hay pasiones que matan
y pasiones... que se gozan!
Es a la vez actitud
y al mismo tiempo sustantivo,
es la energía del motor...
del sistema evolutivo!

A la vez raciocínio
y camaleónico delírio,
puede ser tu mejor baza
o ser también, tu extermínio,
puede liberarte
o convertirte por siempre
en su cautivo!
Sea como fuere
es generosa y desatada,
pocas veces comedida
y...recatada!
Es impulsiva...
altamente valorada,
pocas veces arrogante
y, devaluada !

Es la pasión en el amor
la fuente, la llama,
la eterna condenada a seguir...
por siempre, iluminada!
Es la pasión el ápice,
adjetivo superlativo
que encumbra...
cualquier sentimiento,
a ser eterno, hasta el infinito!
Es la alma máter de lo perfecto,
es , el germinar...
con el mínimo esfuerzo;
es, convertir el trabajo...
en un simple juego,
es rozar la perfección...
y quedar, satisfecho!

Saber que entregaste lo máximo
para lograr ese reto,
es amar con dedicación,
el sumun, de lo perfecto!
(del conocimiento)



Toni





BERENICE…
Vacilé un instante, al verme descubierto, de reojo indagué la cara del criado siendo consciente que no percibió de qué se trataba.

Recogí una por una las piezas blancas desparramadas prosiguiendo con mi objetivo. Me aturullaba en la cabeza los pasos a seguir. Puliría cada una de las piezas dándoles forma cual perla sin cultivar, engarzándolas con filigrana de oro típica de la zona, con un final floral hasta conseguir una gargantilla moderna, digna del cuello de la dama que la luciría.

Una vez acabada, la introduje en una caja aterciopelada color burdeos atándola con un fino cordoncillo dorado. Ya tenía el ingrediente principal para conquistar a mi próxima amada.

A la hora convenida me personé en la Rue Sant Jeromme, invadido por la emoción de volver a ver a Virgine. No era ella quién acaparaba mis deseos, fue el perfume que embriagó mis sentidos y me obligaba a mirar y desear su cuello, largo, delgado, terso, joven...Cómo un quinceañero, sentía la necesidad de volver a estar cerca. Cuando mi imaginación se hacía presente provocaba en mí esos constantes temblores musculares descontrolados, que delataban la urgencia de satisfacer el plan urgido a mi capricho mental, estudiado a la perfección desde mi anterior fechoría no sin mis constantes contradicciones según el periodo de estado anímico de lucidez o no, en el que me encontraba.

Virgine apareció radiante, esplendorosa.Le cedí mi brazo como apoyo para bajar la escalinata cual dama de su clase. Iniciamos el paseo por los frondosos Jardines de la zona. Apenas unos metros, propuso descansar, invitándome a satisfacer mi deseo pasional varonil. Saqué de mi bolsillo el regalo tan delicadamente envuelto. Ella, al ver la joya, salieron-seles los ojos de las órbitas maravillada, alzó su melena dejando al descubierto la parte de su cuerpo que despertaba en mí los deseos más depravados. Ajusté la joya, admiré el esbelto cuello y acariciando suavemente primero y presionando cada vez con más fuerza, satisfice mi deseo.

Horas más tarde, desperté empapado en sudor, miré en rededor de la habitación buscando la caja. En su interior contemplé una parte del cuerpo de Virgine adornado por un collar de falsas perlas.


Maribel





¡TODO AL ROJO!
Después de quedarme atascado entre los asistentes, con la chaqueta colgando y una manga limpiando el suelo, fui colocado en una mesa donde solo éramos dos. Como no podía ser de otra forma, la señorita con la que había departido en la entrada del restaurante, con una construcción inteligible que alegó entre dientes, abandonó la silla que le había apartado para que no fuéramos vecinos directos durante el convite, así que para eludir un mal inicio de cena, atrapé dos canapés de salmón para que amordazaran mi apetencia por reprenderla. Me había sentido un viajero antes de embarcar, cuando recibe el comentario desdeñoso de un agente de aduanas.

