AUSENCIA
Seguía cautivado por la voz de su mujer, especialmente en noches así: noches lluviosas de gotas repicando en los cristales; noches de gotas blancas y negras musicando la más bella de las melodías y que solo sus oídos podían escuchar: la misma que tantas veces habían compartido. Había aprendido a vivir con ello, así eran las cosas.
Hoy se retiró pronto hacia el altillo subiendo los peldaños uno a uno, despacio, cansado y de nuevo los ojos en blanco de su amada se le aparecían por todas partes; en cada una de las fotos enmarcadas que vestían el apartamento, mientras que la lluvia seguía acentuando cada vez más su nostalgia. Pudo sentir su mano acariciándole: aquella lluvia le devolvía el sentir de lo que más había querido y una vez más se había apoderado de él.
Entró en la habitación y al retirar el edredón una nebulosa blanca le cubrió la espalda, y gritó:
-Oh no !, el jodido ectoplasma otra vez !.
Marta Albricias
¿POR QUÉ SE EMBORRACHÓ NOÉ?
Llevaba lloviendo todo el día, Noé se enjugó el rostro.
Aquella lluvia le ponía nostálgico, miró al cielo con rabia y entró en su
tienda. No lo podía evitar, en días como éstos se acordaba de cómo era el mundo
antes. En un rincón de la tienda, vio el ánfora que contenía el primer vino
obtenido desde que abandonaron el arca, allá en los montes de Ararat.
No estaba mal aquel vino y Noé echó
otro trago, y otro más, y entonces rememoró el bullicio de la gente en un día
de mercado, la alegría que inundaba sus corazones al ver tantas mercancías de
todo tipo, el griterío de los vendedores que prometían cosas únicas y
fabulosas, aunque solo fuera por su precio. No es que ahora estuviera mal,
tenía la compañía de su familia, su mujer, sus tres hijos y las mujeres de
estos, pero eran la única familia en toda la faz de la tierra. Echaba de menos
las ciudades, sus palacios con sus imponentes muros y sus fieros guardias, sus
magníficos templos en los que ejercían su oficio las prostitutas sagradas. Así
fue como se estrenó Noé, y guardaba un bello recuerdo de aquella muchacha de su
edad, pero mucho más avezada que él en las embestidas del amor. Vale, sí,
también había casuchas de adobe, prostitutas callejeras y ladronzuelos. Y
además en sus corazones anidaba el mal y le habían dado la espalda al Señor.
Sí, pero eran mi gente, evocó Noé, y le dio nuevos tragos al ánfora.
Los vapores etílicos se le subieron
a la cabeza, lloró con amargura por los ausentes, sus amigos de la infancia,
sobre todo. Luego se desnudó y danzó. Al principio, al ritmo de las gotas que
golpeaban la tienda. Pero poco a poco, incrementó la cadencia de su baile hasta
desembocar en el frenesí de una muchedumbre arrastrada por las aguas.
Felipe Deucalión
LLUVIA NOSTÁLGICA
Ana estaba asomada a la ventana, contemplando las gotas de lluvia, esa lluvia que le hacía recordar tiempos pasados.
Tenía 50 años, estaba casada, no es que le fuera del todo mal en su matrimonio. Rodolfo la quería y ella se dejaba querer, pero muchas veces se preguntaba que hubiera sido de su vida si hubiese tomado otras decisiones en el pasado.
La habían detectado un principio de Alzheimer, por eso intentaba continuamente ejercitar su memoría, antes que le pasara como a los habitantes de Macondo en Cien años de soledad, antes de que perdiera el habla y la cabeza.
Ella ansiaba recordar, así que decidió coger su cámara de fotos y como en los viejos tiempos salió a pasear por la playa, aprovechando que ya no llovía.
Empezó a caminar por la orilla, a fotografiar olas que aún estallaban furibundas contra las rocas. Recordó que a uno de sus amores lo había conocido así, vestida y paseando por la playa, pero esa relación pasional y tempestuosa no tenía futuro.
También se acordó de Iván, estaba ciegamente enamorada de él, incluso se quedó embarazada de él, pero era joven, tenía 25 años y decidió abortar. ¿Hubiese sido más felíz con ese hijo? Seguramente, porque cuando conoció a Rodolfo ella tenía 40 años y a los dos le vino la menopausia precoz, así que la posibilidad de ser madre ya quedaba descartada. Bueno se sobreentiende que la posibilidad de tener un hijo biológico y ninguno de los dos cónyugues se planteó la posibilidad de adoptar, era muy complicado y más a su edad.
Decidió volver a casa y leer y pensar, antes que sus pensamientos y recuerdos huyeran de su mente.
Inma
LLUVIA NOSTÀLGICA
Ella estaba tras los cristales, con la mirada
perdida, ensimismada en sus pensamientos de tiempos pasados. La lluvia caía inexorablemente cubriendo el
bosque de una fina cortina blanca que desdibujaba el día, haciéndolo más
irreal. Había poca luz y el cielo grisáceo contribuía a una atmósfera lúgubre y
misteriosa. A través de la ventana podía oír el constante repicar de las gotas
de agua al estrellarse contra el suelo y los árboles. La gran casa familiar
aislada en este paraje maravilloso, ahora triste, había sido el hogar de una
mujer que ella no llegó a conocer lo suficiente. Se llamaba Clara y contaba su
vida en el diario que estaba leyendo esa tarde acurrucada al lado del gran
ventanal. Clara fue una joven de gran belleza y buena posición social. En esta
casa ahora casi vacía, se habían celebrado banquetes y fiestas y acudían a
ellos todos los jóvenes casaderos y de buena familia, de la comarca. Todavía
parece que se oyen en el gran salón, el roce de las sedas de los vestidos de
gala, y el rumor de los invitados y sus risas, como los ecos de una época ya
lejana.
En ese tiempo conoció
Clara a su prometido. Bajo la rutilante luz de las lámparas de cristales
transparentes, sus miradas se perseguían como hipnotizadas. Las dos familias
quedaron encantadas con la proposición de matrimonio del joven que era el
principal heredero de la fortuna familiar.
Pero los acontecimientos siguieron un rumbo distinto. Se fijó la
fecha de la boda inmediatamente a la vuelta del novio que tuvo que ausentarse a
la ciudad a cerrar unos negocios que no podía aplazar.
En el enorme caserón todo bullía de actividad y preparativos
para la inminente boda. La tarde de su regreso, Clara estaba frente a esa misma
ventana. Un fino aguacero empapaba la tierra.
La terrible noticia llegó de improviso. El coche de caballos en
el que viajaba su prometido había volcado y perecieron los dos ocupantes. Clara
se quedó inmóvil viendo caer la lluvia y no se movió ni comió en varios días.
Meses más tarde se casó con un próspero industrial y aquí finaliza su diario.
Ella cerró sus páginas y recordó a su abuela Clara, una mujer de
ojos grises como un cielo nublado, a la que nunca le gustaron las tardes de
lluvia, ahora ya sabía por qué.
Laia
hola,soy nueva, ya no estàs en el grupo?
ResponderEliminarmi mensaje era para Felipe Deucalión
ResponderEliminarHola Nuria, el grupo sigue funcionando aunque la gente va cambiando. Lo mejor para saber quien está es que te apuntes a alguna de las convocatorias. Ahora las proponemos en meetup de forma abierta:
Eliminarhttps://www.meetup.com/es-ES/Escriptors-de-Petit-Format/events/244668536/
A ver si te animas!!