viernes, 23 de noviembre de 2018

ARCO IRIS



EL PALILLERO DE MÁRMOL
-Pase y tome asiento, Sra.Landry, estarán por usted de inmediato.    Había hablado un botones, alto, de carnes consumidas y vestido con un traje que no era de su talla, pero que se había expresado con un tono afable que amortiguó la inquietud de la visitante.    Los pasos dados repitieron el eco de un acantilado; eso y la sensación de soledad en la sala, la estremecieron. El edificio daba la impresión de estar deshabitado, no se escuchaba el ruido de maquinaria ni de voces lejanas. Las sillas y la frugal decoración eran anacrónicas, una mirada a un triste pasado, donde la emoción hubiera sido derrotada.    Cuando las dudas de la Sra.Landry habían convencido a sus tobillos para iniciar las maniobras de una furibunda retirada, escuchó que la llamaban para la entrevista.    Al encontrarse a medio camino del despacho al que tenía que acceder, a la visión gris de la estancia se sobrepuso un haz de luces multicolores. Irradiados desde la cristalera, una banda violeta le cruzó el rostro y unos relucientes naranja y rojo le pintaron la mano derecha. Aspiró aire conmocionada por la energía lumínica, brillaba como un cáliz de oro reflejado por una la luz filtrada por vidrieras góticas.-Pase. ¿Entiende ahora por qué se llama “Fundación Arco Iris”?    Un hombre con los huesos marcados, bigote recortado y sonrisa automática, la emplazó a sentarse. Encima del ojal llevaba la identificación de “CAPTADOR”.-No sea reticente. Lo ha sido desde su llegada. Gotas de agua atrapadas dentro del cristal de las ventanas. La naturaleza se encarga del resto. Ahora abordemos los negocios. Su amiga, la Srta.Odett, clienta desde hace años, la avala. ¿Un cigarro?    De un tarro de cerámica, el captador sacó una rama de canela que ajustó a una boquilla. Esa inusual acción y el extraño aire a repostería quemada, descolocaron aún más a la visitante.-Necesito dinero para encargar un trabajo de artesanía.-Sra.Landry, para fidelizar a la clientela, les pedimos opacidad respecto a nuestra manera de obrar. De ahí que la Srta.Odett no haya entrado en detalles. No somos una entidad financiera. No obstante, su petición nos congratula y estamos dispuestos a cooperar con usted. Mal que me pese, antes, rellenaré una ficha; en esta compañía nos rebelamos contra los formulismos administrativos. Ya ve que el edificio está exento de vagos asalariados que hagan ver que trabajan y ralenticen los procedimientos.    El captador se puso de perfil y se acercó a una máquina de escribir de cinta, una Pallgrow 55. Iba sonando un “tac-tac” amortiguado, a cada pregunta.-¿Es esto una broma? –expresó ella levantándose, agrandando el labio belfo-. No está tomando nota, ¡no hay papel en el rodillo!-Le avisé que estos trámites no eran de nuestro gusto. Si se consuela, la cinta tampoco escribe, está seca.    El captador terminó la explicación con una sonrisa desaforada, de feriante ido.-Atenderíamos su pedido, pero...-Necesito ese palillero de mármol, sé que ustedes pueden lograrlo. Tengo algunos ahorros.-¡No entiende nada! –reclamó a voz en grito el captador-. ¿Ha ido a la cafetería del sótano? Tenga, aquí tiene la carta.-¡En blanco! –se quejó la Sra.Landry haciéndola volar.    El captador se abrió de brazos para iniciar una perorata.-“La fundación Arco Iris no es una entidad financiera”, hacemos posible lo imposible, pero no usamos el dinero en nuestras transacciones, ni confudimos la mente de los clientes con decenas de formularios con cláusulas capciosas, ni pronunciamos: “Todavía no ha llegado”, “venga otro día”, “depende de la central” o “es cosa del ordenador”. Quiere ese palillero como ofrenda a su difunta madre. Eso le honra, pero las reglas de la casa no pueden condonar una falta como la suya.    La punta de la canela quemada reposó en un cenicero. Tras la pausa, el captador recuperó el histrionismo.-¡Es una morosa de versos! –gritó apuntándola con el índice como si fuera una escopeta que intimidara a un asaltador de caminos-. Sí, debe dos. Cuando tenía 16 años. Puede que debido a su desmedida vergüenza no se atreviera a recitarlos en clase. Hasta que no se salde esa deuda...-Es la magia del arco iris... –comentó la acusada despabilándose-. No recuerdo qué poemas, solo la intransigencia de la profesora y su rictus constreñido y un pompis del tamaño de dos tambores.-No hay tiempo para buscar un poemario de Quevedo, lúzcase con una de mis creaciones.    Con entonación de rapsoda, la Sra.Landry, declamó leyendo el papel que había recibido.“Neumáticos de piel y hueso,con los que se baila y bota,algunos apestan a queso,pues hay que lavarlos, idiota...”-¡Emergencia! ¡Estamos desbordados en la cafetería!Irrumpió un hombre derrengado, con los hombros hundidos y cuello saliente de quelonio, pelo blanco y profusas arrugas en cualquier zona del cuerpo. Sus brazos parecían haber estado sumergidos en salmuera los últimos meses.-¡Sr.Applewhite! ¿Qué hace aquí?-¿Dónde están las jeringuillas para rellenar pepinillos? –interrumpió el citado.-Es un marmitón de la cafetería.-Era el director de la sucursal de la Caja Nacional. ¿Sueño? –preguntó la mujer al captador.-Usted no es Dorothy y yo no soy el mago, aunque esta calamidad que intenta redimirse de su denigrante pasado, bien pudiera ser el asustadizo león, pero tenga claro que “En la fundación Arco Iris”, como rezaba la canción, “los sueños se hacen realidad”.



