CUENTO
NAVIDEÑO
En el aperitivo Evaristo mostró su
nuevo iphone 5s a todo el mundo, sobre todo a su cuñado Manolo, a quien por
poco se lo restregó por la cara. Luego, durante la cena de Nochebuena, preguntó
si las cigalas eran frescas, y Manolo le contestó que de la sirena y vas que te
matas.
Mientras tanto,
en el sector juvenil de la mesa, Walter contaba a sus primos que en el cole le
habían explicado que hubo un Dios muy antiguo que quería el poder de su padre
que era otro Dios, también de hace mucho. Y que el hijo le cortó los cojones a
su padre con una hoz.
La abuela, que
era sorda selectiva -solo oía lo que le convenía-, le dijo a su yerno, Manolo,
¿tú oyes lo que está diciendo tu hijo? A ver, ¿qué ha dicho ahora el chico que
ha molestado a la señora?, le preguntó conteniendo la ira. Pues ha dicho no sé
qué de alguien que le corto los cojones a su padre, le respondió la abuela.
Walter, ya te
has quedado sin móvil ni ordenador para todas las navidades, bramó Manolo.
Felipe
Deucalión
LA CARTA DEL ABUELO
Quedaba ya poco para la puesta del sol. Seguía preguntando
por ti a unos y a otros y, tú seguías sin aparecer. Rastreé la tierra desde Duala en el Camerún hasta la
desembocadura del Yuba en Somalia,
recordando los cuentos que me explicabas, evocando aquella historia del
hombre-pájaro que tras caer del cielo volvió a volar porque nunca dejó de confiar
en sí mismo y en los demás. Mientras tanto, seguías sin dar señales de vida: ni
rastro de tu persona…ronda tras ronda. Allí estaban todos esperándote: mamá,
papá, los niños y la abuela, solo faltabas tú. Cayó la noche y quise creer que
estabas cerca; que de un momento a otro, saldrías de tu escondite, aparecerías
por el horizonte a paso lento, iluminando el camino con tu sonrisa. Pregunté a
todo el mundo. A gentes de mil caminos:
a mejicanos del desierto de Sonora, a indios americanos del altiplano, a los Tuareg en los oasis, a los tiroleses de las montañas
y a los chinos del lejano oriente, pero todos
desconocían tu paradero y yo, empezaba a resignarme a no encontrarte, ni a ti a
tu carta y así, a perder la partida
del juego de Las 7 familias del mundo, al
que anduvimos jugando aquella tarde lluviosa de invierno.
Llegaste tarde y no
viniste por ningún camino, ni caíste del
cielo…nade supo decirme más…tu carta apareció allí, en la mesa mezclada con las
otras con las que nadie jugó aquella partida. Te quedaste dormido junto a los
fardos de cacao, tranquilo, soñador, descansando el peso de los años.
Marta Albricias
Llegué con treinta años a
Nápoles. Necesitaba romper con mi vida en Florencia. La tienda de “scarpe” me
gustó desde que la vi. Así, que decidí entrar y conocí a Marcelo. Alto, canoso
y nervudo, consumido por el trabajo. Me indicó que no necesitaban a nadie para
vender en la zapatería pero que mi cara le insinuaba que debía formar
parte “della famiglia”. El Sig.
Altobelli me busco un pequeño estudio y a partir de ese día me dediqué a
cumplir pequeños recados que la señora o las niñas necesitaban. Mi vida era
fácil, pues, ya tenían criadas. Generalmente, sólo debía llevar sobres a otras
“famiglie” o concertar horas con médicos, profesores y abogados. Algún domingo
me invitaban a su casa a comer y, entonces, decidía hablar poco e incluso a veces
responder con mentiras y/o evasivas a sus preguntas. Siempre estaba deseando
llegar al café para poder despedirme cortésmente y disfrutar de alguna película
en un cine cercano o de la lectura de algún libro en mi estudio.
Los días fueron pasando, empecé a
frecuentar a otras chicas no napolitanas y a divertirme con ellas en fiestas.
Me ayudaba a olvidar mi pasado en Florencia. Un día conocí a Luigi.
