LA HUIDA
Les comunicamos que debido a una fuga
de ideas,
No he podido escribir ni una línea.
-El cerebro-
Lola Ruíz
IRÁS Y NO VOLVERÁS
Mis ojos semicerrados y
humedecidos por la tristeza divisaban el último atardecer de la
costa senegalesa. Sentado, con las piernas dobladas y abrazadas por
mis brazos, cual largas eran las dos extremidades, esperaban apiñadas
con muchos otros africanos a mi turno para subir a la cavidad pre
mortuoria que me brindaba la oportunidad de una nueva vida a empezar
en Formentera.
Subí
de noche, después de una hora de temblar debido a la gélida
corriente atlántica, dejé de divisar la oscuridad azabache en el
cielo. Una inmensa ola me zambulló en el entorno añil más profundo
donde me morí con una sonrisa en la boca sin que Alá me acogiera en
el último minuto de mi inocua vida.
Susana
UNA SABIA DECISIÓN
Amparados en las sombras del ocaso,
Aristóteles y su familia subieron al barco que les conduciría a la
isla de Eubea. Hacía una semana que había llegado la noticia de la
muerte de Alejando y los atenienses se habían apresurado a recuperar
su antigua independencia y a arremeter contra todo lo que oliera a
macedonio. El filósofo, que había sido preceptor de Alejandro, no
iba a quedar al margen de la trifulca y fue acusado de impiedad.
Ni siquiera pensó en defenderse, era
mejor huir, no quería que los atenienses pecaran por segunda vez
contra la filosofía. Él no sería un nuevo Sócrates. Miró al mar
y sonrió, sería irónico que le mataran por un alumno que no había
seguido sus enseñanzas. Considerar a los bárbaros iguales que los
griegos, por Zeus, que esa no era una doctrina suya.
Observó a su familia y suspiró
aliviado cuando el barco zarpó. Éste iba a ser todo su mundo a
partir de ahora. El otro mundo, el del poder y los honores, el que
Alejandro había puesto del revés, ya le era ajeno.
En la travesía nocturna, el filósofo
contempló el cielo estrellado, conjeturó sus cincuenta y cinco
esferas y motores inmóviles, y supo que todo estaba en su sitio.
Felipe Deucalión
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