lunes, 13 de mayo de 2013

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L’ESCALA DE CARGOL
En el somni la veig blanca, plena de llum. El passamà tant negre i brillant que sembla que l’acabin de pintar i encara no s’hagi assecat. Si miro amunt veig dues o tres voltes més i ja haure arribat a dalt. El viatge està tocant al seu final. Finalment podré descansar. Però es un somni i no en convenç. Se que és un somni per que tu no estàs al meu costat. Millor despertar.
L’escala amb prou feines esta il·luminada, i no li aniria gens malament una neteja. A vegades fins i tot fa pudor. La barana està tant plena d’òxid que em fa dentera tocar-la. Tampoc no passa res. Tu dorms al esglaó de sobre. Quan despertis continuarem pujant. Si miro munt, molt lluny, sembla que hi ha una mica de llum. Un dia ens van dir que si seguíem fent totes i cada una de les voltes de l’escala, si aguantàvem tots els dies, podíem arribar al cel. Tampoc no tenim gaire pressa, encara ens queden molts instants per compartir abans de voler descansar.

Herman


LAS TRES ESCALERAS
Había una vez una mansión de tres plantas en la que había tres escaleras.
Una de ellas era azul y al subir por ella, se llegaba directamente hasta la azotea pero al bajar,  nunca sabías adonde ibas a ir a parar y, nunca lo hacías al mismo sitio: según la hora del día te conducía al jardín, a la habitación, a la cocina, al baño a la terraza o al desván; todo parecía estar minuciosamente programado por los tonos cobalto que la envolvían pero…a veces era imposible volver a bajar por ella, así que volvías de nuevo a la azotea y solo podías volver a descender cuando se ponía el sol.
La otra, la de color verde, nunca revelaba su destino: lo único que era seguro era que al bajar por ella volverías de nuevo, irremediablemente, hasta el zaguán – allí donde empezaba el peldaño número uno, si subías, y acababa el peldaño trescientos ochenta, si bajabas-, pero al subir… su final era un enigma que solo podías descifrar al amanecer, con la salida del sol.
La tercera, la de caracol, era blanca y se decía que en esa escalera te podías encontrar con Alicia…al subir o al bajar.

Marta Albricias         

TIRABUZON AZABACHE
Mediodía de verano en Córdoba. Salgo de la ducha y va a ser uno de esos momentos que me dedico. Desenrollo de mi pelo el espiral de la toalla blanca con olor a limón fresco. Levanto la cabeza con gesto rápido y ansioso. Mi larga melena azabache salpica las paredes blancas justo al lado del alfeizar de la ventana que da al patio andaluz, marcando, así, un enroscado y descendente rastro de agua en la cal. Me siento feliz porque tengo toda mi vida por delante. Disfruto de la sensación de sentir el frío de las baldosas mientras mis pies descalzos bailan al ritmo de una nueva versión chillout de Carmen. Las cortinas movidas por la brisa llenan las paredes blancas de sombras que dibujan en mi mente mil aventuras espontaneas. Espero que mi pelo se seque mordiendo pedazos de lima mientras imagino de nuevo sus zapatos negros clásicos escrupulosamente embetunados. Deshago el tirabuzón de aventuras de mi pelo azabache alisándolo y fijándolo con horquillas para acabar recogiéndolo en un moño bajo.  Protejo todas mis fantasías azabaches, recogidas en moño, con una artesana mantilla de color negro. Encajo la libertad de mis pies descalzos en unos zapatos negros salón de medio talón y salgo para subir al coche que me conducirá al ayuntamiento blanco. En la escalera se amontonan varios zapatos negros clásicos pero ningunos se me asemejan tan misteriosos y sinceros cómo los del recuerdo de mi imaginación. Mientras lo estoy pensando un pequeño mechón rizado cercano a mi oreja se escapa discretamente en mi nuca por debajo de la mantilla.

Susana

L’ESCALA
La nit passada vaig tenir un somni estrany. Havia assistit a una classe de matemàtiques a la facultat i la resta del dia em va passar bastant ràpid, doncs estava molt concentrat estudiant.
Quan em ficava al llit, vaig mirar un instant per la finestra i aparegué una lluna gran i brillant, envoltada d’una nebulosa irreal.
La son em va vencer, portant-me a un abandonament profund. Passat un temps, no se quant, potser una eternitat, em va semblar sentir la veu del professor de la facultat i van passar pel meu davant, diferents sèries de números. Recordava que ens havia explicat el teorema de Fibonacci, però no li havia prestat atenció.
Ens déia que aquesta sèrie es repeteix moltes vegades en la natura y en les coses que ens envolten.
Sense saber com hi havia arribat, vaig començar a pujar per una escala de cargol. Era una espiral perfecte. Com mes pujava, millor em sentia. Donava voltes i mes voltes, i de tant en tant mirava en perspectiva per veure les successives anelles. Em preguntava si era infinita, però no va ser així.
Un cop a dalt de tot em va sorprendre comprovar la seva perfecció. El teorema de Fibonacci s’acompleix en ella.
Vaig sortir a un balcó exterior i allà estava el meu professor, dret i mirant-me. Em va fer l’ullet i va marxar volant com si fos el Batman.
L’endemà en la seva classe el vaig escoltar un altre cop, però aquesta vegada amb tota la meva atenció. Va ser bastant densa i pesada l’explicació.
Quan sortia de l’aula carregat amb els meus llibres, i una mica fastiguejat, la seva veu em va fer girar:
- Que, com va Garcia, ens tornarem a veure aquesta nit?