La copa de cava estaba tibia, y eso añadió un aspecto peludo y desaseado al funcionario emergente en mi imaginación. En tres minutos mi interés por la velada estaba renovado. Todo al rojo, esa era la apuesta ganadora de la noche. Cabello negro y labios delineados con fervor. El saludo que recibí fue escueto, elegante, adornado con una sonrisa natural no aislada de un deje atenuado de seducción. La diminuta peca al lado del surco labial, los rizos vivaces que se agitaban como la campanilla de una tienda cada vez que accionaba la cabeza, su encanto, su vestido entallado y los mitones a juego, encarnados... Tuve que inspirar tan fuerte para retener mi parte menos caballerosa, que creí haber aspirado las migas del mantel.

La charla fue variada y participativa, y al aparecer la música de fondo, las raíces del íncubo (diablo impúdico), habían hecho lava de mi sangre y arañaban mi afamada timidez de tipo eternamente apocado.Una voz ficticia de jugador colérico, no paraba de alentarme y repetir la consigna “todo al rojo”, el color que englobaba por entero mi contorno, hasta el punto que temía rozarle los dedos enguantados, para no quemarme. No precisaba palparla para enloquecer de pasión, sin embargo, una atadura frente a frente, pero con mis manos liberadas y entrelazadas para sustentarla confeccionando un asiento para que se columpiara, habría sido una inmejorable opción para conocernos, pero encontré tan desaconsejable esta bribonada, como leerse el final de un libro al terminar el primer capítulo. Este timorato pecador incumplía el noveno mandamiento desde que la demoníaca beldad me alborotara. Mis pensamientos eran tan desvergonzados y reprobatorios que no hacía falta ser un estricto censor para condenarme. Respiré el rastro del azufre cuando nos despedimos. Yo tenía el aspecto de alguien que hubiera rodado por una ladera, pero con la lasciva esperanza de traspasar esas inmorales ilusiones en venideros encuentros. Esa noche mi conducta había sido disruptiva, un oasis en mi fracasada existencia amatoria, pero tan reconfortante como una fusión corporal obrada con el más exaltado frenesí. En realidad, el delirio místico y sensorial alcanzable con la agudeza creativa, no lo supera la consumación de los delitos carnales, así que no se encasillen en la frustración del estiaje y sean felices con este secreto que les brindo con afecto.


Xavi Domínguez










domingo, 17 de febrero de 2019

AVE FÉNIX






BRIGITA
“Una calabaza deformada en una pera gigante. ¿Cómo pude comprarla? Fea, solitaria y pálida, y con una cáscara tan dura...”
Brigita, después de examinarla, dejó que rodara en la mesa de la cocina, para terminar con el mal pensamiento de partir ese fruto en el cráneo de su antiguo marido; un desventurado, un infiel que un día decidió opositar a sinvergüenza y obtuvo la certificación con nota.

Se estiró en el sofá con desaliento y se preparó para contentarse con la sedante programación que ofrecía la chimenea. Las ramas y hojas secas empezaron a chascar y el olor del pasado la poseyó. Por tiempo indefinido se mantuvo en un estado adormecido, con las articulaciones quietas; solo estaban activos sus pensamientos, por los que pasaban fotogramas de deslucidas vivencias personales.
Cuando las llamas ganaron volumen y el calor le cercaba las mejillas, se desbarató y removió los rescoldos de la chimenea para disimular. Se sentía mal por estar instalada en una melancolía crónica. Las volutas de las cenizas que habían saltado al aire tras su intervención, la empujaron a reanudar la autocrítica.

