LA INVISIBLE SABIDURÍA DE AMON-RA
El Jefe de la aldea, Zenekh, juraba
y perjuraba que la cosecha había sido nefasta, y que este año no podían aportar
más grano al Templo. El Escriba, que hacía rato que no le
prestaba atención, acabó de copiar las entradas del día anterior, echó arena al
pergamino y lo dejó a un lado. Después cogió de nuevo la relación de entregas
del día de hoy, la extendió sobre la tablilla que tenía entre las rodillas, y
comprobó una vez más la cantidad de grano que debía aportar el Jefe de la
aldea. Le miró impertérrito, le rogó que callara un poco, y le volvió a
informar que faltaba casi la mitad de la cebada que debía entregar. Eso es
imposible, se quejó Zenekh, tiene que haber un error. Ah, un error, le contestó
el Escriba al tiempo que se levantaba, pues aguarde un momento que voy a
consultar.
Cada año algún
listillo trataba de escamotear parte de la cosecha que correspondía al Templo.
El Escriba sabía cómo proceder. Fue al archivo, recogió los registros del pozo
y después buscó al Supervisor de los sagrados graneros de Karnak.
Lo encontró
almorzando unas gachas y dos perdices escabechadas. Tras informarle del caso,
el supervisor consultó los registros del pozo y comprobó que la subida de las
aguas subterráneas atestiguaba que todas las tierras de labor de la aldea de
Zenekh habían sido convenientemente inundadas aquel año, y que la cosecha en
absoluto había sido mala.
El Supervisor
encargó dos perdices para el Escriba. No convenía apresurarse. Remataron el
almuerzo con unos pastelitos de almendra y miel, calcularon que el Jefe de la
aldea ya debería estar bastante angustiado, y fueron a verle.
Nada más
entrar, el Supervisor le clavó su mirada, resaltada por unos párpados
oscurecidos por el maquillaje. El pobre hombre bajó los ojos. Amon-Ra lo
ilumina todo, lo ve todo y lo sabe todo, ¿o no es así?, preguntó iracundo el
Supervisor. Así es, gran señor, Amon-Ra es el grande, el más poderoso de los
dioses, respondió Zenekh, que empezaba a sospechar que el conjuro, que le
vendiera aquel mago, no había surtido el efecto deseado: ocultar a Amon-Ra la
magnitud de la cosecha. Y entonces, prosiguió el Supervisor, ¿cómo osas decir
que hay un error en sus cálculos?, y antes de responder, recuerda que Amon-Ra
es juez implacable. Y también de corazón misericordioso, añadió el Jefe que
buscaba desesperado una vía de escape. Muy hábil, reconoció el Supervisor que
las cogía al vuelo, pero antes de hablar de misericordia, contesta, ¿de quién
es el error? Mío, gran señor, sin duda que debe ser mío, admitió Zenekh. Y el
Escriba sonrió con aire de suficiencia.
Camino de su
aldea, el Jefe entonó de corazón un himno de alabanza a Amon-Ra, el Sabio.
Luego empezó a cavilar en cómo resarcirse del mago.
Felipe Deucalion
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