viernes, 9 de noviembre de 2018

CHOCOLATE



BOMBRAZO

Mis dedos formaron un enrejado, una pulsera gigante que se cerraba a la altura de los riñones de una dama. Oprimí lo suficiente para que nuestros torsos se plancharan en un abrazo, cálido como suele decirse, pero con ingredientes sensoriales que harían interminable esta descripción. Acto seguido, las mejillas de ambos se deslizaron efectuando cosquillas transmisoras del rescoldo de sentimientos arraigados. Hecho lo cual, espiramos suspiros al unísono.    Pensé en su tacto, tan gustoso y templado, que no me desprendería de él, y lo vinculé al chocolate, que se modela a una temperatura ligeramente superior a la que tenemos los humanos, así que repetí en bucle el abrazo de la noche anterior. Como cualquier goloso, por unos segundos había atrapado mi ambicionado objetivo, el dulce, en esta ocasión era su espalda y su seno, que usé como lecho en el que me habría dejado llevar por la ensoñación o el insomnio. La suavidad al friccionarme con ella y esa colérica pasión que se encendía cuando la aprisionaba contra mí, eran el bocado de un tiramisú, coronado con unos rombos de chocolate negro con elevado porcentaje de cacao y aroma de pulpa de vainilla.    El desenlace entre dos personas que se reparten caricias sin distancia y postergan, paralizándose, el momento de la desunión, es placentero pero efímero, igual que comerse una delicia de chocolate.     Dada la importancia que había supuesto para mí ese gesto, donde se suman y amplían afectos mutuos, realicé un encargo para que lo trabajaran en el obrador de una reputada pastelería: se trataba de un bombón con ribetes de chocolate negro por fuera, con el relleno mencionado y la silueta de un maniquí de modista. El fruto de la analogía de mi inestimable recuerdo, la simbiosis entre un abrazo y un bombón, fue bautizado como “Bombrazo”.



Xavi Dominguez

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