Se acarició el pelo, en una revisión para detectar enredos. Aún mantenía el rubio pero no brillaba, creía tener una vulgar peluca con hilos de un costurero.
Exasperada, profundizó la mirada en las esculturas flamígeras que se desarrollaban enfrente. Hundió los nudillos en la cara hasta palparse el maxilar. Era un ser tan desapacible como la calabaza, pero al menos esta había sido escogida, y Brigita en cambio, se sentía cambiada por otra, como le sucediera años atrás. Ese adjetivo le pareció desagradable y frunció el ceño. No podía permanecer eternamente debilitada.

Ahogó el fuego, los malabares y las filigranas de la lumbre eran preciosos y se dormiría con ellos y el chisporrotear como fondo, pero con el mes de mayo asentado, no era idónea tanta calefacción.
La torre de la chimenea estaba recubierta de hollín, no hacía falta meter la cabeza para cerciorarse, ¡ese era su pasado! Un pasillo oscuro, como tampoco tenía que rebobinar para revivir episodios maritales ingratos.
Las cenizas, negras, grises y algunas veteadas con finas canas, eran los residuos de una existencia con la alegría paralizada. La risa no entraba en la casa, vetada como un crucifijo en el dormitorio de un ateo.

Enfrascada en impulsar su adormecida vitalidad, pensativa, manipuló el mango del atizador que roncó y despidió polvo al ser sacado del anclaje. Apoyada en la herramienta, Brigita se sintió poderosa, ahora pensaba en el adúltero y el epitafio gráfico de su marcha, con las maletas ordenadas igual que está la ropa en el bombo de una lavadora y el inevitable sudor del culpable, que se despide rehuyendo el contacto. Podía abandonar el rodeo que significaba hablar de él como “antiguo marido”, era su ex, prefijo este que nunca había sido de su agrado, pero que entendía que con la remozada perspectiva, era el que tocaba.
El miedo también es efímero y el suyo estaba más apagado que el fuego que había recalentado la habitación. Un lustro tuvo que caer, para que Brigita sepultara el pésimo recuerdo de una pareja, cuyo rastro en la memoria ya se había ex-tin-gui-do, para que sus ánimos florecieran con la cadencia de la primavera.

