miércoles, 21 de mayo de 2014

VENUS




TREKKING DESCENDENTE
No hay mayor triunfo, ni placer, ni gozo para el senderista osado que la lograda y esperada misión del descenso del contorneado, inesperado y misterioso Monte de Venus.

Fragmento de “Confesiones del alpinista ascendente experimentado”


Susana



LA ENTREVISTA
Me recibió a la hora acordada en la cafetería del hotel  en el que se hospedaba. La primera media hora de la entrevista fue rutinaria: el consabido cuestionario biográfico y socio histórico, nos ayudó a entrar en materia. Cada tanto intenté alguna broma echándole a la entrevista una “pizca de sal”, con el fin de que se sintiera más cómoda. Empezó contestándome con monosílabos o con frases breves para finalmente… llegar al tema que me había llevado hasta allí:

La belleza y el amor
Me dijo que a la auténtica belleza no le gusta tener que responder tan solo a moldes o modas, ni siquiera  referirse tan solo al plano de lo visible o tangible; que le gusta ir de la mano con la sensibilidad, la inteligencia, la percepción y sobre todo estar ligada a la verdad.
En cuanto al amor se proclamó promotora del ejercicio pleno de la sensualidad y de la capacidad de gozar.  Me confió que, como diosa de la belleza y del amor, su mayor ambición para nosotros los mortales era que fuésemos conscientes de la proporción de belleza que sin duda habita en cada uno de nosotros y que la valorásemos en todas sus dimensiones; que viviésemos amando.

Tras aquella entrevista…me sentí más bella y amorosa que nunca.
Por su parte, a Venus - la Señora- le gustó que le llamase así, pues nunca nadie antes lo había hecho.


Marta Albricias




LA VENUS





Venus y Organista
Tiziano, ca. 1550
Óleo sobre lienzo.  Manierismo
138 cm × 222,4 cm

Museo del Prado, Madrid.



Venus y Adonis
Paolo Veronese, 1580
Óleo sobre lienzo.  Manierismo
162 cm × 191 cm

Museo del Prado, Madrid.



Me hallaba mirando aquel cuadro, extasiado. No sabia porqué, pero al terminar el recorrido de  la galería de arte, volví a mirar aquel cuadro. Me pareció ver cómo si aquella diosa semidesnuda, me hacía señas con su dedo para que me acercase. Instintivamente, me acerqué y me hallé inmerso en una sala. Ella, reclinada, con el torso desnudo, sobre el divan. El pintor, la pintaba desde el otro extremo de la habitación, mientras la miraba embelesado. Ella me hizo sentar a su lado, me rodeó el cuello con sus brazos y me dió un beso eterno.

Algo me sobresaltó... –Señor, vamos a cerrar- El vigilante me tocaba el hombro para sacarme de mi estupor. Desde aquel día iba cada tarde al salir del trabajo, a ver a mi adorada venus. Retozábamos juntos por los jardines que Tiziano pintaba para nosotros cada día.
El fin de semana, se nos había hecho eterno. El museo estaba cerrado. Así que ante los ruegos y sollozos de mi amada, lo decidí. Y heme aquí, sentado en el sofá de mi casa. Mi amada me observaba y se paseaba ante mí mirando insistente y extrañada el cambio.
Entonces entré en el cuadro, la tomé en mis brazos y le dije que ya nadie ni nada nos volvería a separar nunca más.

Al día siguiente la policía llegó a mi casa y tiró la puerta abajo. Se llevaron el cuadro y mi amada y yo no podíamos contener la risa al ver la cara de estupor de aquellos expertos en Historia del Arte, a los que habían llamado para intentar dar una explicación a lo que había pasado.  No dejaban de decir que efectivamente el cuadro era un auténtico Tiziano, pero no entendían cómo es que el cuadro de la venus de Tiziano se había transformado en un cuadro de venus retozando junto a Apolo, un hombre regordete y bastante vulgar, pero claro que la Venus tampoco era nada extraordinario para estos tiempos.


Lola Ruiz        



VENUS
Era esvelta, i la seva pell tan pàlida que semblava translúcida. El cabell llarg i vermellós, li queia sobre les espatlles. No endevinava si els seus ulls molt clars, eren d’un to blavós o violetes. La noia cridava l’atenció. Jo no era l’únic que la mirava. Ella com si no l’importés res del seu voltant, repasava les notes que tenia, i estava asseguda en calma a la taula d’aquell cafè. Semblava d’un altre mon.

Lentament es va aixecar i va venir fins on jo m’estava. Vaig quedar gairebé hipnotitzat. Era tant guapa que jo no podia tancar la boca.
Em va preguntar si sabia on era un determinat carrer, i mogut per una força desconeguda, em vaig incorporar i li vaig dir que si volia l’acompanyava, doncs era allá a prop.
Acceptà, i vam sortir a l’exterior del local. La nit era fosca però hi havia una llum que destacava. Li vaig dir que era estrany que es veiés brillar tant un estel.
La noia em va mirar i amb un somriure torbador, digué molt seriosament que no era cap estel,  sinó Venus el seu planeta.

