MÍRAME A LOS OJOS
Mírame a los ojos y dime qué ves, dijo ella.
Veo una intensa luz que ilumina la oscuridad de mis
noches, Una lluvia suave que riega mis
áridos desiertos.
Eso que ves no soy yo.
Es el reflejo de tus deseos. Te
pido que me mires a los ojos y veas mis fuerzas, mis fragilidades, mis
alegrías, mis pesares.
Entonces la miró, y sus claros ojos le mostraron las
profundidades de sus agitados océanos.
Se zambulló en sus naufragios, en sus anhelos. Se perdió en sus tesoros, en sus misterios. Entró en su ser, en la aventura de verla a
ella.
María Jesús (Mariajes)
MÍRAME A LOS OJOS
Estoy comiendo un brownie que me ha traído mi madre a la cama para que soplara la vela de mi séptimo cumpleaños. Mi madre me da un beso
y con su uniforme y
sus sneakers blancas se
despide de mí porque se tiene que ir corriendo a trabajar a la cafeteria. Hoy no
haycolegio y me tengo que quedar solo en Watts ( L.A.). Mi
madre no se sientetranquiladejándome solo en casa pero no tiene otra alternativa y me dice “ Mírame a los ojos “ y mientras lo
hago me contesta “ Si oyes disparos vete corriendo por la puerta trasera a casa de la vecina”. Bajo y me siento en el escalón de la entrada con mi brownie, cierro los ojos y mi mente canturrea la estrofa de la canción de Gloria Stefan “ Mírame, dame fuerza y alivio, mírame que es lo que
necesito, mírame para
tenerlo todo, solo basta
quedarme fundida en tus ojos”. Y me acuerdo de Caridad, la niña de los
ojos lindos gracias a los
cuáles resistí mis tres años en la estaciónmigratoria Siglo XXI en Tapachula antes de quefuéramos de los pocosafortunados que se trasladan desde Chiapas a USA.
Sonrío, echo de menos a
Caridad però me olvido
recordando los mensajes
escritos por los niñosen el
tablón del Centro de derechos
humanos Fray MatíasCórdoba. Caridad escribió en papel rosa “Necesito que nos
den medicinas y nos permitan llamar al Consulado y a nuestras familias “. Yo escribí en papel blanco“Quiero que laven los baños” y Roberto
escribió en papel
azul“Necesito un buen shampoo y jabón por alergia”.
Oigo un disparo pero es tan lejano que no obedezco a mi madre y continuo disfrutando
de mi brownie en el
escalón mientras mis labios
canturrean“Mírame, que es la paz tu mirada,mírame que mi dicha no alcanza,mírame que la luz y la calma que me brindan tus ojos , tranquilizan mi alma”
Susana
MÍRAME A LOS OJOS
Miriam y Saul, estaban jugando en la pradera que había por
debajo del poblado, cuando un
rayo cayó del cielo. – Miriam,¿ has visto eso?- le pregunto
el niño. –Sí, ¡vamos a ver!- le
respondió Miriam. Al llegar al lugar, vieron una luz blanca
que salía del cràter. Se asustaron y
se echaron de bruces a tierra. Saul, levantó la cabeza y
miró dentro del cràter. Aquella figura
alada, le miraba con unos ojos de infinitos colores. –¡Es un
ángel!-. Saul intento levantarse,
pero la mano de Miriam le asía por la manga. –¡No, Saul. No
sabemos qué es!-
-¡Es un ángel, Miriam!- le gritó Saul-, ¿que no lo ves?- y
salió corriendo donde se hallaba la
figura alada. Miriam horrorizada corrió en sentido contrario
El ser resplandeció cuando Saul se acercó a él. Le tomó de
la mano y sentándolo en su regazo
lo envolvió con sus alas doradas . Saul le dijo- mamá, ¿eres
tú? . Sabía que vendrías a
buscarme-
-Sí cariño. ¡vamos!, hace tiempo que te busco, y ahora tienes
que volver conmigo. Vas a ser
grande, vas a nacer en Belén... –
-Pero mamá, yo no tengo alas, ¿cómo voy a ir contigo?-
-Mírame a los ojos... – le dijo ellaCuando
Miriam volvió encontró un bebè llorando entre las ropas de
Saul...
Miriam ya tenia 14 años y se dirigió al siguiente poblado,
Belén, con el bebè entre los brazos,
dijo que un ángel le había dado este niño, y le había dicho
que su nombre era Jesús.
