A BUEN HAMBRE NO HAY PAN DURO
Al volver de la excursión, sentí un hambre atroz; había sido una marcha
a pie por el campo, en la incipiente primavera y pudimos disfrutar de las
maravillas naturales que a veces se nos escapan de la atención, puestos
nuestros pensamientos en la vulgaridad de la vida rutinaria. Por todas partes
brotaba con fuerza la vida que surgía espontáneamente de la tierra y cubría el
suelo con un manto de flores y hierbas de todas clases, haciendo que nuestra
vista gozara de los colores y formas naturales que ningún pincel sería
capaz de reproducir. Todo ello junto con el viento repleto de aromas y perfumes
que a veces nuestro olfato no consigue distinguir muy bien, lo que nos hace
envidiar a los animales, ya que éstos nos aventajan en el instinto de
supervivencia. En fin, la madre naturaleza ofrecía a sus visitantes un
espectáculo lleno de realidades que impregnaban el ambiente y nuestros
espíritus de alegría, luz y calor que ya añorábamos tras un letargo invernal
que se había prolongado más de lo habitual.
Se le ocurrió a mi amiga apuntarnos a esta excursión porque
estábamos algo cansadas de la monotonía de la vida ciudadana ,y llevábamos
varios meses sin salir a respirar el aire puro del campo y hacer ejercicio físico
y mental y coger un poco de energía solar. Es difícil explicar con palabras el
sentimiento de placer, de paz, fuerza y gozo vivido en el paseo campestre. Se
nos abrió el apetito tras la larga caminata de dieciséis kilómetros, en la que
también subimos algún pequeño cerro y cogimos hierbas aromáticas, té, poleo,
orégano, milenrama, y algún pequeño fruto silvestre o semisilvestre que aún
salía en alguna finca abandonada. Además brotaron de nuestras cabezas multitud
de ideas y pensamientos que fuimos compartiendo y desarrollando con los
compañeros a lo largo del camino, y no parábamos de hablar y contar historias
que parecían sacadas del baúl de nuestros recuerdos , y que fueron muy
gratificantes y además sirvieron para conocernos más
entre nosotros y establecer vínculos amistosos que no esperábamos.
Mi corazón se llenó de alegría cuando ya de regreso en la
ciudad, uno de los participantes nos invitó a varias personas a comer a su casa.
Al buscar en la nevera vio que solo tenia unas cervezas, unas pocas cebollas y
una docena de huevos, y dijo: yo soy mal cocinero pero estoy seguro que vamos a
comer muy a gusto.
Y así, mientras comentábamos las incidencias de la
excursión, tomando las cervezas con un poco de sal y limón, preparó una
saludable sopa de cebolla y nos tomamos la sopa con abundante pan integral que
siempre dijo tener de reserva; después nos comimos un par de huevos fritos cada
uno, que nos supieron a gloria. Y es que:
A buen hambre no hay panduro
y un buen par de huevos fritos
un alimento seguro.
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