Xavi Domínguez

domingo, 3 de febrero de 2019

RELATO SOBRE UNA PELÍCULA




ESTAMOS RODANDO
Tenía que entregar un café, sí, eso lo sabía, pero no recordaba nada más. Mi cabeza y el lugar donde me hallaba, estaba regrenido. Agudicé la vista y logré encontrar un claro a mi izquierda, por el que avancé sorteando las trampas de un piso infestado de cables. Una voz imponente me detuvo antes que llegara la claridad, aunque no se dirigía a mí.
-Ese es mi bistec, Valance.
Evité que la taza se vertiera por el sobresalto. Lo primero que destacaron mis ojos fue el reluciente brillo de la empuñadura de plata del forajido que había sido apelado, flanqueado por dos compinches, uno con cara de dolor de botas y el otro, un alfeñique de expresión ridícula, cuya misión era el de botones y rastrero del jefe de la banda. El corpulento que había proferido la advertencia, lo hizo con tanto aplomo que el aliento desprendido en su frase habría sido capaz de pegar un clavo en una madera. Estirado en el suelo, estaba un mozo con mandil, de piernas tan desgarbadas como sus brazos.
-Tom Doniphon, Ramson Stoddard, ¡Liberty Valance!
-¡Corten! –gritó una voz malhumorada ahogando mis palabras-, ¡arreglen esos filtros!
El receso no se debía a mi aparición. Acerqué la bandeja, que a causa de mi ansiedad, parecía un barco luchando contra la mar gruesa, y yo, Charlot haciendo de camarero.
-Nadie ha pedido un café...
Las gafas oscuras, las carrilleras y el mentón pronunciado. Sí, era el director, me había hablado John Ford, con esa carencia de candor característica. No sabía cómo, pero estaba en el rodaje de “El hombre que mató a Liberty Valance”. Cuando quise salir del plató, enfrente tenía a James Stewart y John Wayne y detrás a ocho operarios que se mostraban presurosos en acciones que no parecían resolver nada.
Regresé a la confusa oscuridad del pasillo, tan intensa a cada zancada, que había conseguido desorientarme. No podía caminar, carecía del mínimo punto de luz como referencia. Mi ceguera era completa. A tientas, siendo el hermano pequeño del monstruo del Dr.Frankenstein, quise palpar las paredes, fue entonces cuando apercibí que ya no portaba la bandeja con la taza. Procuré correr para huir del miedo. En segundos, otro hilo lumínico superaba una cerradura. Entré para cortar el firmamento alquitranado que me aquietaba.
-Buenas noches. ¿También tiene cita con el doctor? Walter es un cirujano magnífico, no hay manos como las suyas, lo peor es el horario de visitas, pero la discreción es primordial en este oficio. Me llamo Sam.
Ese simpático individuo, de sonrisa infranqueable, no paró de parlotear mientras observaba la situación. Pasaban de las cuatro de la mañana según marcaba el reloj de la sala. ¿Cuántas horas habría estado andando por el pasillo?
-¿Tiene fuego? –pregunté.
-Tenga –me respondió ofreciéndome una cajetilla abierta-. El Dr.Coley ya le explicará que con los vendajes en la cara no se puede fumar.
Rechacé un cigarrillo encendido.
-No fumo, solo necesito los fósforos.
-¿Maquetas? Sí –respondió volviendo a su estado jovial-. He conocido clientes poco convencionales en el taxi. Una vez llevé a uno al taller de un taxidermista, a saber qué había en la bolsa que llevaba en el regazo.
Sam siguió hablando del tapizado del coche, su mujer, el ambientador que usaba o la emisora que sintonizaba a medianoche. Él mismo enlazaba los temas sin que pudiera añadir o rebatir nada. Intuyo que con una pastilla de plomo en el paladar habría seguido su discurso, inalterable.
Tenía las cerillas y una duda. Había de resolverla.
-No, cuidado, ese es el quirófano de Walter.
Obviando el aviso del taxista, giré el pomo. Allí estaba tendido un hombre en una camilla, con la camisa remangada y la cara cubierta de vendas salvo en los orificios nasales y un estrecho intersticio en la boca.
-¡Largo de aquí! Espere su turno.
