L’ESCALA DE CARGOL
En el somni la veig blanca, plena de llum. El passamà tant negre i brillant
que sembla que l’acabin de pintar i encara no s’hagi assecat. Si miro amunt
veig dues o tres voltes més i ja haure arribat a dalt. El viatge està tocant al
seu final. Finalment podré descansar. Però es un somni i no en convenç. Se que
és un somni per que tu no estàs al meu costat. Millor despertar.
L’escala amb prou feines esta il·luminada, i no li aniria gens malament una
neteja. A vegades fins i tot fa pudor. La barana està tant plena d’òxid que em
fa dentera tocar-la. Tampoc no passa res. Tu dorms al esglaó de sobre. Quan
despertis continuarem pujant. Si miro munt, molt lluny, sembla que hi ha una
mica de llum. Un dia ens van dir que si seguíem fent totes i cada una de les
voltes de l’escala, si aguantàvem tots els dies, podíem arribar al cel. Tampoc
no tenim gaire pressa, encara ens queden molts instants per compartir abans de
voler descansar.
Herman
LAS TRES ESCALERAS
Había una vez una mansión de tres plantas
en la que había tres escaleras.
Una de ellas era azul y al subir por ella,
se llegaba directamente hasta la azotea pero al bajar, nunca sabías adonde ibas a ir a parar y, nunca
lo hacías al mismo sitio: según la hora del día te conducía al jardín, a la
habitación, a la cocina, al baño a la terraza o al desván; todo parecía estar
minuciosamente programado por los tonos cobalto que la envolvían pero…a veces
era imposible volver a bajar por ella, así que volvías de nuevo a la azotea y
solo podías volver a descender cuando se ponía el sol.
La otra, la de color verde, nunca revelaba
su destino: lo único que era seguro era que al bajar por ella volverías de
nuevo, irremediablemente, hasta el zaguán – allí donde empezaba el peldaño
número uno, si subías, y acababa el peldaño trescientos ochenta, si bajabas-, pero
al subir… su final era un enigma que solo podías descifrar al amanecer, con la
salida del sol.
La tercera, la de caracol, era blanca y se
decía que en esa escalera te podías encontrar con Alicia…al subir o al bajar.
Marta Albricias
TIRABUZON AZABACHE
Mediodía de verano en Córdoba.
Salgo de la ducha y va a ser uno de esos momentos que me dedico. Desenrollo de
mi pelo el espiral de la toalla blanca con olor a limón fresco. Levanto la
cabeza con gesto rápido y ansioso. Mi larga melena azabache salpica las paredes
blancas justo al lado del alfeizar de la ventana que da al patio andaluz,
marcando, así, un enroscado y descendente rastro de agua en la cal. Me siento
feliz porque tengo toda mi vida por delante. Disfruto de la sensación de sentir
el frío de las baldosas mientras mis pies descalzos bailan al ritmo de una
nueva versión chillout de Carmen. Las cortinas movidas por la brisa llenan las
paredes blancas de sombras que dibujan en mi mente mil aventuras espontaneas.
Espero que mi pelo se seque mordiendo pedazos de lima mientras imagino de nuevo
sus zapatos negros clásicos escrupulosamente embetunados. Deshago el tirabuzón
de aventuras de mi pelo azabache alisándolo y fijándolo con horquillas para
acabar recogiéndolo en un moño bajo. Protejo todas mis fantasías azabaches,
recogidas en moño, con una artesana mantilla de color negro. Encajo la libertad
de mis pies descalzos en unos zapatos negros salón de medio talón y salgo para
subir al coche que me conducirá al ayuntamiento blanco. En la escalera se
amontonan varios zapatos negros clásicos pero ningunos se me asemejan tan
misteriosos y sinceros cómo los del recuerdo de mi imaginación. Mientras lo
estoy pensando un pequeño mechón rizado cercano a mi oreja se escapa
discretamente en mi nuca por debajo de la mantilla.