Me sorprendió la rapidez con la
que la famiglia Altobelli adivinó los pormenores de mi intimidad con él. A partir de aquél momento, la “famiglia” me
resultó estrechamente asfixiante. Me empecé a sentir intimidada,
sentimentalmente violada y emocionalmente manipulada y coaccionada. Sin darme
cuenta el círculo inquisidor bienintencionado de la “famiglia” se estrechaba de
tal modo que me influenciaba en relajarme en mi relación con Luigi.
Decidí honestamente buscar un
nuevo trabajo en otro entorno y en otro barrio. Resultó muy difícil
conseguirlo, pero cuándo logré entrar a ayudar en el Hospital comuniqué al Sr.
Altobelli que le devolvería las llaves del estudio. Llegué a Via Toledo a
última hora del atardecer con una sonrisa. La puerta de la tienda estaba
entreabierta, sólo se intuía un poco de luz en la parte trasera del almacén.
Abrí la cortina divisoria y allí apoyados contra la pared
de cajas de zapatos por fin descubrí los motivos del interés de la “famiglia”
en mi relación con Luigi. Los motivos se me presentaron frenéticos, no
silenciosos, indiscutibles, desnudos y en presentación de orgasmo compartido entre
Luigi y la hija mayor de Don Marcelo.
Susana
LA FAMILIA
La nuestra más que una gran familia, es una familia grande, bastante
grande. A veces digo que en mi casa somos como los gitanos, donde comen 2 comen
cuatro y a veces hasta 24. Pero lo que a mí me intriga es la acepción que se
hace en otros países, como en Francia, de algunos parientes. Como por ejemplo
los cuñados. Aquí a los hermanos se les llama hermanos, pero a los hermanos
políticos, es decir a los agregados a la familia, se les llama cuñados, una
palabreja ya en sí misma algo feílla y como despectiva. En cambio los
franceses, les dicen beau-frère (bello hermano) o belle soeur (bella hermana).
Qué sutil la lengua francesa. Aunque uno piensa: de qué te sirve decirle mi
bello hermano, a alguien del que luego por lo bajini piensas, “¿será mamonazo
el tío este? En fin que me quedo con nuestro cuñao tan castizo, sobre todo
después de leer en el diccionario etimológico lo siguiente:
Cuñado, del latín co (con) gnatus (nacido) y éste de la raíz indoeuropea
gen, como congénito, génesis y genitales. Luego perdió la g inicial y
evolucionó a nasci.
Conclusión, que cuando veas a tu cuñao y le des un abrazo, puedes pensar
con total impunidad “la madre que te parió, mamonazo”, porque en definitiva,
cuñao viene de cognus, que es el lugar por donde se nace.
Lola
La nuestra más que una gran familia, es una familia grande, bastante
grande. A veces digo que en mi casa somos como los gitanos, donde comen 2 comen
cuatro y a veces hasta 24. Pero lo que a mí me intriga es la acepción que se
hace en otros países, como en Francia, de algunos parientes. Como por ejemplo
los cuñados. Aquí a los hermanos se les llama hermanos, pero a los hermanos
políticos, es decir a los agregados a la familia, se les llama cuñados, una
palabreja ya en sí misma algo feílla y como despectiva. En cambio la lengua
francesa es como más dulce y los franceses a los cuñados les dicen beau-frère
(bello hermano) o belle soeur (bella hermana). Qué sutiles estos franceses. Que
digo yo, que por lo bajini deben de
pensar, “¿será mamonazo el tío este?” como en todas partes.
En fin que en mi familia como en todas las familias se cuecen habas, y en
la mía a calderadas. Que no tengo hermanos, pero tengo
cuñaos, que o sé qué es peor. Pero dentro de lo que cabe nos llevamos todos muy
bien. ¡Somos una gran familia qué narices! No al estilo de “El padrino”, claro;
Sino estaríamos siempre a bofetada limpia… Pero eso sí, cuando hay que pelear,
se pelea, y cuando llega Navidad, todos alrededor de la mesa, 24 personas, los
hermanos, los cuñados, los suegros y los padres, y sus respectivas cohortes. Y
todos como si aquí no hubiera pasado nada, porque es Navidad, y todo es Amor y
Paz, pero cuando se acaban las fiestas, siempre digo: ¡Jolines, qué harta estoy
de pasar la Navidad con la familia! ¡El año que viene no me pillan!
Lola
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