VOLANDO VOY VOLANDO VENGO
Por
fin, me paso la vida de país en país y de aeropuerto en aeropuerto y por el camino yo me entretengo. Me entretengo comprándome la vestimenta más in en las
tiendas internacionales. Me entretengo leyendo revistas de moda y viajes en idioma original. Me entretengo mirando a las persones de distintas
nacionalidades. Me entretengo gestionando la agenda en mi IPAD. Me entretengo imaginando cómo podría entretenerme con el vello que apunta en las aperturas de las camisas de
algunos ejecutivos atractivos y también me entretengo observándoles la boca y la nuca. Me entretengo en alguna cafeteria aunque poco porque no me suelen gustar los menús y finalmente miro las tonalidades de las nubes por las cristaleras del avión y
pienso en que se estará entreteniendo mi hija en su universidad internacional.
Susana
EL ALA DEL AVIÓN
Sentada en mi asiento puedo ver el ala del avión. El ala, olala, ¡oh lalá! El azafato, un hombre guapísimo. Sí, quiero agua, por favor, s’il vous plait Monsieur. Me la bebo de un trago y antes de que desaparezca de mi vista le pido un peu plus s’il vous plait, Monsieur. Puede hablarme en su idioma, entiendo español- me dice una voz agradable con acento francés. Entablamos conversación. El pasará dos noches en París, donde se celebra el simposium en el que participo. Su hotel se halla a unos veinte metros del mío, ambos cerca del Sena. Quedamos en encontrarnos esa misma noche. Cenamos en un restaurante frente al río , presenciamos un cálido anochecer de julio entre bromas y risas, disfrutando además de la música de un dúo de violín y guitarra en vivo. Me acompaña hasta la puerta de mi hotel. Sospecho que me gustaría volver a ver mañana a un amable azafato, le digo. Sospecho que a él también le gustaría verte, me responde.
Al día siguiente mi ponencia es escuchada con gran interés, mis palabras fluyen. Recibo fuertes aplausos y felicitaciones. Pero lo que verdaderamente me entusiasma es que por la noche vuelvo a cenar frente al Sena.
Mariajes
ACIAGO DESTINO
Sobrevolábamos la cordillera de los Balcanes, iba
a Atenas a dirigir un hotel. Miré por la ventanilla, vi el ala del avión y abajo
creí distinguir el monte Olimpo rodeado de nubes. No sé si era el mítico monte,
pero en la primera ocasión que lo permitió el hotel me escapé de Atenas y me
fui a visitarlo.
No llegué a subir a la cumbre, me contenté con
pasear por su falda e imaginar la morada de los dioses. De mis divinas
ensoñaciones me aparto el ruido de un motor. Forcé la vista y a lo lejos
distinguí una moto que se acercaba. Al aproximarse comprobé que era una de esas
motos de pequeña cilindrada, como las que usan los repartidores de pizza,
pilotada por un viejo que llevaba un casco con alas adosadas a los lados.
- Buenos días, ¿se ha perdido usted? –Dijo el
anciano que se había detenido a mi lado-. ¿Necesita ayuda?
- No, muchas gracias, buen hombre. Estoy
paseando. ¿Y usted que hace por estos andurriales?
- ¿Yo? Yo voy a la oficina de empleo.
- Vaya por Dios, ¿se ha quedado sin trabajo?
- Sí, pero no ha sido por Dios. Ha sido por los
dioses, que ya no me necesitan.
- ¿Cómo dice usted, buen hombre?
- Pues verá, que resulta que con tanto e-mail y
whatsapp los dioses ya no me necesitan como mensajero.
Durante unos instantes me quedé atónito, no sabía
qué pensar. Me fijé de nuevo en las alas que adornaban el casco del motorista.
Lo vi claro, el pobre estaba chiflado, se creía Hermes, el mensajero de los
dioses.
- ¿Y de dónde viene? Si puede saberse –le
pregunté.
- De la cima vengo, de cobrar el finiquito.
Bueno, y ya está bien de charla, que si me entretengo más encontraré la oficina
cerrada. Y que los dioses le sean más propicios a usted de lo que lo han sido
conmigo –me dijo al tiempo que arrancaba aquella moto tan cutre.
- Adiós, Hermes –grite, y él, que ya se alejaba,
se giró, me sonrió con su boca desdentada y agitó la mano a modo de despedida.
No había vuelto a pensar en ese extraño encuentro
hasta ayer, que encargué una pizza y me la trajo un viejito idéntico al que vi
en la falda del monte Olimpo. Cuando quise reaccionar y preguntarle, ya había
cogido el ascensor.
Felipe Deucalión
EL VUELO
Me llamo Jorge Henriquez y soy
piloto de una compañía aérea desde hace quince años. Vivo en París, aunque
nunca estoy en casa. Ayer me desperté en Londres y mañana dormiré en Singapur.