El cirujano tenía un aspecto tétrico. Mejillas chupadas, cabeza cónica, delgado bigote grisáceo pegado al labio inferior y modales de tabernero.
-Es el Dr.Walter Coley –dije con voz asmática dirigiéndome a Sam.
-Claro que lo es.
-Y el hombre de la camilla, Vincent Parry. Un inocente fugado de un penal.
-Lo sabe todo. ¿Y usted quién es? No me ha dicho su nombre.
Me hallaba en la película “La senda tenebrosa”, el paciente parcialmente momificado, no era otro que Humphrey Bogart. Tuve tentaciones para regresar al quirófano, pero mi mente y cuerpo, giraron a la vez. ¿Dónde estaban los técnicos, las grúas, las cámaras y los focos?
Marché sin despedirme de lo que tenía tintes de una realista pesadilla. Sentí la quemazón en los dedos tras extinguirse el fuego de la primera cerilla. Improvisé una antorcha con pañuelos de papel, aún así el círculo luminoso lo cortaba el humo. Respiraba con dificultad; más que abrir otra puerta, era una ventana a la que tenía que asomarme. Gritando, corriendo como un caballo mal herrado, golpeando las paredes, superé un arco de piedra.
-¡No escaparás, malandrín!
Saltando por unas escalinatas sin barandilla, venía hacía mí, espada en ristre, Miguel Ruperto de Hentzau.
-Antes que la guardia dé contigo, acabaré con este leal seguidor de Rodolfo, no saldrás con vida del castillo de Zenda, tenlo por seguro.
Expuso el conspirador, tras bajar el último peldaño.
-No me inspiran pavor vuestras afrentas, conde de Hentzau. No temo la ponzoña de su verbo ni el acero de su espada. El pueblo de Streslau sabrá la verdad. No hay más razón, puesto que hubo coronación.
-¿La verdad de qué? ¿Del amaño? El rey es un títere inglés.
El eco del castillo amplificó la risa y Hentzau tiró el cuello hacia atrás, regocijado en la escena.
Yo no podía controlar los pensamientos, representaba un diálogo no imaginado, con verídica afectación..
-Vea la llama de las teas, conde, son poderosas, pueden quemar, abrasar y arrasar lo que encuentren, pero con un soplo, desfallecen y son humo. Así fracasará la conjura contra Rodolfo, vos no sois más que la sombra de la llama de un hachón funerario.
-Dejemos los sermones para el padre que oficie mañana su entierro. ¡Luchad, bellaco!
El mango de un florete me alcanzó en un tobillo y pude recapacitar y salir por donde había entrado. Alguien dirigía mis acciones, me había convertido en otro personaje. Una daga que llevaba la firma de Hentzau, casi lamió mi oído izquierdo y se insertó en el entrepaño de una entrada que pateé. La habitación solo estaba habitada por el desorden: libros abiertos, bolas de papel y folios repartidos como naipes en una tirada. Cercado por la desorganización, en lo que supuse que era una mesa de trabajo, había una máquina de escribir. Leí: “El conde de Hentzau y sus seguidores buscan al intruso para darle una perlongada y cruenta muerte...”. Sonó un desagüe, había un aseo en esa pocilga. Tuve el tiempo justo para arrastrar una silla y luego un fichero para atrancar la salida al guionista con tanta incontinencia literaria como intestinal. Era de capital significación modificar el texto, para salvar el pellejo y salir de esa peripecia.
-Tienes la máquina pero no hay más folios. Sal a buscarlos, quizás Miguel tenga en sus aposentos. El único papel restante en la habitación es el del baño.
Ese sinvergüenza tenía razón, pero no necesitaba más, dos líneas bastaban. Alguien llamaba con insistencia. Tenía el futuro en mis dedos, podía escribir que era el conserje de mi edificio, entregándome la correspondencia o los nudillos de una eficiente secretaria japonesa de labios tan encarnados que incitaran a la inmoralidad y ojos negros ensoñadores, con la hermosura de un atardecer con brisa sedante, entallada su enjuto pero proporcionado cuerpo, en un kimono de seda rojo con flores y dragones bordados en hilo dorado, presta a mantener un intercambio de información confidencial con un apuesto agente secreto. ¿Por cuál de esas dos opciones iba a decantarme?