Lola Ruíz
bieneStar
Marta Albricias
LA EXCLUSIÓN SOCIAL
PROPUESTA
Le miré a los ojos y pude ver como cambiar la E por la I y la X por la N.
Inclusión
digNidad
Compromiso
sensibiLización
mUltifactorial
recurSos
justIcia
Óptima
educacióN
bieneStar
repartO
partiCipación
Identidad
diversidAd
moviLización
Marta Albricias
LA EXCLUSIÓN SOCIAL
Antonio fue un niño difícil, de eso hará unos 50 años, hoy
sería tildado de hiperactivo, sus padres sufrieron por esta circunstancia.
Terminó la educación obligatoria con la calificación de fracaso escolar, sus padres también lo sufrieron.
En la década de la veintena desempeñó trabajos de baja
cualificación y poco esfuerzo, su medio natural era la noche, las discotecas
,la compañía femenina y lucir palmito vestido de Dolce y Gabanna, gracias a sus
padres que además de sufrir le costeaban los caprichos.
En una de esas noches hizo diana y una de las chicas le dio
la sorpresa , meses más tarde, de su futura paternidad. Antonio lo aceptó
resignado y sus padres se alegraron pensando que el hecho le obligaría a sentar
cabeza.
El boom de la construcción le regaló un trabajo de encofrador y un sueldo de ministro, así que se hizo con un ático dúplex de trastero, parking e hipoteca anexos, completó el cuadro con un vehículo centroeuropeo de alta gama con préstamo de serie y la vida le regalo un segundo hijo a mediados de la treintena. Fueron días de vino y rosas.
El frenazo de la construcción se llevó su sueldo de ministro, sus préstamos se transformaron en hipotecas basura, su ático y su vehículo fueron subastados por el banco y las propiedades de sus padres, avaladoras de los préstamos, también fueron fagocitadas por el banco y aún con todo no terminó de pagar lo que debía con lo que la justicia le puso en la frente el sello de insolvente. Con tanta adversidad económica se vio abandonado por su mujer y sus hijos, Antonio se desmoronó y regreso a casa de sus padres ,a la noche y a las discotecas y con cuarenta años cumplidos ingreso en las listas del desempleo.
Sus padres, ya mayores, no encajaron tanta contrariedad y fueron perdiendo poco a poco la salud hasta que dejaron este mundo, Antonio ante tanta desolación busco amparo en la cocaína y ésta, sin piedad, le exigió prostitución con ambos sexos y trapicheos de camello segundón.
El deterioro físico y mental actuó rápidamente y Antonio se convirtió en un residuo social , se vio obligado a recurrir a los cicateros servicios sociales, a dormir en los portales y a contactar con la más baja ralea del colectivo marginal, en esa forma de vida se instaló y ya estrenando la cincuenta así continúa malviviendo.
Cármen Gómez
MÍRAME A LOS OJOS
Estaba en el tugurio del puerto como muchas noches.
Me gustaba escuchar las historias que allí se contaban de barcos piratas y
tesoros, y buscaba tripulación para zarpar lo antes posible hacia Dominica para
entregar un cargamento de pescado. Si lo lograba en dos días los beneficios
serían cuantiosos, de lo contrario no podrian pagarnos.
Acababa de contratar a dos marineros y necesitaba a
otro para la travesía. En la mesa contigua había un indio que no dejaba de
mirarme. Sus ojos muy negros me inquietaban y no me sentía bien. Le lancé un
insulto y le dije que apartara su vista de mi, pero se acercó y me contestó que
debería darle el trabajo.
Me reí en su cara replicando que necesitaba un
hombre fuerte y experimentado, no un viejo. Me miró a los ojos con tal fijación
que empecé a temblar. Aceptame o se que te arrepentirás, susurró. Así lo hice.
Aquella madrugada salimos del puerto con viento a
favor y el mar en calma. Yo estaba al timón del pequeño velero excesivamente
cargado, mientras los marineros trasteaban en cubierta. Sólo el indio
permanecía sentado sin abrir la boca y como si estuviera en trance. Me revolvía
de rabia pensando en su inutilidad. Pasó el día y cuando se desvanecieron los
últimos rayos de sol, me sorprendió con una voz ronca y fuerte, gritándome como
si estuviera poseído, que le mirara a los ojos y no apartara mi vista de él. Vi
unas chispas fosforescentes en sus pupilas. Entonces me hizo desviar el rumbo
del barco en dirección opuesta a nuestro destino. Me asustó su cara
descompuesta, e hice virar la embarcación.
