viernes, 26 de septiembre de 2014

COMO CADA TARDE



COMO CADA TARDE
Se sentía desesperada y desgraciada. Estaba sin fuerzas, con una sensación de vacío inmenso que le había dejado la muerte de su esposo.  Lo había estado cuidando durante los trece meses que duró su agonía, inmersa en la cárcel de sus cuidados, de sus dolores, de sus quejas.  Y aunque ya todo había terminado, seguía sintiendo el mismo encierro, la misma cárcel, solo que ahora estaba solamente acompañada de una ausencia.

De pronto se oyeron truenos, el cielo oscureció iluminándose con breves relámpagos. Elisa rompió en llantos. Lloró y lloró y lloró. Sus lágrimas resbalaron por sus mejillas, su pecho, sus brazos. Bañaron todo su cuerpo, cayeron al suelo hasta inundarlo, salieron por las puertas, bajaron hasta la calle y se mezclaron con el agua de la tormenta. Sintió que algo había cambiado: Lloraba el cielo y llovía su corazón. Luego la lluvia paró y sus lágrimas cesaron. Se miró en el espejo, el cielo sonreía. Estaba despejada, ligera, limpia.  Estiró sus brazos, alzó sus manos y salió. Llegó hasta la parte del río donde se podía nadar, y flotó panza arriba como los insectos zapateros que tanto le gustaban de pequeña.  Se deslizó con la suave corriente, como las hojas secas que los árboles dejaban caer al agua. 

Se empapaba de naturaleza.  Se sentía libre. Sin prisas por estar en casa cuidándolo,  como cada tarde.


María Jesús (mariajes)



UNA LLAMADA DESESPERADA
Estaba sentado en la terraza de un bar  saboreando un café, a mi lado dos paisanos comentaban con regocijo la abundancia de agua del presente verano, y frente a mí se alzaba imponente la montaña del Turbón.

Sobre la montaña mágica del pirineo aragonés unas nubes de algodón estaban atrapadas en la cima y formaban un círculo que permitía visualizar el haz de rayos solares que se filtraban por su centro. Yo estaba emocionado con la escena, y mi asombro se transformó en maravilla, cuando sobre el haz de rayos distinguí claramente un triángulo con un ojo que no parpadeaba enmarcado en él. No daba crédito a lo que veía, será una ilusión óptica inducida por la emoción del paisaje que se exhibe ante mí, pensé.

Pero, de pronto, una voz resonó en el firmamento: “Humanos, el tiempo del arrepentimiento y la purificación se está agotando. Preparaos, mortales, vuestro final es inminente”. En este momento ya no sabía que pensar ni que creer.
-        
  -       -Ya está otra vez el pesado ese. Como cada tarde –dijo uno de los paisanos que estaba junto a mí.

-          
          - Desde luego, con lo que ha sido, es muy triste verle recurrir a estas triquiñuelas para que alguien le   haga caso –remachó el otro.


Felipe Deucalion



COMO CADA TARDE…
No me interesa tu vida, Maruja. Tus obligaciones de estofado patatero y garbanzos en remojo. De bronca con la niña porque llega tarde por las noches oliendo a tabaco y alcohol, con 4 suspensos este curso.

No me interesa tu relación con el santurrón de tu marido que cumple con el abrazo marital los viernes con el mismo entusiasmo que tu cumples con la colada de los lunes.

Ni me interesan tus conversaciones con la vecina del segundo para poner verde a la del tercero, ni los remedios que os comunicáis para conseguir que sea un éxito la operación bikini de cada verano, cosa en la que año tras año fracasáis.

Tampoco me entusiasma el que tus verbos más utilizados sean cundir y limpiar.

Ni que delegues en tu hijo mayor el encargo de poner color a tu plana vida a través de un nieto que aporte la promesa de un nuevo horizonte.

No me interesa tu anodina existencia donde bien poco ha escrito la primavera en tu diario y si algún sentimiento relevante existe es el prestado por los culebrones televisivos en los que, como cada tarde, te escondes detrás de sus personajes tragicómicos.

Y así van cayendo las hojas de tu calendario en los que cada noche los ronquidos de tu marido señalan el final del día.


Carmen



VENCER LA RUTINA
Colocó las fichas boca abajo sobre la mesa y las mezcló hasta dejarlas  al azar. Aquella tarde, hasta el aire que respiraba le resultaba monótono.  Aquella tarde, decidió que la partida sería diferente; y así, conscientemente decidido a que así fuese, comenzó el juego:  evitando cualquier proceder automático que pudiese acrecentar esa sensación de hastío que de un tiempo a esta parte, le proporcionaba la misma rutina de cada tarde.
Y el dado, empezó a rodar por el tablero…y  la primera ficha se dio la vuelta, ágil; sin rodeos; sin letras, sin números, sin puntos ni colores, tan solo era un mensaje que decía:

 “ Gánale el pulso a la rutina de siempre; toma otra ficha, sigue jugando y averigua cómo”

Perplejo, tomó otra ficha y ésta era también diferente a todas las que había visto hasta ahora; en ella pudo leer:
“ Un paseo por la orilla del mar ”

Y seguidamente, otra más le formuló una pregunta:
“ ¿Qué tal un poco de música?

Una tercera ficha…le invitó a dar:
“ Un paseo por el parque “

La más genérica de todas, le invitó a:
“ Explorar todas sus posibilidades”

Y de este modo, le fue dando la vuelta a las 28 fichas de las que obtuvo 28 sugerencias; y el aire se fue haciendo menos denso y, atónito, volvió a leer cuidadosamente cada uno de los mensajes que le habían devuelto las ganas de romper con esa rutina en la que se sentía atrapado desde hacía ya demasiado tiempo.