Susana
L’ESCALA
La nit passada vaig tenir un somni estrany. Havia
assistit a una classe de matemàtiques a la facultat i la resta del dia em va
passar bastant ràpid, doncs estava molt concentrat estudiant.
Quan em ficava al llit, vaig mirar un instant per la
finestra i aparegué una lluna gran i brillant, envoltada d’una nebulosa irreal.
La son em va vencer, portant-me a un abandonament
profund. Passat un temps, no se quant, potser una eternitat, em va semblar sentir
la veu del professor de la facultat i van passar pel meu davant, diferents sèries
de números. Recordava que ens havia explicat el teorema de Fibonacci, però no
li havia prestat atenció.
Ens déia que aquesta sèrie es repeteix moltes
vegades en la natura y en les coses que ens envolten.
Sense saber com hi havia arribat, vaig començar a
pujar per una escala de cargol. Era una espiral perfecte. Com mes pujava,
millor em sentia. Donava voltes i mes voltes, i de tant en tant mirava en
perspectiva per veure les successives anelles. Em preguntava si era infinita,
però no va ser així.
Un cop a dalt de tot em va sorprendre comprovar la
seva perfecció. El teorema de Fibonacci s’acompleix en ella.
Vaig sortir a un balcó exterior i allà estava el meu
professor, dret i mirant-me. Em va fer l’ullet i va marxar volant com si fos el
Batman.
L’endemà en la seva classe el vaig escoltar un altre cop,
però aquesta vegada amb tota la meva atenció. Va ser bastant densa i
pesada l’explicació.
Quan sortia de l’aula carregat amb els meus llibres,
i una mica fastiguejat, la seva veu em va fer girar:
- Que, com va Garcia, ens tornarem a veure aquesta
nit?
Laia
CUESTIÓN DE
GUSTOS
El Palancas
acababa de asaltar la mansión de un ricachón. Se había agenciado el famoso
cuadro “La escalera de Fibonacci”, así denominado porque de un paisaje
desértico surgía una escalera en espiral que se iba cerrando sobre sí, y que reproducía
la sucesión de Fibonacci. El Palancas no era de esos chorizos que arramblan con
todo, él iba a tiro fijo, solo se llevaba lo que ya tenía apalabrado con el
perista.
Sabía que la
pasma le visitaría, así que, como en otras ocasiones, guardó el botín en un
piso desocupado que había en su bloque. Escondió el lienzo bajo un colchón.
Al día siguiente
el Palancas fue detenido, una cámara de seguridad del parking del edificio
colindante le había grabado escalando la verja de la mansión. En la celda se
reconcomía pensando en el riesgo que corría el cuadro.
Aquella misma
tarde unos chinos alquilaron el piso desocupado. Querían instalar un taller
textil clandestino y pactaron con un trapero para que vaciara el piso.
A pesar de sus
dudas el Palancas aguantó veinticuatro horas antes de reconocer su autoría, y a
la vez pedir que se retiraran o rebajaran los cargos si revelaba el paradero de
la pintura. Seguro que la compañía de seguros estaría interesadísima en llegar
a un acuerdo de este tipo.
Mientras se
entablaban las negociaciones, el trapero y su ayudante trasladaron todo el
contenido del piso a su almacén. Luego procedieron a seleccionarlo. El ayudante
reparó en “La escalera de Fibonacci” y le dijo al trapero que aquella pintura
parecía buena. Pero qué dices chaval, le replico el trapero que se las daba de
entendido, no ves que esto es un despropósito. Dónde se ha visto una escalera
tan rara, en medio del desierto además. Lo que yo te diga, un sinsentido. Y a
ver, tú que eres tan listo, dime ¿adónde coño va esta escalera? Al cielo, le
contestó el ayudante sin alzar el tono de voz. Al cielo, al cielo, pero qué
sabrás tu mocoso de los cojones. Un buen bodegón, en el que se ven unas
perdices, o la última cena, eso sí qué son cuadros como Dios manda y no esa marramachada.
