viernes, 1 de julio de 2016

CHATEAR





 CHATEANDO VOY, CHATEANDO VENGO
He conocido a una chica por internet. Se llama Mercedes y nuestro intercambio de e-mails ha seguido una progresión geométrica. Ya nos hemos contado nuestras vidas, quizá no con detalle, aunque sí en sus aspectos fundamentales. Ha llegado el momento de pedirle una cita, de pasar a la acción. Pero no acierto con el tono adecuado para pedírselo, o me sale demasiado formal, y entonces creo que haré el ridículo, o me sale tan desenfadado que temo pasarme de la raya y caer en el descaro.

En esas estaba, intentado redactar por enésima vez el condenado e-mail, cuando apareció mi colega Paco

¿Qué pasa tío? –me preguntó.

Nada, tío, que no sé cómo chatear con una churri.

Eso se arregla muy fácil. Tú vente conmigo.

Seguí a mi colega hasta la tasca de la esquina.

Ponga dos chatos, buen hombre, que mi amigo necesita chatear –dijo Paco nada más entrar.

Que no, tío, que yo me refería a …

Pssit–me cortó mi colega, y luego añadió-. Tú a callar y a beber

La verdad es que Paco tenía razón y al quinto vino que nos tomamos lo vi claro. Dejé a mi colega en la tasca, para que pagara los chatos consumidos, me fui a mi casa, me senté ante el ordenador y escribí:

“Mercedes, guapi, tengo muchas ganas de conocerte.
¿Qué te parece si nos vemos mañana a las doce delante del Zurich? Si no te va bien, dime tú el día, la hora y el sitio.”


Felipe Deucalion

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