El mensaje de la última ficha fue definitivo:

“Explora tus posibilidades, hay vida más allá de este tablero”

Poco a poco…recogió las fichas, el tablero y salió de casa. Aquella tarde la rutina no le acompañó como cada tarde”.


Marta Albricias




COMO CADA TARDE
Mike está sentado en un banco del parque como cada tarde. No va solo. Le acompaña Black, su perro pastor aleman. Su mujer murió hace años y Mike visita a sus hijos y nietos con asiduidad. Todavía se mantiene joven y dedica su tiempo a hacer servicios para la comunidad. Es una persona dulce y cariñosa, peró en realidad, el único que le conoce bien es su perro Black, que nunca podrá compartirlo con ningún humano.

La luz de la tarde se desvanece y da paso muy despacio a la oscuridad. Mike ha visto pasar a muchas personas, pero este martes ha estado al acecho. Hoy es día de caza.
Una mujer joven, muy guapa, anda delante suyo y se dirige al centro del parque para atravesarlo. Ya ha anochecido.

Mike se levanta y junto a Black, empieza a seguirla. La mujer, ajena a todo, se adentra más y más en la parte frondosa del paraje, nada transitada en esas horas. Ya le han dicho algunas veces que es mejor dar un rodeo y no pasar sola por la arboleda, pero ella tiene prisa y así se ahorra mucho camino.
La mujer se vuelve un par de veces y ve a Mike y a su perro ya muy cerca, pero le parecen inofensivos.

De forma súbita, ella se agacha para quitarse una piedra del zapato, y en ese instante Mike le asesta un golpe mortal en la cabeza con su mazo, el que lleva siempre para estas ocasiones, que queda bien escondido bajo el abrigo.
La mujer está en el suelo, y Mike, presa de una excitación sin límites, la mira con cariño y la coloca boca arriba, como si durmiera. Black lo observa todo pacientemente.

Al dia siguiente el bosque está lleno de policias. Saldrá en la próxima edición del periódico, la noticia de un asesinato en la zona.

Mike, no hace números de las piezas que lleva cobradas y Black no sabe contar, así que tranquilamente se sienta en el banco como cada tarde, para ver pasar las horas.

(Historia de un asesino en serie)
                                                              

Laia 




COMO CADA TARDE
Como cada tarde Lidia llega la primera a la guardería para recoger a su hijo. Solo hace una semana que ha empezado. Aún no está seguro si le está sentando bien que Marc no esté llorando cada día. Se mueve entre la satisfacción de ver lo bien que se está desenvolviendo y la sensación de que le necesita más que el pequeño a ella. Por si las moscas se lanza a llenarlo de besos nada más abren la puerta, y se lo lleva a casa sin dejar de jugar con él.

Como cada tarde Juan agradece en silencio el dolor de los brazos de las ocho horas de trabajo. Seis meses ya hace y de momento parece que están contentos con él. Desde que empezó la crisis no había conseguido más que chapuzas y ya empezaba a pensar que tendrían que renunciar al piso cuando su primo le aviso de que en su fábrica buscaban alguien de confianza y trabajador.
Como cada tarde están los cuatro alrededor de la mesa del rincón. El tapete verde y las cartas manoseadas, los carajillos, el platillo de frutos secos, el olor a rancio y la mala leche del Lucio cuando suelta la misma frase de los últimos cuatro años “me cago en los maricas políticos y su puta ley antitabaco”.

Como cada tarde Joaquina se acaba el último sorbo del café a las cinco menos cinco, baja las escaleras sin prisas y a las cinco puntual, pase lo que pase, abre las puertas de madera de la pequeña tienda. Igual que el primer día hace más de veinticinco años no tardaran en presentarse sus amigas a chismorrear un rato. Ahora ya son las únicas que vienen y apenas compran algo de lana para hacer unos peucos a sus nietos. Qué más da. Ahora ya están todas sus deudas pagadas. Y mientras le queden fuerzas prefiere pasar aquí sus horas que sola pensando en los hijos que no pudo tener.

Como cada tarde suenan las campanas de la ciudad. Anuncian la misa, aunque a penas ya nadie va. Pero ellas siguen sonando como hace más de doscientos años en lo alto de la catedral. Da igual si hay un monaguillo o un motor tirando de su cuerda. Ellas van a sonar igual hasta el día en que reviente el campanario.

Como cada tarde el sol se pone tras las dunas y como si cuatro mil años no hubieran pasado la pirámide va quedando poco a poco en la sombra hasta que solo desde la cúspide se ve aun el sol.

Como cada tarde el agricultor deja su azada y mira al cielo. Espera ver ese color rojo que desde hace más de ocho mil años toda su estirpe espera que le traiga la lluvia.

Como cada tarde, el pequeño mamífero siente como el sol empieza a descender y busca su refugió para poder mantener el calor de su pequeño cuerpo, exactamente igual que 200 millones de años atrás.

Como cada tarde, apenas hace 540 millones de años, los ojos se alzan para ver el cielo. Unos delgados nervios informan al minúsculo cerebro que pronto desaparecerá la luz, llego el momento de regresar al nido.

Como cada tarde, desde que empezó a enfriarse la corteza, el incesante movimiento de la tierra, retira el sol de las piedras calientes, las hace crujir. Poco a poco se vuelven a contraer, desgastándose lentamente. Y por más que otros cuatro mil millones de años pasen, cada tarde va a seguir igual.
Camino de casa Marc le cuenta a lidia que ha estado jugando en la arena.


Herman