COMO CADA TARDE
Se sentía desesperada y desgraciada.
Estaba sin fuerzas, con una sensación de vacío inmenso que le había dejado la
muerte de su esposo. Lo había estado
cuidando durante los trece meses que duró su agonía, inmersa en la cárcel de
sus cuidados, de sus dolores, de sus quejas.
Y aunque ya todo había terminado, seguía sintiendo el mismo encierro, la
misma cárcel, solo que ahora estaba solamente acompañada de una ausencia.
De pronto se oyeron truenos, el cielo
oscureció iluminándose con breves relámpagos. Elisa rompió en llantos. Lloró y
lloró y lloró. Sus lágrimas resbalaron por sus mejillas, su pecho, sus brazos.
Bañaron todo su cuerpo, cayeron al suelo hasta inundarlo, salieron por las
puertas, bajaron hasta la calle y se mezclaron con el agua de la tormenta.
Sintió que algo había cambiado: Lloraba el cielo y llovía su corazón. Luego la
lluvia paró y sus lágrimas cesaron. Se miró en el espejo, el cielo sonreía.
Estaba despejada, ligera, limpia. Estiró
sus brazos, alzó sus manos y salió. Llegó hasta la parte del río donde se podía
nadar, y flotó panza arriba como los insectos zapateros que tanto le gustaban
de pequeña. Se deslizó con la suave
corriente, como las hojas secas que los árboles dejaban caer al agua.
Se empapaba de naturaleza. Se sentía libre. Sin prisas por estar en casa
cuidándolo, como cada tarde.
María Jesús (mariajes)
UNA LLAMADA DESESPERADA
Estaba sentado en la terraza de un
bar saboreando un café, a mi lado dos
paisanos comentaban con regocijo la abundancia de agua del presente verano, y
frente a mí se alzaba imponente la montaña del Turbón.
Sobre la montaña mágica del pirineo
aragonés unas nubes de algodón estaban atrapadas en la cima y formaban un
círculo que permitía visualizar el haz de rayos solares que se filtraban por su
centro. Yo estaba emocionado con la escena, y mi asombro se transformó en
maravilla, cuando sobre el haz de rayos distinguí claramente un triángulo con
un ojo que no parpadeaba enmarcado en él. No daba crédito a lo que veía, será
una ilusión óptica inducida por la emoción del paisaje que se exhibe ante mí,
pensé.
Pero, de pronto, una voz resonó en
el firmamento: “Humanos, el tiempo del arrepentimiento y la purificación se
está agotando. Preparaos, mortales, vuestro final es inminente”. En este
momento ya no sabía que pensar ni que creer.
-
- -Ya está otra vez el pesado ese. Como cada tarde
–dijo uno de los paisanos que estaba junto a mí.
-
- Desde luego, con lo que ha sido, es muy triste
verle recurrir a estas triquiñuelas para que alguien le haga caso –remachó el
otro.
Felipe Deucalion
COMO CADA TARDE…
No me interesa tu vida, Maruja. Tus obligaciones de estofado
patatero y garbanzos en remojo. De bronca con la niña porque llega tarde por
las noches oliendo a tabaco y alcohol, con 4 suspensos este curso.
No me interesa tu relación con el santurrón de tu marido que
cumple con el abrazo marital los viernes con el mismo entusiasmo que tu cumples
con la colada de los lunes.
Ni me interesan tus conversaciones con la vecina del segundo
para poner verde a la del tercero, ni los remedios que os comunicáis para
conseguir que sea un éxito la operación bikini de cada verano, cosa en la que
año tras año fracasáis.
Tampoco me entusiasma el que tus verbos más utilizados sean
cundir y limpiar.
Ni que delegues en tu hijo mayor el encargo de poner color a
tu plana vida a través de un nieto que aporte la promesa de un nuevo horizonte.
No me interesa tu anodina existencia donde bien poco ha
escrito la primavera en tu diario y si algún sentimiento relevante existe es el
prestado por los culebrones televisivos en los que, como cada tarde, te
escondes detrás de sus personajes tragicómicos.
Y así van cayendo las hojas de tu calendario en los que cada
noche los ronquidos de tu marido señalan el final del día.
Carmen
VENCER LA RUTINA
Colocó las fichas boca abajo sobre la mesa y las mezcló
hasta dejarlas al azar. Aquella tarde, hasta el aire que respiraba le resultaba monótono. Aquella tarde, decidió que la partida sería
diferente; y así, conscientemente
decidido a que así fuese, comenzó el juego:
evitando cualquier proceder automático que pudiese acrecentar esa
sensación de hastío que de un tiempo a esta parte, le proporcionaba la misma rutina de cada tarde.
Y el dado, empezó a rodar por el tablero…y la primera ficha se dio la vuelta, ágil; sin
rodeos; sin letras, sin números, sin puntos ni colores, tan solo era un mensaje que
decía:
“ Gánale el pulso a
la rutina de siempre; toma otra ficha, sigue jugando y averigua cómo”
Perplejo, tomó otra ficha y ésta era también diferente a
todas las que había visto hasta ahora; en ella pudo leer:
“ Un paseo por la orilla del mar ”
Y seguidamente, otra más le formuló una pregunta:
“ ¿Qué tal un poco de música?
Una tercera ficha…le invitó a dar:
“ Un paseo por el parque “
La más genérica de todas, le invitó a:
“ Explorar todas sus posibilidades”
Y de este modo, le fue dando la vuelta a las 28 fichas de las que
obtuvo 28 sugerencias; y el aire se fue haciendo menos denso y, atónito, volvió
a leer cuidadosamente cada uno de los mensajes que le habían devuelto las ganas
de romper con esa rutina en la que se sentía atrapado desde hacía ya demasiado
tiempo.