Me gusta vivir así, pero mi mujer no lo resistió.
Con tantas horas de vuelo, me he
visto en situaciones de toda clase, pero nunca me había ocurrido nada parecido
a lo acontecido aquel 24 de octubre de 2012.
Perdimos la tierra de vista y
teníamos ante nosotros el Atlántico. Estaba muy despejado y sólo veíamos unas
pocas nubes deshilachadas bajo nosotros. El océano azul no tenía fin. Estaba
fijado el rumbo y volábamos con el piloto automático. No parecía que pudiera
ocurrir nada. Cuando más distendidos estábamos en la cabina, mi compañero lanzó
un grito y dijo que se divisaba tierra. Efectivamente así era, yo no podía
creerlo pero la estaba viendo. Era una gran isla en medio del mar que el radar
no detectaba y no constaba en ninguno de nuestros planos. Pensamos que
habríamos equivocado nuestras coordenadas pero no era así.
Estábamos desconcertados y
llamaron a la puerta de la cabina. Abrí yo mismo y quedé paralizado por la
sorpresa: una azafata rubia y angelical, que no era de las nuestras, que vestía
un uniforme amarillo completamente distinto, nos sonrió y preguntó si
deseábamos alguna cosa. Como no contestamos porqué estábamos mudos por el
asombro, se disculpó y cerró la puerta. Mi compañero y yo, casi al mismo tiempo,
volvimos a abrir para interrogarla pero ella ya no estaba. No se veía a nadie
ni en el largo pasillo ni en los asientos. Ninguna de nuestras azafatas tenía
noticia de ella.
Pasamos sobre la gran isla y
volvimos a volar sobre el océano.
Aunque estábamos desencajados por
lo sucedido, al cabo de unas horas llegamos a Méjico.
En los días sucesivos, después de
relatar los acontecimientos a nuestros superiores, fuimos sometidos a
tratamiento psicológico. Nos dijeron que fue una enajenación mental transitoria
por el estrés, pero los dos sabemos que no es verdad y que fue tan real como la
vida misma. Yo todavía guardo el botón amarillo que se desprendió de su
uniforme.
Laia
AUTOBIOGRAFIA
Ya han pasado casi seis meses
desde que cogí el avión y tuve a mi alcance una vista muy similar a la de la
foto durante más de trece horas de vuelo.
Mientras mis ojos se recreaban
con el espacio, las nubes y las luces visibles desde la altura, mi mente no
dejaba de martillearme con preguntas para las que todavía no tenía respuesta.
¿Ha sido la decisión adecuada?
¿Echarás de menos algo? ¿Vas a volver a corto plazo? ¿cómo planificar los
primeros días? ¿Y qué pasa con todos los trámites de documentos?
…y ahora, seis meses después, a
la vista de esa imagen revivo aquellos momentos de incertidumbre, de
nerviosismo, de duda y os puedo garantizar que si…que hice lo que tenía que
hacer y que la experiencia está resultando genial.
Una vez en el tren (o avión),
todo parece diferente y no hay marcha atrás. Lo valiente está en subirse al
tren (o al avión)…pero cuando ya estás dentro arramblas con todos tus miedos y
no te queda más opción que adaptarte a tu nueva vida.
Y se hace con entusiasmo. Porque
todo, TODO, es nuevo. Da igual si es mejor o peor que lo que ya conoces…lo
importante, lo verdaderamente importante es que puedes convertir un cambio de
estas características en una experiencia vital que te ayuda a valorar cosas que
tenías y no tienes y a apreciar cosas que ahora tienes y no tenías.
Cuando se cambia de país se
cambia de todo…de TODO. Costumbres, comidas, marcas, canales de televisión,
cervezas, emisoras de radio, periódicos, horarios, sistemas, matrículas,
acentos, fisonomías, expresiones, anuncios, clima, políticos, sabores, tráfico,
texturas, cines, excursiones, equipos de futbol, paseos, gentes, licores….y eso
que antes tenías por la mano, ahora son novedades, dudas en las elecciones,
pruebas constantes… y aunque te encuentres inmerso en una rutina parecida
(trabajar, casa, tiempo libre, etc), todo ello está envuelto de multitud de
pequeños detalles que le dan al asunto un sabor especial…
Todavía no sé si es bueno o malo,
mejor o peor que lo que dejé…sencillamente es diferente y mientras llego a una
conclusión el tiempo va pasando…la vida va pasando…y tengo la esperanza de que
cuando llegue a tener una respuesta a esas preguntas, sea capaz de coger un
nuevo tren (o un avión) y dar otro salto que me permita empezar otra vez en
otro lado…
…y seguir conociendo y
aprendiendo…
…para mí se ha convertido en algo
verdaderamente vital.