Bueno, ¿qué hago entonces? Yo qué sé, échalo al bidón, le ordenó el trapero.
El tiempo estaba
desapacible. Hicieron un alto en el trabajo, se retorcieron las manos sobre el
bidón y asaron unas chistorras mientras la tela ardía.
Hacia primera
hora de la tarde el Palancas y la aseguradora llegaron a un acuerdo, que de
poco valió. Salvo para provocar un susto monumental a los chinos, que ya
estaban instalando las máquinas de tejer, que el trapero y su ayudante pasaran
una noche en comisaría, y que el Palancas renegara en arameo.
Felipe Deucalión
LA ESCALERA DE CARACOL
Todo empezó la primera noche que
pasamos en nuestra nueva casa, donde conocí a Lung. Papá era un trabajador del
consulado de España en Shanghai. Cuando fuimos a ver la casa que nos habían
recomendado, en el pueblo de Wuzhen, cerca de Shanghai, mamá se enamoró al
instante de ella. La casa, era una antigua mansión con su tejado en forma de
sombrerete chino tradicional. Tenía un pequeño jardín en la entrada y por la
parte de atrás daba a uno de los muchos canales del pueblo. Al entrar, una enorme escalera de caracol,
toda ella de mármol blanco, subía hacia lo que me pareció el infinito. El
pasamanos, larguísimo, estaba rematado con una preciosa cabeza de dragón.
Esa noche, dormía en mi
habitación. Una habitación que mamá había decorado al estilo tradicional chino,
lo más ñoño y cursi para una niña de 7 años.
De repente me desperté al oír cómo golpeaban en la puerta. Me levanté
despacio y fui a abrir. Y entonces le conocí…. Lung me miraba con aquellos
grandes ojos dulces, del color de la miel, que desde ese momento me fascinaron.
Le pregunté qué hacía allí y de dónde había salido. Me dijo que hacía mucho
tiempo que estaba solo en la casa y había estado esperado a que volviese a
vivir algún niño en ella para poder salir a jugar.
Desde entonces mi amigo Lung y yo
nos hicimos inseparables. Nos escapábamos juntos por la ventana de mi
habitación, cuando mamá y papá dormían, para luego volver ya muy avanzada la
noche. Lung me metía en la cama y se despedía de mí hasta la noche siguiente.
Así pasamos los mejores años de mi corta infancia, hasta que llegó aquel
fatídico día.
En mi decimoquinto cumpleaños,
mamá y papá me habían organizado, cómo no, una gran fiesta. Habían invitado a las
principales familias del pueblo y a los compañeros de trabajo de papá. Ese día
conocí a Jun. Desde que entró en el salón, acompañado de sus padres, me quedé
prendada de él. Desde ese momento, Jun y yo éramos inseparables y al cabo de 2
años nos casamos y nos fuimos a vivir a Shanghai.
Desde que Jun entró en mi vida,
olvidé por completo a Lung. Ni siquiera me di cuenta de que no había vuelto a
venir a mi habitación para escaparnos juntos por la ventana.
Ahora he vuelto a casa con mi
hija de 5 años. Jun y yo nos hemos separado y me hallo aquí delante de la enorme
escalera blanca de caracol evocando mis recuerdos de la infancia.
Me acerco a la escalera, coloco
mi mano sobre el hermoso pasamanos y acariciando la cabeza de dragón le digo a
mi hija Ying. – Mira cariño, éste es Lung, mi amigo de la infancia del que te
he hablado- Pero Ying ya no podía escucharme. Al volver la cabeza la vi salir
volando de la casa, montada sobre la blanca cabeza de Lung.
Lung se volvió hacia mí y
guiñándome uno de sus enormes ojos color de miel me dijo –Gracias Wei por
traerme otra niña para jugar.-
Lola Ruiz Jurado
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