El mensaje de la última ficha fue definitivo:
“Explora tus
posibilidades, hay vida más allá de este tablero”
Poco a poco…recogió las fichas, el tablero y salió de casa. Aquella tarde la rutina no le acompañó como cada tarde”.
Marta Albricias
COMO CADA TARDE
Mike está sentado en un banco del parque como cada tarde. No
va solo. Le acompaña Black, su perro pastor aleman. Su mujer murió hace años y
Mike visita a sus hijos y nietos con asiduidad. Todavía se mantiene joven y
dedica su tiempo a hacer servicios para la comunidad. Es una persona dulce y
cariñosa, peró en realidad, el único que le conoce bien es su perro Black, que
nunca podrá compartirlo con ningún humano.
La luz de la tarde se desvanece y da paso muy despacio a la
oscuridad. Mike ha visto pasar a muchas personas, pero este martes ha estado al
acecho. Hoy es día de caza.
Una mujer joven, muy guapa, anda delante suyo y se dirige al
centro del parque para atravesarlo. Ya ha anochecido.
Mike se levanta y junto a Black, empieza a seguirla. La
mujer, ajena a todo, se adentra más y más en la parte frondosa del paraje, nada
transitada en esas horas. Ya le han dicho algunas veces que es mejor dar un
rodeo y no pasar sola por la arboleda, pero ella tiene prisa y así se ahorra
mucho camino.
La mujer se vuelve un par de veces y ve a Mike y a su perro
ya muy cerca, pero le parecen inofensivos.
De forma súbita, ella se agacha para quitarse una piedra del
zapato, y en ese instante Mike le asesta un golpe mortal en la cabeza con su
mazo, el que lleva siempre para estas ocasiones, que queda bien escondido bajo
el abrigo.
La mujer está en el suelo, y Mike, presa de una excitación
sin límites, la mira con cariño y la coloca boca arriba, como si durmiera.
Black lo observa todo pacientemente.
Al dia siguiente el bosque está lleno de policias. Saldrá en
la próxima edición del periódico, la noticia de un asesinato en la zona.
Mike, no hace números de las piezas que lleva cobradas y
Black no sabe contar, así que tranquilamente se sienta en el banco como cada
tarde, para ver pasar las horas.
(Historia de un asesino en serie)
Laia
COMO CADA TARDE
Como cada tarde Lidia llega la primera a la guardería para
recoger a su hijo. Solo hace una semana que ha empezado. Aún no está seguro si
le está sentando bien que Marc no esté llorando cada día. Se mueve entre la
satisfacción de ver lo bien que se está desenvolviendo y la sensación de que le
necesita más que el pequeño a ella. Por si las moscas se lanza a llenarlo de
besos nada más abren la puerta, y se lo lleva a casa sin dejar de jugar con él.
Como cada tarde Juan agradece en silencio el dolor de los
brazos de las ocho horas de trabajo. Seis meses ya hace y de momento parece que
están contentos con él. Desde que empezó la crisis no había conseguido más que
chapuzas y ya empezaba a pensar que tendrían que renunciar al piso cuando su primo
le aviso de que en su fábrica buscaban alguien de confianza y trabajador.
Como cada tarde están los cuatro alrededor de la mesa del
rincón. El tapete verde y las cartas manoseadas, los carajillos, el platillo de
frutos secos, el olor a rancio y la mala leche del Lucio cuando suelta la misma
frase de los últimos cuatro años “me cago en los maricas políticos y su puta
ley antitabaco”.
Como cada tarde Joaquina se acaba el último sorbo del café a
las cinco menos cinco, baja las escaleras sin prisas y a las cinco puntual,
pase lo que pase, abre las puertas de madera de la pequeña tienda. Igual que el
primer día hace más de veinticinco años no tardaran en presentarse sus amigas a
chismorrear un rato. Ahora ya son las únicas que vienen y apenas compran algo
de lana para hacer unos peucos a sus nietos. Qué más da. Ahora ya están todas
sus deudas pagadas. Y mientras le queden fuerzas prefiere pasar aquí sus horas
que sola pensando en los hijos que no pudo tener.
Como cada tarde suenan las campanas de la ciudad. Anuncian
la misa, aunque a penas ya nadie va. Pero ellas siguen sonando como hace más de
doscientos años en lo alto de la catedral. Da igual si hay un monaguillo o un
motor tirando de su cuerda. Ellas van a sonar igual hasta el día en que
reviente el campanario.
Como cada tarde el sol se pone tras las dunas y como si
cuatro mil años no hubieran pasado la pirámide va quedando poco a poco en la
sombra hasta que solo desde la cúspide se ve aun el sol.
Como cada tarde el agricultor deja su azada y mira al cielo.
Espera ver ese color rojo que desde hace más de ocho mil años toda su estirpe
espera que le traiga la lluvia.
Como cada tarde, el pequeño mamífero siente como el sol
empieza a descender y busca su refugió para poder mantener el calor de su
pequeño cuerpo, exactamente igual que 200 millones de años atrás.
Como cada tarde, apenas hace 540 millones de años, los ojos
se alzan para ver el cielo. Unos delgados nervios informan al minúsculo cerebro
que pronto desaparecerá la luz, llego el momento de regresar al nido.
Como cada tarde, desde que empezó a enfriarse la corteza, el
incesante movimiento de la tierra, retira el sol de las piedras calientes, las
hace crujir. Poco a poco se vuelven a contraer, desgastándose lentamente. Y por
más que otros cuatro mil millones de años pasen, cada tarde va a seguir igual.
Camino de casa Marc le cuenta a lidia que ha estado
jugando en la arena.Herman