En aquell moment em vaig marejar i se m’enterbolí la vista. Un sentiment de rabia em pujava per l’estómac. Vaig pensar que estava malament del cap, o que em prenia el pel. Potser era boja i s’havia escapat d’un centre. Quina paradoxa, una noia tan bella i amb un cervell tant malalt.
Com que la meva reacció fou tant contundent, ella em va agafar del braç suaument i va dir que la disculpés, que havia estat una broma. Un cop vàrem arribar al lloc, ens vam acomiadar. Encara estava trasbalsat per la seva perfecció.

Al arribar a casa em vaig posar cómode i feia tanta calor que vaig sortir a la terrassa. Venus estava molt gran i brillava encara mês que fa una estona.
Em vaig endormiscar una mica i sobre la barana s’instal.là una llum com una bengala de Sant Joan, que s’anava fent mês grossa per moments. Molt lentament es va anar convertint en una figura femenina. Era ella!

El seu cabell roig i els ulls violetes destacaven sobre el cel negre. Va allargar la mà i em va donar una pedra de color groc. Digué que era de Venus i que aquí no en trobaria cap d’igual. Em va abraçar i es va convertir en llum que s’allunyà rápidament.

Mai he explicat això a ningú, ni tan sols als meus amics, perquè se que no em creurien. Es el meu secret. Però alguna vegada quan han vingut a casa, la pedra groga que està a la vitrina, emet una llum forta. Em pregunten on he comprat aquell objecte tan bonic, i jo amb un somriure i molta picardia els dic que es un regal, i gaudeixo veient les seves cares atònites.



Laia





LA ANTI
Al nacer, Afrodita Bermejo Ibáñez peso cuatro kilos cuatrocientos gramos. Su nombre había sido objeto de intensas deliberaciones por parte de sus padres, Epifanio y Venancia. Ambos querían un nombre moderno para su futura hija y no casposo como los suyos, que sonaban a posguerra y cartillas de racionamiento. Epifanio propuso llamarla Venus, pero Venancia argumentó que de Venus a Venusiana había un paso muy corto, y que ella recordaba que la chica más popular de su clase se llamaba África. Porque no llamarla Afrodita, propuso, era la versión griega de Venus, no era casposo, y además se parecía a África. Y Afrodita se llamó la criatura.

En la guardería y en la escuela, Afrodita destacaba por su altura y corpulencia, sin que esto le supusiera ningún problema, sino más bien una ventaja. Nadie se metía con ella. Sin embargo, al llegar al instituto, su generoso desarrollo pectoral fue objeto de atención preferente por parte de los chicos de cursos superiores. Brian, el chistoso de tercero, la bautizó con el apodo de Afrodisíaca.
Aquel primer trimestre la pobre chica lo pasó fatal, procuraba taparse el busto con la carpeta clasificatoria que les dieron el primer día del curso. Pero durante el recreo no sabía cómo evitar las miradas continuas de los compañeros, y un día que otras niñas la invitaron a saltar a la cuerda se formó un corro de mirones atónitos ante las oscilaciones de sus senos.

Venancia notó que la niña estaba rara. Quizá le estaba costando adaptarse al nuevo cole, pensó, o quizá era uno de esos cambios de humor típicos de los adolescentes. La madre se alarmó algo más, cuando Afrodita volvió de la peluquería, un día de las vacaciones de Navidad, con un corte de pelo varonil, y también al insistir su hija en que quería que le regalaran camisas y jerséis dos tallas superiores a la que le correspondía. Pero el ajetreo de las fiestas no le permitió profundizar en el extraño comportamiento de la chica.

El primer día de clase de enero, Afrodita se presentó en el instituto con los pechos sujetos por un apretado vendaje, con una camisa y un jersey amplios, y su nuevo peinado. Su aspecto de marimacho era notorio. Ante este cambio de imagen, también fue a Brian, el chistoso de tercero, a quien se le ocurrió rebautizarla como Antiafrodisíaca. Era un mote acertado, pero demasiado largo, y a los pocos días los chicos lo abreviaron y se convirtió en Anti. Así, sin más.

Al acabar la carrera de derecho, el dichoso apodo ya no le dolía, pero le resultaba cansino, y decidió mudarse de barrio. Ya tenía un piso medio apalabrado, cuando recapacitó sobre los motivos de su decisión, y se confesó a si misma que su nombre, el que figuraba en su D.N.I., tampoco le gustaba, e incluso que era un tanto ridículo llamarse hoy en día como una diosa de la antigua Grecia.
Y como la Anti fue conocida Afrodita Bermejo Ibáñez para los restos


Felipe Deucalion             







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