Xavi Domínguez

domingo, 20 de enero de 2019

EL DESTINO





DESTINO
Un amasijo de diminutos triángulos y aristas de chocolate blanco con almendras, restaban desmenuzados dentro del envoltorio. La chocolatina había sido aplastada por Margareth J.Sallesby, como si le diera gas a una motocicleta.
Había reclinado la cabeza en el asiento y apretaba los brazos de la silla. El ligero vaivén que hacía oscilar el vagón y el ruido de la maquinaria en acción, la aliviaban.
-El billete, señorita.
La pasajera abrió los ojos, con expresión de no comprender la pregunta. Sin alterarse, el revisor dejó pasar unos segundos para insistir en el ruego.
-Su billete, por favor.
-No tengo –respondió ella después de superar un balbuceo originado por su elevada inseguridad.
-¿A dónde se dirige?
Margareth despejó su aparente estado de ensueño.
-No lo sé, por eso no saqué billete. ¿Cuál es la última parada del trayecto?
-Ashton Valley. ¿Quiere ir allí? Tendrá que pagar un recargo.
El recelo del revisor había quedado patente. Escribiendo el recibo, levantó la mirada para cerciorarse de la identidad de la pasajera.
-Parece desnortada. ¿Quiere que llame a un médico?
El verbo “llamar” provocó que se ausentara de la realidad. Un mínimo gesto de negación finiquitó el diálogo. Margareth giró el cuello hacia la ventana como si tuviera puesto un collarín ortopédico. Estaba aturdida por la resonancia de las palabras del revisor. Sabía que la había tomado por una fugitiva, como Marion Crane en el inicio de “Psicosis” o una enferma. No era ninguna de las dos, aunque rompiera su disciplina y se subiera al primer tren que partía de la estación.
¿Cuál era su rumbo? ¿Una población que no conocía a 500 km de su casa? Un poeta, habría replicado orgulloso que su destino era “encontrar la felicidad”. Se golpeó las rodillas deslavazando esa idílica idea. Sí, las sospechas del empleado eran ciertas, huía. ¿Qué se hace cuando no quieres atender los problemas? Alejarte de ellos. Era un bandolero que sale al galope después de haber saqueado y logrado su botín, pero el suyo solo constaba de miedo, surgido cuando detectó que el amor por su marido había derivado en afecto, y ese afecto había decrecido hasta llevarla a una convivencia con alguien que conocía, pero que le transmitía la misma ilusión que descamar y destripar una bandeja de sardinas a diario.
Estaba avergonzada y sin el valor para encarar una ruptura, pues no tenía argumentos mas que el
depósito donde almacenaba los sentimientos cuya flecha indicaba “vacío”.
El tren se detuvo, pero no los pensamientos de Margareth. ¿Llegar a la madurez para comportarse como una chiquilla? Fugarse con una aventura extraconyugal que convierte en álgida la emoción en cada encuentro, recordando una imperceptible caricia en un entusiasmo perpetuo, tendría sentido, pero no su precipitado número de escapismo.
Antes de reanudarse el viaje, Margareth bajó del tren para comprar un billete de vuelta. Durante el receso se había decidido. Tenía que afrontar la situación con entereza y calma. Las personas no somos dueñas de nuestros sentimientos, tienen vida propia y los suyos por él, habían hecho los bártulos para no regresar jamás.
No podía llamar a su pareja, porque en esa disparatada vorágine, había tirado el móvil a un río maloliente. Acertado, pensó, allí encajaban muchos de los mensajes y vídeos zafios que transferían los habitantes del submundo virtual.
Sin telefonía, estaba obligada a citarse con él para sincerarse, esa era la única vía factible. Las verdades duelen, pero en ocasiones no se comprenden, así que ella se decidió por una frase concisa e impactante: “Serafín, tengo un amante”.
Ese fue el fin de Serafín, aunque no hubiera ni el regalo de un diamante por parte de un amante, así que sirvió esa falsa confesión de un amor clandestino, para dejar de andar por un camino sin destino.


Xavi Domínguez

sábado, 12 de enero de 2019

SOLEDAD




SOLEDAD
Aquella mañana Soledad se levantó mas temprano que de costumbre. Desconectó el móvil, cerró la agenda y se fue hacia la estación para coger el primer tren que pasara sin importarle el destino. Sentada en el andén se sintió más feliz que nunca; sintió que por primera vez desde hacía un tiempo, se estaba haciendo el mejor de los regalos a sí misma: aprender a estar unas horas, un día, un tiempo en su propia compañía y no sentirse mal por ello. Era lo que más anhelaba y estaba a punto de conseguirlo: estar sola sin sentirse sola. Estaba cansada de cargar con el estigma de que su presencia era temida por tantos y pudo probarse a sí misma que en verdad era porque no la conocían bien; no le habían dado la oportunidad de explorar todas sus dimensiones. Ese día lo tuvo claro, se iba segura de que volvería renovada para así poder llegar a más gente.

