domingo, 1 de noviembre de 2009

EL ARMARIO

CUANDO VUELVA

Miré el armario y supe que tendría que ser yo quien mencionara el asunto; no iba a ser fácil.
Dejé pasar un par de semanas antes de decirle a mi padre señalando hacia la puerta marrón: «el armario...». Sus lágrimas pisaron mis puntos suspensivos; y lo aplacé.
Unos meses después, aprovechando que ambos estábamos ante aquella puerta, la señalé; pero antes de que yo dijera nada, mi padre me pidió que lo dejáramos para otro día; le brillaban los ojos pero se esforzaba en no llorar.
Al cabo de un año, ya no lloraba nunca pero el asunto del armario seguía siendo tabú. Casi parecía absurdo mencionarlo. No era que no pudiéramos hablar de ello, es que no había nada de qué hablar.
Ya han pasado seis años. Ayer le dije a mi padre que había que vaciar aquel armario, que podíamos abrirlo y no pasaría nada, juntos, si quería, o que lo haría yo cuando él no estuviera, que solo era un armario, que lo que había dentro ya no servía, que era mejor deshacernos de todo.
Me miró y dijo: «Cuando vuelva, tu madre querrá encontrar su ropa».
Pilar

AVENTURES

Quan va acabar de llegir Cròniques de Nàrnia, la Júlia va correr a l’armari de la seva mare, va enretirar la roba i va tocar tota la part de darrera per a veure si aquell armari li podria servir per anar a un món diferent del seu i passar aventures. Al cap de deu minuts en va sortir ben escabellada i amb la claredat que no hi tenia cap possibilitat. S’hauria de buscar les aventures al món on vivia. Però no tenia germans ni germanes, els pares i altres adults no li interessaven gaire i avui no podia trucar a cap amiga de l’escola per què vingués a jugar. Tenir un amic invisible o imaginari ho trobava una tonteria, i li va agafar una mica de ràbia d’estar sola. Va rumiar una estona i va recordar que al pis de sota hi vivia una nena més o menys de la seva edat, i amb qui mai havia parlat. Es va decidir a baixar i preguntar si podien jugar juntes. Va demanar permís a la seva mare i va sortir a l’escala. Va trucar a la porta i una senyora amb els cabells vermells, molt maquillada, i amb un vestit llarg i de coloraines va sortir al replà. Sense vergonya la Júlia es va presentar i va demanar a la senyora si podia conèixer la nena veïna, que de seguida havia aparegut al rebedor darrera de la dona. La pèl-roja no la va deixar acabar, va començar a cridar i a moure els braços per fer-la fora. La Júlia es va quedar sorpresa mirant la porta quan la dona va tancar-la de cop. Va tornar a pujar i la seva mare que llegia asseguda al sofà li va preguntar com havia anat i si venia sola. Ella va aixecar les espatlles i va dir “Em sembla mare, que haurem d’anar amb compte. La del pis de sota és una bruixa”.
Butterfly

SOLO ROPA

Se me ha escurrido el tiempo. Pertenezco a un grupo de minirelatores que, con una periodicidad quincenal, intentamos parir media página de letras coherentes sobre temas variopintos. Mi voluntad es estar pendiente del momento del señalamiento del tema, para poder disponer de la antelación suficiente como para desarrollar divirtiéndome un par de relatos, pero en esta ocasión, hoy al ir a averiguarlo, he visto que la lectura de los cuentos es mañana mismo, y que el relato ha de versar sobre “el armario”.
Tengo delante una hoja en blanco pero la inmediatez no ayuda, así que he decidido abrir el mío, me refiero a mi armario, y esperar a ver si se produce alguna reacción a la acción de abrirlo, o a que milagrosamente se haga corpórea alguna andrógina musa cubierta con mi camisa negra de flores bordadas a mano.
Son las 12 de la noche. Estoy sentado en el suelo delante del ropero con la puerta abierta y se me cierran los ojos. Tengo la sensación de estar haciendo el gilipollas aquí sentado mirandolo embobado, como si no supiese lo que ponerme mañana para ir a trabajar. Tengo el culo cuadrado y frío, y las únicas y ridículas inspiraciones que he tenido, son frases hechas como “estar como un armario” o “salir del armario”, traumas como el imaginario de congojas infantiles o como los cabrones montajes del Ikea, o anécdotas animales sobre las polillas. Patético.
Son las 6 de la mañana, estoy en el suelo, abro los ojos, saco una camisa negra y cierro la puerta. No está el hombre del saco, ni algun elfo, ni la joven del agua, ni unos zapatos negros que no deberían estar, ni nada especial en alguna caja en el estante superior, así que .... no tengo relato esta vez. Me ducho, tomo un café y me voy a trabajar. Vuelvo a entrar en casa y dejo la puerta del armario abierta para ver si se mete algo o alguien mientras estoy fuera. Que monotonía!
Josean