Laia

CUESTIÓN DE GUSTOS
El Palancas acababa de asaltar la mansión de un ricachón. Se había agenciado el famoso cuadro “La escalera de Fibonacci”, así denominado porque de un paisaje desértico surgía una escalera en espiral que se iba cerrando sobre sí, y que reproducía la sucesión de Fibonacci. El Palancas no era de esos chorizos que arramblan con todo, él iba a tiro fijo, solo se llevaba lo que ya tenía apalabrado con el perista.
Sabía que la pasma le visitaría, así que, como en otras ocasiones, guardó el botín en un piso desocupado que había en su bloque. Escondió el lienzo bajo un colchón.
Al día siguiente el Palancas fue detenido, una cámara de seguridad del parking del edificio colindante le había grabado escalando la verja de la mansión. En la celda se reconcomía pensando en el riesgo que corría el cuadro.
Aquella misma tarde unos chinos alquilaron el piso desocupado. Querían instalar un taller textil clandestino y pactaron con un trapero para que vaciara el piso.
A pesar de sus dudas el Palancas aguantó veinticuatro horas antes de reconocer su autoría, y a la vez pedir que se retiraran o rebajaran los cargos si revelaba el paradero de la pintura. Seguro que la compañía de seguros estaría interesadísima en llegar a un acuerdo de este tipo.
Mientras se entablaban las negociaciones, el trapero y su ayudante trasladaron todo el contenido del piso a su almacén. Luego procedieron a seleccionarlo. El ayudante reparó en “La escalera de Fibonacci” y le dijo al trapero que aquella pintura parecía buena. Pero qué dices chaval, le replico el trapero que se las daba de entendido, no ves que esto es un despropósito. Dónde se ha visto una escalera tan rara, en medio del desierto además. Lo que yo te diga, un sinsentido. Y a ver, tú que eres tan listo, dime ¿adónde coño va esta escalera? Al cielo, le contestó el ayudante sin alzar el tono de voz. Al cielo, al cielo, pero qué sabrás tu mocoso de los cojones. Un buen bodegón, en el que se ven unas perdices, o la última cena, eso sí qué son cuadros como Dios manda y no esa marramachada. Bueno, ¿qué hago entonces? Yo qué sé, échalo al bidón, le ordenó el trapero.
El tiempo estaba desapacible. Hicieron un alto en el trabajo, se retorcieron las manos sobre el bidón y asaron unas chistorras mientras la tela ardía.
Hacia primera hora de la tarde el Palancas y la aseguradora llegaron a un acuerdo, que de poco valió. Salvo para provocar un susto monumental a los chinos, que ya estaban instalando las máquinas de tejer, que el trapero y su ayudante pasaran una noche en comisaría, y que el Palancas renegara en arameo.

Felipe Deucalión


LA ESCALERA DE CARACOL
Todo empezó la primera noche que pasamos en nuestra nueva casa, donde conocí a Lung. Papá era un trabajador del consulado de España en Shanghai. Cuando fuimos a ver la casa que nos habían recomendado, en el pueblo de Wuzhen, cerca de Shanghai, mamá se enamoró al instante de ella. La casa, era una antigua mansión con su tejado en forma de sombrerete chino tradicional. Tenía un pequeño jardín en la entrada y por la parte de atrás daba a uno de los muchos canales del pueblo.  Al entrar, una enorme escalera de caracol, toda ella de mármol blanco, subía hacia lo que me pareció el infinito. El pasamanos, larguísimo, estaba rematado con una preciosa cabeza de dragón.
Esa noche, dormía en mi habitación. Una habitación que mamá había decorado al estilo tradicional chino, lo más ñoño y cursi para una niña de 7 años.  De repente me desperté al oír cómo golpeaban en la puerta. Me levanté despacio y fui a abrir. Y entonces le conocí…. Lung me miraba con aquellos grandes ojos dulces, del color de la miel, que desde ese momento me fascinaron. Le pregunté qué hacía allí y de dónde había salido. Me dijo que hacía mucho tiempo que estaba solo en la casa y había estado esperado a que volviese a vivir algún niño en ella para poder salir a jugar.
Desde entonces mi amigo Lung y yo nos hicimos inseparables. Nos escapábamos juntos por la ventana de mi habitación, cuando mamá y papá dormían, para luego volver ya muy avanzada la noche. Lung me metía en la cama y se despedía de mí hasta la noche siguiente. Así pasamos los mejores años de mi corta infancia, hasta que llegó aquel fatídico día.
En mi decimoquinto cumpleaños, mamá y papá me habían organizado, cómo no, una gran fiesta. Habían invitado a las principales familias del pueblo y a los compañeros de trabajo de papá. Ese día conocí a Jun. Desde que entró en el salón, acompañado de sus padres, me quedé prendada de él. Desde ese momento, Jun y yo éramos inseparables y al cabo de 2 años nos casamos y nos fuimos a vivir a Shanghai.
Desde que Jun entró en mi vida, olvidé por completo a Lung. Ni siquiera me di cuenta de que no había vuelto a venir a mi habitación para escaparnos juntos por la ventana.
Ahora he vuelto a casa con mi hija de 5 años. Jun y yo nos hemos separado y me hallo aquí delante de la enorme escalera blanca de caracol evocando mis recuerdos de la infancia.
Me acerco a la escalera, coloco mi mano sobre el hermoso pasamanos y acariciando la cabeza de dragón le digo a mi hija Ying. – Mira cariño, éste es Lung, mi amigo de la infancia del que te he hablado- Pero Ying ya no podía escucharme. Al volver la cabeza la vi salir volando de la casa, montada sobre la blanca cabeza de Lung.
Lung se volvió hacia mí y guiñándome uno de sus enormes ojos color de miel me dijo –Gracias Wei por traerme otra niña para jugar.-  


Lola Ruiz Jurado

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