En cuestión de minutos el cielo se volvió del todo
negro, un viento de través hacía zozobrar el buque y nos envestian olas de ocho
metros. Una lluvia torrencial nos impedía la visión. Pensé que no saldríamos vivos.
Pero pasado un tiempo indefinido, la tormenta cesó
de forma súbita. El barco quedó quieto y el cielo destapado, salpicado de
estrellas. Yo no comprendía. Entonces el indio se levantó y con sus brazos
intentó abarcar el firmamento diciendo que estábamos en el ojo del huracán, la
única zona de calma.
Repentinamente volvió la tormenta, pero la sorteamos
como antes en una noche de infierno guiados por el anciano.
Al día siguiente, el viento dejó de rugir, y por la
tarde llegamos a la isla. Fuimos el único
barco que atracó en la ensenada. Nos contaron que el huracán había asolado
parte de la costa del Caribe.
Cuando fui a pagar al indio, ya no estaba. Sólo me
quedó grabada su mirada de brujo.
Laia
LORENA DEL RAVAL
Lorena ha cogido el metro en Sant
Antoni. Se ha sentado, sin embargo su cuerpo está tenso. Fuera del barrio está
a la defensiva, aunque le gustaría irse del Raval. Esta tarde va al Besós, a
ver a la Patri, que es medio atontada, como su madre, pero gracias a una tía
que se murió y a los servicios sociales que les ayudaron a hacerse con la
herencia, ahora tienen un piso de propiedad y ya no están de alquiler en la
desvencijada escalera de Lorena.
Durante
el trayecto solo levanta la vista cuando se siente observada, entonces sus ojos
taladran desafiantes a quien le está mirando. No tiene más de quince años, es
rubia, ojos negros, y su cuerpo, bien proporcionado, anuncia la rotundidad de
las curvas de una matrona. Viste camiseta y pantalón rosa, no es un conjunto,
el pantalón es más pálido y desgastado. Entre la camiseta y el pantalón hay
espacio para lucir el nacimiento de las caderas, el vientre y el ombligo, donde
se pondrá un piercing en cuanto pueda. Calza unas bambas blancas agrietadas por
el uso, pero eso sí, de marca.
Lleva las
uñas pintadas de amarillo, raya en los ojos y pintalabios bermellón. La Patri y
ella han quedado con unos chavales. Su amiga también va maquillada, que en eso
se da más maña que en echar cuentas. En la explanada del Forum esperan a los
chicos que llegan con algo de retraso. Vienen del centro comercial, se han
agenciado bolsas de ganchitos y nachos, latas de Red Bull y birras, y dos
botellas, una Cointreau y la otra de güisqui.
El
botellón es amenizado con unos petas y unas rumbitas que palmean con mucho
arte. Ya de noche, van a la playa que hay junto a la desembocadura del Besós.
Hacen una hoguera y lían más petas. Lorena se estira en la arena junto a un
gitano rubiales al que le tiene echado el ojo, él también se tumba, y los dos
dejan de jalear el rap aflamencado que desgranan por turnos los demás chavales
para encandilar a la Patri.
…………………………
La madre
de Lorena la tuvo de muy joven. Su actual protector, un latinoamericano de
camisa a medio abotonar y cadena de oro en la pechera, vive con ellas, lo que
le otorga, a su entender, la autoridad paterna.
-
Déjate de vainas, muchacha ¿Dónde carajo pasaste la noche?
-
¿A ti qué coño te importa? Tú no eres mi padre.
El novio
de su madre no se inmuta, y sin despeinarse le suelta una guantada que le deja
un lado de la cara más enrojecido que el otro. La madre interviene.
-
Lorena contesta bien. Te tengo dicho que no nos faltes al
respeto.
Lorena tiene los ojos brillantes, pero
las lágrimas ni se asoman.
-
Ahora vete al cole, que llegas tarde –remata la madre.
Lorena,
ajena a cuanto la rodea, camina rápido aunque no tiene prisa. No se permite
compadecerse a sí misma y según se acerca al instituto una rabia indiscriminada
la va dominando. Cuando entra en clase, el profesor acaba de repartir una ficha
de trabajo.
-
¡Me cago en los putos moros y en los sudacas de mierda! ¡Todos
los dominicanos son unos manguis, y los marroquís, unos chorizos! –estalla
Lorena.
-
Mira Lorena, –le contesta Hanan sin perder la compostura-
aquí sólo hay dos españoles que sois el profesor y tú, y cuando suene el timbre
el profesor se irá.