Xavi Domínguez

viernes, 9 de noviembre de 2018

CHOCOLATE



BOMBRAZO

Mis dedos formaron un enrejado, una pulsera gigante que se cerraba a la altura de los riñones de una dama. Oprimí lo suficiente para que nuestros torsos se plancharan en un abrazo, cálido como suele decirse, pero con ingredientes sensoriales que harían interminable esta descripción. Acto seguido, las mejillas de ambos se deslizaron efectuando cosquillas transmisoras del rescoldo de sentimientos arraigados. Hecho lo cual, espiramos suspiros al unísono.    Pensé en su tacto, tan gustoso y templado, que no me desprendería de él, y lo vinculé al chocolate, que se modela a una temperatura ligeramente superior a la que tenemos los humanos, así que repetí en bucle el abrazo de la noche anterior. Como cualquier goloso, por unos segundos había atrapado mi ambicionado objetivo, el dulce, en esta ocasión era su espalda y su seno, que usé como lecho en el que me habría dejado llevar por la ensoñación o el insomnio. La suavidad al friccionarme con ella y esa colérica pasión que se encendía cuando la aprisionaba contra mí, eran el bocado de un tiramisú, coronado con unos rombos de chocolate negro con elevado porcentaje de cacao y aroma de pulpa de vainilla.    El desenlace entre dos personas que se reparten caricias sin distancia y postergan, paralizándose, el momento de la desunión, es placentero pero efímero, igual que comerse una delicia de chocolate.     Dada la importancia que había supuesto para mí ese gesto, donde se suman y amplían afectos mutuos, realicé un encargo para que lo trabajaran en el obrador de una reputada pastelería: se trataba de un bombón con ribetes de chocolate negro por fuera, con el relleno mencionado y la silueta de un maniquí de modista. El fruto de la analogía de mi inestimable recuerdo, la simbiosis entre un abrazo y un bombón, fue bautizado como “Bombrazo”.



Xavi Dominguez