viernes, 13 de mayo de 2016

INVISIBLE




LA INVISIBLE SABIDURÍA DE AMON-RA
El Jefe de la aldea, Zenekh, juraba y perjuraba que la cosecha había sido nefasta, y que este año no podían aportar más grano al Templo. El Escriba, que hacía rato que no le prestaba atención, acabó de copiar las entradas del día anterior, echó arena al pergamino y lo dejó a un lado. Después cogió de nuevo la relación de entregas del día de hoy, la extendió sobre la tablilla que tenía entre las rodillas, y comprobó una vez más la cantidad de grano que debía aportar el Jefe de la aldea. Le miró impertérrito, le rogó que callara un poco, y le volvió a informar que faltaba casi la mitad de la cebada que debía entregar. Eso es imposible, se quejó Zenekh, tiene que haber un error. Ah, un error, le contestó el Escriba al tiempo que se levantaba, pues aguarde un momento que voy a consultar.

Cada año algún listillo trataba de escamotear parte de la cosecha que correspondía al Templo. El Escriba sabía cómo proceder. Fue al archivo, recogió los registros del pozo y después buscó al Supervisor de los sagrados graneros de Karnak.

Lo encontró almorzando unas gachas y dos perdices escabechadas. Tras informarle del caso, el supervisor consultó los registros del pozo y comprobó que la subida de las aguas subterráneas atestiguaba que todas las tierras de labor de la aldea de Zenekh habían sido convenientemente inundadas aquel año, y que la cosecha en absoluto había sido mala.

El Supervisor encargó dos perdices para el Escriba. No convenía apresurarse. Remataron el almuerzo con unos pastelitos de almendra y miel, calcularon que el Jefe de la aldea ya debería estar bastante angustiado, y fueron a verle.

Nada más entrar, el Supervisor le clavó su mirada, resaltada por unos párpados oscurecidos por el maquillaje. El pobre hombre bajó los ojos. Amon-Ra lo ilumina todo, lo ve todo y lo sabe todo, ¿o no es así?, preguntó iracundo el Supervisor. Así es, gran señor, Amon-Ra es el grande, el más poderoso de los dioses, respondió Zenekh, que empezaba a sospechar que el conjuro, que le vendiera aquel mago, no había surtido el efecto deseado: ocultar a Amon-Ra la magnitud de la cosecha. Y entonces, prosiguió el Supervisor, ¿cómo osas decir que hay un error en sus cálculos?, y antes de responder, recuerda que Amon-Ra es juez implacable. Y también de corazón misericordioso, añadió el Jefe que buscaba desesperado una vía de escape. Muy hábil, reconoció el Supervisor que las cogía al vuelo, pero antes de hablar de misericordia, contesta, ¿de quién es el error? Mío, gran señor, sin duda que debe ser mío, admitió Zenekh. Y el Escriba sonrió con aire de suficiencia.

Camino de su aldea, el Jefe entonó de corazón un himno de alabanza a Amon-Ra, el Sabio. Luego empezó a cavilar en cómo resarcirse del mago.

Felipe Deucalion

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