Cerró los ojos al mismo tiempo que el tren empezó a moverse.
Recordó la estrofa de "Ma Solitude" de Moustaki, que tanto le gustaba:

"Non, je ne suis jamais seul, avec ma solitude"


Marta Albricias




SOLEDAD
Pasaban de las cinco de la tarde, de un martes brumoso a principios de enero. Me aproximaba a la intersección entre la calle Padilla y la Meridiana. Me sentí pequeño en esa explanada, un personaje perdido en un mundo apocalíptico. De reojo veía cruzar a algún viandante a paso ligero y con la cara gacha; al fondo, una docena de bicicletas ancladas en la parada.

El viento quiso desbaratarme las ideas con un pescozón con un mensaje ligado: “Despiértate y anda”. Funcionó. La impertinencia del aire se coló por el cuello de mi abrigo y me puse en marcha para reactivar el termostato.

En un movimiento heredado, me froté la frente y los ojos, lo que advertía que estaba cansado y aburrido. Mientras, había llegado a algo semblante a un muro que rodeaba “L’Auditori”, una clase de estanterías de cemento pintadas de blanco. Extendí los dedos en una de ellas y agucé la vista. El color apagado de una tarde cercana al ocaso, se aunó con la aspereza de ese muro, repleto de sedimentos y suciedad. Una construcción olvidada por los paños y las cámaras de fotos, un monumento a la nada.

Me agité imitando un escalofrío, el tacto rugoso que había palpado, era tan desapacible como ese entorno, y más que el frío, una inquietud creciente me sobrecogió. Sabía que mi gesto era amargo, un peatón solitario dentro de una postal con colores estancados en aquellos que incitan a la melancolía, sin contar, que al fondo estaba el crudo pero lucrativo negocio de la muerte. Pensé en el paradójico e inútil final de un mosquito que flota en un café con leche olvidado en un escritorio, frío y con la mortaja de una telilla de nata. Una bebida que ni el propietario ni el insecto disfrutarían. Cuántas veces había sido testigo de tan grotesca situación.

Me sentía violentado por un brote de soledad, no como esa que poseía después de quedar con una antigua amada, y cruzar el entorno del “Turó Park” a media noche, con las verjas de hierro forjado dispensando un turbador vaho. Entonces, a pesar del ambiente, brincaba como un corzo.

Adjunto al muro, dejé que la tarde venciera para seguir con mis pensamientos. La soledad también reside en el que abre una conversación en un grupo y por falta de réplica se torna en monólogo, en un saludo no devuelto o en el que padece una enfermedad y la esconde al resto para no repartir el sufrimiento.

A pesar de la dejadez, me apoyé en esa singular pared, como si se tratara de la barra de un bar y yo un fanfarrón tenorio. Barrunté. Un actor sin público, un bosque sin pájaros, deshabitado; un escritor sin lectores, ese era yo. La soledad del que no es un ermitaño, esa es la que profundiza en una herida interna que te tuerce el gesto y rompe el habla y la ilusión.

Caminé para llegar a mi destino. Al rato vi a un mendigo acurrucado entre unos cartones. La temperatura había descendido. Me acordé de Gene Kelly en la famosa escena de “Cantando bajo la lluvia”, cuando al finalizar la coreografía callejera, le regala el paraguas a un señor mayor que se estaba empapando. Aunque distaba de estar eufórico como el actor, me quité la chaqueta, que ya había cumplido de sobras su función en los últimos años, y se la di a ese hombre. Me lo agradeció, más que con palabras, con una tierna mirada. Ambos estábamos satisfechos.

El que siente la soledad, aunque viva rodeado por una multitud, necesita poco: una palabra, un apretón de manos, o simplemente una risa limpia a un comentario que ha lanzado. Yo mismo, una vez de vuelta a casa, acogido por el desorden de mi sala de trabajo, como solía hacer mientras me desvestía, empecé a dialogar conmigo sobre lo que había pasado.

Ahora estaba más acompañado: éramos yo (el que hablaba), mi otra parte (la que siempre escuchaba) y un atronador resfriado, que se comprometía a ser un insolente huésped en mi cuerpo, durante la próxima semana.


Xavi Dominguez