viernes, 6 de julio de 2018

A CARA O CRUZ



LA RULETA
A Paco le gustaba ir al Casino de Barcelona a menudo.
Allí se encontraba con Antonio. Este solía jugar a números, cubrir la apuesta, jugar a terminaciones y el tercio era su zona preferida. Pero a Paco le subía la adrenalina jugárselo todo a cara o cruz: rojo o negro.
Decidió apostar 5 fichas de 5 euros al rojo. Salió el 5, (tercio, rojo, impar y falta) y duplicó las fichas.
Luego siguió apostando 5 fichas al rojo. Salió el 24 (tercio, negro, par y pasa) y su cara se transformó en la de un rostro desesperado cuando vio que lo perdía todo.
Jugaba poco dinero para poder ir cada día, ya que era ludópata.
A Antonio le iba mejor porque apostó caballos y plenos al tercio y 24 y 5 eran tercio.
Paco continuó apostando al rojo. Salió 26, (vecino del 0, negro, par y pasa). Exhaló un suspiro de desesperación.
Aunque su color preferido era el rojo, esta vez decidió cambiar y apostar al negro. Salió el 0. No hay color, el número de la banca, ! qué cruz! y se quedó en bancarrota.
Continúo mirando los números que salían sin dinero para ver si acertaba.
Decidió sacar una moneda del bolsillo y jugar. Cara: rojo. Cruz: negro.

Inma




A CARA O CRUZ

John Stapleton estaba sentado en la terraza de una cafetería. Sonriente y con articulado movimiento, giró el cuello solazado por cómo marchaba el día. Era un hombre con un defecto preponderante: la indecisión. Por la mañana, un interrogante había emergido del armario: ¿camisa de manga larga verde pistacho o corta de color rosa? La primera tenía buena caída y el tono le gustaba, pero unas enraizadas arrugas en la base la afeaban. Pero con la otra prenda corría el riesgo de pasar frío si soplaba el viento, ante lo cual le atenazó una segunda duda: ¿Desayunar dentro o fuera del local? Con esta carente falta de convicción, Stapleton recurría al azar, y las monedas que propulsaba al aire le dictaban la agenda.
  
Había acertado con la segunda opción, la brisa era suficientemente leve para contrarrestar una mañana radiante, pero alejada de temperaturas que hicieran adosarse a la refrigeración.

La mano izquierda al mentón y percutió otra pregunta: ¿Y un jersey atado por la espalda, o quizás en la cadera?”. Los dedos de pistolero no reaccionaron, no necesitaba una bala de cobre para dirimir esa disyuntiva, era dubitativo pero en ningún

caso se trataba de un maduro decadente, que con pomposo y ridículo empaque viste y anda como un imberbe pimpollo.

Por la tarde, en unos ultramarinos, el furor que sorprende con una trepidante y sudorosa angustia, lo gobernó. Su cara era una alarma palpitante y las axilas dos aspersores que competían para enfrentarse a las emanaciones cárnicas de la sección de embutidos. Registró todos los bolsillos y el forro de la cartera. Nada. Una tarjeta y tres billetes de diferente valor. ¡Ni una moneda! La tragedia se mascaba en el lineal de las conservas vegetales. Una gama infinita de aceitunas y todas tentadoras para un paladar que se recreaba con los sabores fuertes o avinagrados y no podía decantarse por ninguna: aceitunas rellenas de pimiento, con cebolleta, bajas en sal, en salsa picante, empaladas por pepinillos, sevillanas, muertas, o las famosas “Gilda”, pinchadas con una guindilla. El paquete con las distintas alternativas constaba de ocho latas y frascos; podía efectuar, como ya hiciera antaño, unos octavos de final, eliminatorias entre dos productos hasta llegar al vencedor, pero estaba inutilizado. Dentro de ese estatismo que lo había encarcelado en el pasillo de los encurtidos, pensó en su mujer para resolver la ecuación de las aceitunas. ¡Sapristi! A ella le gustaban unas verdes sin aliñar, toscas e insípidas, que vendían en la pesca salada del mercado de San Benito. No pediría cambio a ningún empleado, estaba cansado, frustrado. Respiraba con andanadas, con la cabeza gacha de un toro que se apresura a embestir.