La chica
mira al profesor, quien hace un gesto de asentimiento para indicar que Hannan tiene
razón. Lorena se traga su mala leche, agacha la cabeza, se sienta en su sitio y
no vuelve a abrir la boca.
…………………………
Un año
después ha comenzado un nuevo curso. A la salida del instituto, Lorena exhibe
orgullosa a su hija, sus antiguas compañeras de clase la rodean y por turnos
tienen al bebé en brazos. Los chicos observan curiosos la escena.
Felipe
Deucalión
LUCES DE NAVIDAD
Dudo que llegara a los treinta años.
Su pelo recogido en un cuidado moño intentaba darle algo de
dignidad a su persona y su mirada se perdía en el vacío y no puedo evitar
preguntarme que pasará por su cabeza.
A su alrededor, dos mocosos de unos cuatro o cinco años
corretean y juegan con una caja de cartón. Uno de ellos mete al otro dentro y
lo zarandea mientras las carcajadas de ambos se pierde entre el ruido de los
motores y los cláxones que llenan de estruendo la avenida.
Ajenos a lo que ocurre a su
alrededor, sus fantasías hacen que esa caja de cartón se convierta en una nave
espacial, en un barco o en una oscura cueva habitada por un dragón.
Ella se levanta perezosamente y
gira su cabeza a ambos lados como intentando decidir hacia que lado de la calle
dirigirse.
Empieza a lloviznar aguanieve. Va
a ser una fría y húmeda noche.
Yo no puedo dejar de observarla,
aparcado justo en la esquina del semáforo donde ella vive, trabaja, reza y
sueña, mientras espero que mi mujer salga de la juguetería con los regalos de
navidad.
En momento, de forma totalmente
fortuita nuestras miradas se cruzan y atisbo en sus ojos un rastro de orgullo
como queriendo decir: “Mírame a los ojos”…y mantengo su mirada…triste, vieja,
cansada.
Y entonces me doy cuenta de que
el bulto que lleva atado al pecho no es mercancía para vender y me quedo
hipnotizado al ver el movimiento de una manita minúscula que parece que esté
reclamando la atención de alguien mientras el tráfico avanza lentamente.
Pienso que su vida está regida
por los tiempos del semáforo y todos sus mecanismos vitales están ligados a ese
minuto que se enciende la luz roja mientras ella observa los rostros de los
conductores. Indiferentes. Anónimos.
Y recorre las primeras filas con
la única esperanza de que en ese preciso minuto alguien se percate de su
existencia y eche mano a su bolsillo buscando alguna moneda. Ese es su ciclo
vital…un minuto…y de un puñado de minutos al día depende poder alimentar a sus
hijos.
El tráfico es mucho más caótico
que de costumbre pues una empresa está instalando las luces de navidad.
Su semáforo se encuentra en el
centro de un parterre que divide en dos la ancha avenida con cuatro carriles de
circulación a cada lado.
Bajo la llovizna, los niños dejan
de jugar y se quedn mirando como los instaladores se elevan a las alturas
encima de una pequeña plataforma.
Unos minutos más tarde el trabajo
está terminado y hacen una prueba de encendido y mientras las luces rojas,
verdes y amarillas comienzan a tintinear ella se dirige hacía mi coche, sin
bajar la mirada…”Mírame a los ojos”…
Los niños arrancan a correr hacia
ella y los pierdo por un instante de vista mientras se mezclan con los
apresurados peatones que cruzan por el paso cebra con grandes bultos y paquetes.
Bajo mi ventanilla y me fijo en
la mano que tiende hacia mi, áspera, fría, ajada…En ningún momento aparta su
mirada de mi y no deja de acariciar suavemente la manita que sigue moviéndose
dentro de las telas.
Los niños llegan a su lado y
tiran de la falda de su madre y ella baja la cabeza y el mayor con su bendita
ignorancia le dice: “¡Mira mamá! ¡ Las luces de adorno son como nuestro árbol
de navidad!”
Y vuelven corriendo hacia su
árbol metálico que cambia de color cada minuto y se meten los dos en la caja
mientras sus miradas vagan en el cielo.
Estoy a punto de dejar un billete
en su mano, pero ella vuelve a mirarme y de nuevo su mirada lo dice
todo…”Mírame a los ojos”.
Ve el billete en mi mano pero en
ese mismo instante sé que no lo va a coger, y en el mismo momento que una
espesa lágrima brota de sus ojos, aparta su mirada mientras se saca un pecho
para dar de comer a su pequeño mientras los conductores enfurecidos la increpan
porque está interrumpiendo el calvario de sus propias vidas.
Javier
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