domingo, 17 de febrero de 2019

AVE FÉNIX






BRIGITA
“Una calabaza deformada en una pera gigante. ¿Cómo pude comprarla? Fea, solitaria y pálida, y con una cáscara tan dura...”
Brigita, después de examinarla, dejó que rodara en la mesa de la cocina, para terminar con el mal pensamiento de partir ese fruto en el cráneo de su antiguo marido; un desventurado, un infiel que un día decidió opositar a sinvergüenza y obtuvo la certificación con nota.

Se estiró en el sofá con desaliento y se preparó para contentarse con la sedante programación que ofrecía la chimenea. Las ramas y hojas secas empezaron a chascar y el olor del pasado la poseyó. Por tiempo indefinido se mantuvo en un estado adormecido, con las articulaciones quietas; solo estaban activos sus pensamientos, por los que pasaban fotogramas de deslucidas vivencias personales.
Cuando las llamas ganaron volumen y el calor le cercaba las mejillas, se desbarató y removió los rescoldos de la chimenea para disimular. Se sentía mal por estar instalada en una melancolía crónica. Las volutas de las cenizas que habían saltado al aire tras su intervención, la empujaron a reanudar la autocrítica.

Se acarició el pelo, en una revisión para detectar enredos. Aún mantenía el rubio pero no brillaba, creía tener una vulgar peluca con hilos de un costurero.
Exasperada, profundizó la mirada en las esculturas flamígeras que se desarrollaban enfrente. Hundió los nudillos en la cara hasta palparse el maxilar. Era un ser tan desapacible como la calabaza, pero al menos esta había sido escogida, y Brigita en cambio, se sentía cambiada por otra, como le sucediera años atrás. Ese adjetivo le pareció desagradable y frunció el ceño. No podía permanecer eternamente debilitada.

Ahogó el fuego, los malabares y las filigranas de la lumbre eran preciosos y se dormiría con ellos y el chisporrotear como fondo, pero con el mes de mayo asentado, no era idónea tanta calefacción.
La torre de la chimenea estaba recubierta de hollín, no hacía falta meter la cabeza para cerciorarse, ¡ese era su pasado! Un pasillo oscuro, como tampoco tenía que rebobinar para revivir episodios maritales ingratos.
Las cenizas, negras, grises y algunas veteadas con finas canas, eran los residuos de una existencia con la alegría paralizada. La risa no entraba en la casa, vetada como un crucifijo en el dormitorio de un ateo.

Enfrascada en impulsar su adormecida vitalidad, pensativa, manipuló el mango del atizador que roncó y despidió polvo al ser sacado del anclaje. Apoyada en la herramienta, Brigita se sintió poderosa, ahora pensaba en el adúltero y el epitafio gráfico de su marcha, con las maletas ordenadas igual que está la ropa en el bombo de una lavadora y el inevitable sudor del culpable, que se despide rehuyendo el contacto. Podía abandonar el rodeo que significaba hablar de él como “antiguo marido”, era su ex, prefijo este que nunca había sido de su agrado, pero que entendía que con la remozada perspectiva, era el que tocaba.
El miedo también es efímero y el suyo estaba más apagado que el fuego que había recalentado la habitación. Un lustro tuvo que caer, para que Brigita sepultara el pésimo recuerdo de una pareja, cuyo rastro en la memoria ya se había ex-tin-gui-do, para que sus ánimos florecieran con la cadencia de la primavera.

Xavi Domínguez

No hay comentarios:

Publicar un comentario