 Así se mantuvo durante el trayecto de regreso a casa y sentado en el sofá del comedor. No era la marca de tipo vacilante la que le molestaba, sino la de ser alguien subyugado a otra persona, se sentía dirigido por su mujer. Por culpa de ella se había quedado sin aperitivo y estaba rabioso. Era un secretario, un botones, un ujier quinceañero que se contenta con obedecer y recibir una palmada en el hombro. Barruntó por minutos apretando los labios, cual niño malcriado al que le escuece una regañina, y se encaminó al dormitorio. Con el protocolo ceremonioso que un verdugo opera para finiquitar a la víctima, el Sr.Stapleton abrió el cajón de la mesita, cogió una moneda mellada por el canto y reteniéndola entre el pulgar y el índice, declamó solemne: “Cara me quedo, cruz la abandono.”


Xavi  Domínguez




A CARA O CRUZ
Era un día oscuro y lluvioso, desperté de nuevo allí dentro, me estremecí y rodé de costado de nuevo como cuando cada vez que  se abría y entraba  una luz que me cegaba….

De repente, mi cuerpo redondo cayó, el suelo tembló furiosamente por la pisada de aquel zapato negro que me perseguía.

No soportaba que nos zandarearan así mientras gritaban: - “a cara o cruz !”, así que cuando me llegó la oportunidad, me volví a escapar rodando por la acera.

Mientras rodaba, un enorme gigante corría tras de mí con su monedero saltando en un bolso de color blanco cremoso.   Mi cara golpeó con las brillantes baldosas. Desperté más tarde en un lugar desconocido, unas voces
-"¡Oye! Tom! ¡Mira esta!". Me cogieron y me volvieron a lanzar al aire.

"Cara o cruz ¿?! cara o cruz

"Seguían lanzándome sin piedad, empecé a marearme y no entendía nada de lo que decían: qué cruz!!!! Soy una moneda de curso legal acuñada en bronce: mi cara es una, mi cruz es quien me lanza al aire y me deja caer sin piedad.

-"¿Puedo cogerla?", Dijo el niño de pelo rizado

-"¡No!"-respondió la niña del flequillo

De repente, muchos gritos y empujones hasta que fui arrebatada por otro de ellos, el que me metió en una máquina de chuches. Me caí en una caja e hice: Clonk!!!! Me caí encima de la cara  de una moneda de bronce como yo y  silenciosamente me quedé dormida.
Cuando desperté pregunté adormilada:
-"¿Q-dónde estoy?".
"¡Shhhhh!" Susurraron las otras monedas que me rodeaban.
Momentos después, un gigante con pinta extraña, abrió de un golpe la enorme puerta de metal que nos mantenía dentro de aquella caja y nos metió a todos en una vieja bolsa de tela.
-"¿A dónde vamos?" nos preguntábamos
" ¿A quién le importa?  ", Oí el grito de una moneda de 10c cercana.

Unas horas más tarde, salté alarmada cuando un repentino sonido de sirenas atravesó el aire. y  de repente, el gigante de pinta extraña nos dejó caer al suelo y salió huyendo. Entonces una mujer que pasaba por allí miró dentro de esa bolsa y decidió devolvernos a la tienda donde estaba la máquina de chuches a todas menos a mí que viendo brillar mi cara y mi cruz, me llevó con ella a su casa para meterme en la habitación de su hijo y colocarme debajo de su almohada junto a unos caramelos y a un librito. Cuando el niño levantó su almohada, gritó:
-"¡Mira lo que me ha dejado el ratoncito Pérez!".

Por fín tras un dia muy agitado descanso plácidamente dentro de esta caja con forma de cerdito, aquí me encuentro a salvo; bien, será hasta me vuelvan a sacar de aquí...es la cara y la cruz de la vida de una moneda.



Marta Albricias

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