L’ARMARI

Per més tonteries que ara diguin els meus amics semblava un armari del tot normal. I de fet tots em varen envejar quan poc despres d’agafar el pis i encara atrafegada montant-lo vaig trovar aquell armari desmontat a la cantonada d’una de les velles torres d’Horta. Em van haver d’ajudar tots a portar-lo fins a casa, i en aquell moment ningu va dir que les velles taques semblessin de sang, ni que les rascades eren marques d’ungles esgarrapant.Un cop montat a la meva habitació si que vaig tenir un clafred en veurel alli dret, alt fins el sostre i amb aquells miralls que reflectien tot el que tenien devant com si s’ho volguessin menjar. Però despres de l’esforç que haviem fet fet tots i malgrat les meves impresions i els esbufecs de la gata, m’el vaig quedar.
Suposo que si la Marta que era d’Horta de tota la vida no m’hagues pres el pel explicant-me una historia de maltractaments i nens tencats a l’armari durant mesos sencers a la vella torre, m’hagues desfet de l’armari molt abans, però com que no m’agrada que es riguin de mi, vaig riurem jo d’ella i m’el vaig quedar. El que no aconseguia era riure quan estava tota sola dormint i sentia aquells sorolls de fusta vella que cruixia o quant en mirar el mirall tenia l’impresio que era una altre persona qui em tornava la mirada.
No se per que aquell vespre quan vaig arriobar a casa despres de la feina i no vaig sentir el picarol de la Mina corrents cap a mi, ja em vaig alterar. Despres em varen comentar els veiens que durant tot el dia havien sentit uns crits que venien del meu pis, i que alguns veins pensant que era un nen volien trucar la policia, pero els que em coneixien van dir que no calia que seria la meva gata en cel, i quan poc despres de mig dia es van callar ja no s’en van preocupar més. No vaig haver de buscar-la, com si una ma freda m’agafes de dins i m’estires vaig anar directe a l’armari i en obrir-lo vaig trobar-la alli dreta, amb la poteta ensenyant les ungles, els ulls tant oberts que semblaven forats, i tot el pel eriçat fins a la cua, tant rigida estava que no em vaig adonar que estava morta fins que la vaig tocar. Llavors vaig començar a xisclar.
Abans d’enterrar la mina ja havia llençat altre cop l’armari al carrer, i aquest cop amb els miralls i les fustes trencades per que ningú més s’el volgues quedar.
Herman

EL ARMARIO

Se me quemó la casa. No exactamente en un incendio, pero fue mucho peor y me quedé en la calle.
Un piso vacío abrió sus puertas y fue el momento de llenarlo con los escasos bártulos y muchos bultos mal empacados que pude rescatar.
No tenía armarios y compré dos. Eran grandes, baratos y venían sin montar, procedentes de esa república bien conocida que te hace independiente en tu casa, sea propia o de alquiler.
Era sábado y desde la ventana envidiaba a la gente que paseaba alegre el día festivo. Pero estaba decidida a montar las dos moles mellizas y guardar entre sus tablas parte de mi vida. Al día siguiente llegaban más bultos para albergar en ellos.
Estaba sola, bueno sola con mis “desayudantes” (entiéndase por eso, 6 gatos callejeros que “okupan” mi casa y mi corazón). Así que decidí darles la tarde libre, limitándoles a su habitación preferida y dedicarme solita al montaje.
Tomé la medida de la altura y constaté agradecida que pasaba por el quicio de las altas puertas. No había problema y podría montarlo en la zona más desahogada de la casa y luego trasladarlo a la habitación de destino.
Desplegué el manual de instrucciones y conté tornillos, pomos, maderas. La caja básica de herramientas abierta y todo en regla. La imagen del futuro, gravada en el folleto, me animaba a seguir. Poco a poco el armario iba tomando forma y yo muy atenta para no fallar o montarlo del revés.
Acabé la obra y llegaron refuerzos, mi hija me ayudó a ponerlo en pié. Un bravo se escapó de nuestras bocas y se desató la alegría colectiva, mi hija, yo y los gatos que por fin salían de la reclusión forzada.
¡Venga, a empujarlo hasta su sitio!………..Quizá pensé en algún momento que ese gran armario era elástico, que podía girar sobre si mismo y encoger sus partes…..que no tenía otra medida que la altura, que mi matemática y sentido del espacio no se habían desarrollado nunca……¡Que no pasaba! que no y no ¿Por qué no pensé en el volumen? Los armarios son altos, pero también anchos, muy anchos, no lo olvidaré nunca.
Toda la tarde de diversiones variadas empleadas en él. Todo el dolor de cabeza acumulado en la mía. Y lo odié. Lo odié, casi con la misma fuerza que odiaba a……¡Maldito armario! En él vi representadas todas las culpas de aquel fracaso. No podía dejar de mirarlo con rabia, como si fuera realmente el culpable, no sólo de ese desatino sino de toda mi tristeza acumulada y la situación que me llevó a ese instante.
Así que lo arrinconé, y lloré también. No había tiempo ni ganas para deshacer y hacer de nuevo. Desde el fondo de la sala, aquella mole parecía desafiarme, sin puertas, ni estantes, vacío, lleno de la nada. Y descargando amarguras contenidas, martillo en mano golpeé con fuerza todos sus lados. La grandeza que motivó su adquisición se había convertido en un miércoles cualquiera de trastos viejos.
Maribel Palma