La vida es hermosa y creo que
experiencias de esta índole la hacen más hermosa aún, pues en el conocimiento
está la verdadera esencia del ser humano.
J.Vigil
ASESINATO EN EL
AIRBUS A330
-¡Por fin!- dijo
Laertes, mientras se dejaba caer sobre su asiento del Airbús, con destino a
Casablanca. Le acompañaban su amigo y ayudante Artal y Elena, la novia de éste.
Como los asientos van
de dos en dos en primera clase, Artal y Elena se sentaron en un lado del
pasillo y Laertes iba al otro lado. A su izquierda tomó asiento una señora
morena, algo llenita de aspecto agradable, la cual se presentó a Laertes con el
nombre de Mónica Pardal.
– ¡Increíble, Laertes,
estamos en crisis y en primera todo lleno!- , Laertes asintió con una sonrisa,
y se dispuso a cerrar los ojos pensando en sus merecidas vacaciones en las
playas de Túnez. Para ello harían escala en Casablanca y tomarían el vuelo
hacia Túnez.
Después de 20 minutos
de vuelo, una mujer que iba unos asientos
delante de Laertes gritó: ¡Il est mort, il est mort!, no dejaba de gritar la
mujer. Hubo un revuelo de azafatas, y Laertes se levantó y se acercó a la fila
en cuestión. Al llegar, vió sentado al lado del pasillo un señor grueso de unos
50 años de edad, que al parecer estaba muerto. La señora que iba sentada a su
lado, quería salir para ir al lavabo y al ver que el señor no se movía, le tocó
para despertarle y entonces se dio cuenta de que estaba muerto. Nuestro detective, después de identificarse,
ordenó que se diese media vuelta y que aterrizaran en Málaga, ya que era lo más
cerca que estaban de suelo Español. Mientras volvían, Laertes, Artal y Elena
iniciaban las pesquisas, con el listado de pasajeros y pedían la documentación
a todos los pasajeros. El muerto, resultó ser el Señor Alí Baridó, un alto ejecutivo de una multinacional
egipcia, que viajaba desde Barcelona a Egipto,
haciendo escala en Casablanca. Laertes indicó a Artal que todo apuntaba a
muerte por envenenamiento, debido a que los labios y las uñas del cadáver
empezaban a tener un color azulado. Así que recogieron la bandeja de la comida
y el vaso y botella que le habían servido al finado, para poder analizarlo en
tierra. Helena, que se encargaba de registrar a las señoras, halló un bote de
teofilina (pastillas para dormir), en el bolsillo del abrigo de la Srta.
Mónica, que se sentaba al lado de Laertes. A otra señora, sentada en la última
fila de asientos de primera, se le halló una jeringuilla y varias dosis de
insulina. Cuando el avión tomó tierra, subieron a él dos policías que
arrestaron a la Señorita Mónica, y también a la señora de la insulina.
Una vez en la comisaría
la Señorita Mónica habló con Alertes. Llorando, le confesó que ella había sido
amante de ese hombre, y que al darse cuenta de que la engañaba con otras, y que
además no pensaba dejar a su mujer, había esperado a que él realizase uno de
sus viajes a Barcelona para vengarse, y que había pensado hacerlo y para ello
había comprado un frasco de pastillas para dormir, pero que luego en el avión,
lo veía de lejos y vió que le seguía amando y que era incapaz de matarlo.
El inspector de la policía, habló con
Laertes. Éste le comentó al inspector que la señorita Mónica no había sido, ya
que el tubo estaba lleno y en ningún momento se había movido de su asiento,
pues él estaba a su lado. Además, la muerte se debía a envenenamiento por algún
tipo de anticongelante y que éste debía haber sido inyectado en el cuerpo del
sujeto mientras éste estaba dormido. Una vez analizada la jeringuilla, de la
que no pudo deshacerse la otra señora, se descubrió que efectivamente tenía
anticongelante de coche. La Señora en cuestión,
era una peluquera de Casablanca, también amante del Sr. Alí, y que al conocer
que estaba casado y además tenía varios líos con otras mujeres, juró vengarse
de él, lo cual hizo.
Una vez realizada la
autopsia, y comprobar que efectivamente había sido envenenado con
anticongelante, debía expatriarse el cadáver, por lo que Laertes, insistió al
inspector de policía de Málaga que le permitiese ser él y sus amigos los que se
encargasen de la repatriación, así podrían al menos disfrutar de unos días de
vacaciones, ya que no contaban poderlas disfrutar en Túnez como tenían pensado.
Naturalmente, el estado
corrió con todos los gastos de la expatriación del cuerpo del Sr. Alí a Egipto,
y los de las vacaciones de nuestros amigos.
Loli Ruiz.