EL RETRATO

Me da miedo subirme tan alto a la silla de la abuela, pero tengo que ver que hay en el estante de arriba del armario grande. ¡Ay!, casi no llego, ¿qué es esto? Una caja, ¿qué habrá? ¡Tesoros! ¡Son tesoros de la abuelita! ¡Uau!, seguro que son muy valiosos, por eso están aquí escondidos. Tal vez se los regaló el abuelo cuando eran novios o a lo mejor, se los dio un pirata a cambio de un beso o podría ser que... Eh, ¿qué hay aquí? Es una foto. A ver... Es el abuelo, con su cara amable y sus ojos azules. ¿Cómo estás abuelo? ¿Me miras cada noche desde tu estrella? Yo pienso mucho en ti, mucho, mucho... Sobre todo cuando estoy triste y me gustaría que me abrazaras y me contaras un cuento. No, un cuento no, abuelo, esta noche quiero una de tus aventuras, de cuando fuiste artista, o vendedor, o sastre, o cuando eras soldado y estabas lejos de casa... He de contarte un secreto, abuelo. Me dan miedo los cocodrilos que están debajo de mi cama cada noche y, cuando mis pies salen por encima del colchón, creo que me van a morder y a llevarse algún dedito. Por la mañana se esconden, abuelo, y por más que miro y miro, por más que intento sorprenderlos pillándoles desprevenidos, no puedo verlos nunca. Pero ya les he dicho que una noche de estas vendrás a defenderme y entonces se van a enterar de lo valiente y fuerte que es mi abuelo, mi querido abuelo de ojos claros, que luchó y luchó hasta que la enfermedad oscura se lo llevó a la estrella.
Ginebra

EL ARMARIO DE MI ABUELA

La casa de mi abuela estaba muy cerca de la nuestra, con lo que, de niños, íbamos y veníamos de una casa a la otra. Acostumbraba a pasar muchos ratos allí, en realidad siempre la consideré mi segunda casa.
Los domingos íbamos a pedirle la propina, y recuerdo que mi abuela sacaba un monedero negro que guardaba dentro de un armario, una especie de rinconera con cristales, el cual siempre permanecía cerrado bajo llave. Recuerdo los deliciosos roscos de manteca con los que nos invitaba para celebrar su cumpleaños, o los caramelos con sabor a anís que también guardaba dentro de aquel armario.
Para mí era todo un misterio ver cómo mi abuela sacaba la llave que guardaba en el bolsillo de su larga falda y que, posteriormente, tras cerrar de nuevo el armario, volvía a colocar en el mismo lugar. Lo cierto es que aquel armario era una fuente inagotable de recursos, una especie de caja de sorpresas, el lugar donde, probablemente, mi abuela guardaba algún pequeño tesoro.
La recuerdo un poco gruñona, a veces mostraba su enfado cuando nos veía husmear o curiosear en alguna de sus cosas. ¡Demonios! –nos decía-. ¡ Pero qué buscará ahí, siempre está revolviendo! Y nos caía su correspondiente reprimenda.
Así, cada vez que iba a su casa miraba disimuladamente el armario por si, en un descuido de ella, podía encontrarlo abierto. Pero nunca tuve esa suerte, siempre se aseguraba de que el armario estuviera bien cerrado. Pero ¿qué podría guardar allí? ¿por qué siempre cerraba aquel armario con llave? Nunca lo supe.
Maria Jose

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